Cartas espirituales
Olvidemos dolores y angustias, placeres, alegrías y toda las demás cargas que inevitablemente conlleva vivir una vida humana. Todo esto no es más que humo que oscurece una realidad poderosa: somos afortunados de estar en un cuerpo humano.
La vida es justa
En este mundo es difícil encontrar a una persona feliz. Una cosa u otra siempre va mal, y el hombre se siente abatido y agobiado por las preocupaciones. Solamente, quien ha llevado su atención al interior y escucha el claro sonido de la campana está libre de los pesares y preocupaciones de este mundo.
El hombre nace aquí y trae con él su destino. Este destino no puede cambiarse. El hombre tiene que sufrirlo. El destino lo ha creado él mismo. Lo que sembró antes, lo recoge ahora.
Por ello, el sabio sufre su destino con paciencia y fortaleza, mientras que el necio tiene que sufrirlo de todos modos pero insatisfecho y preocupado.
La paz y la felicidad duraderas están en nuestro interior. La paz y la felicidad derivadas de los objetos y las compañías mundanas son transitorias porque no son duraderas; cambian y con el tiempo desaparecen. Su apego deja atrás cicatrices que desfiguran la vida. Por ello, mientras trabajamos para permitirnos una forma de vivir decente y confortable, no debemos perder de vista el verdadero objetivo de la vida: la paz permanente. Por la propia naturaleza de las cosas, la paz permanente no se obtiene en las regiones material y mental, porque estas son cambiantes. A medida que penetramos y nos elevamos, nos vamos independizando de las cosas que cambian, y encontramos la paz en las regiones espirituales. La paz es excelente, pero se consigue con esfuerzo.
M. Sawan Singh. Joyas espirituales, carta 67
No cabe duda de que el karma de destino es fuerte. Tiene que sufrirse, y no hay escapatoria alguna de él. Pero con la meditación, el poder de la voluntad se vuelve tan fuerte, que la persona no lo siente o no le afectan sus efectos favorables o desfavorables. Si la meditación nos ha elevado hasta el punto desde donde el karma de destino actúa sobre nosotros, nos hacemos indiferentes a sus efectos. Por tanto, la meditación es el antídoto del karma.
La enfermedad, el consultar a los médicos y el seguir su tratamiento es también parte del karma. De esta forma se salda la deuda con el médico y con el farmacéutico. Además, cuando un paciente está en tratamiento, sus familiares y amigos dejan de hacerle observaciones, (…) y el paciente también experimenta la satisfacción de haber tomado las medicinas.
El bienestar material del discípulo y su éxito o fracaso en los negocios, es asunto del karma. Antes de que nazca, el curso de su vida ha sido diseñado. La cantidad de respiraciones que tiene que realizar, los pasos que tiene que dar, los bocados de comida que tiene que comer, su dolor y su placer, su pobreza y su riqueza, su éxito y su fracaso, todo, ha sido determinado de antemano. Él mismo fue el hacedor de su destino. Lo que ha sembrado lo está recogiendo ahora, y lo que está sembrando ahora, es lo que recogerá después. Si ahora continúa siendo mundano volverá a este mundo, pero si gira su cara hacia el maestro y el Verbo, irá a donde el maestro vaya y allí donde el Verbo se origina.
Solamente estos dos: el maestro y el Verbo, son nuestros verdaderos amigos que nos acompañarán tanto aquí como en el más allá. Todos los demás se relacionan con nosotros por motivos egoístas, y su compañía nos hace regresar a este mundo. Por lo tanto, ¿cómo podría un benefactor como el maestro, ser un silencioso observador de lo que está ocurriendo en la vida de su discípulo? Él le ofrece la guía necesaria y le ayuda en la forma que cree conveniente. Si un niño tiene un forúnculo, la misma madre lo lleva al médico para que se lo abra. El niño llora, pero la madre piensa en el bienestar del niño y no en su llanto, y procura que el forúnculo se abra y se cure. De ahí que lo que normalmente se llama infortunio, sea una bendición disfrazada. Es una manera de pagar una vieja deuda, aligera el peso kármico, y el maestro lo sabe. El maestro está poniendo su parte, y si el discípulo, a su vez, pone también la suya, el trabajo de ambos se facilita.
M. Sawan Singh. Joyas espirituales, carta 28