No pierdas de vista tu objetivo
La forma humana se nos concede con el único propósito de alcanzar la realización de Dios. Es la única salida que nos ha proporcionado el Señor para escaparnos de la gran prisión del mundo de los fenómenos.
M. Charan Singh. Muere para vivir
Los místicos explican que la relación que mantenemos con todas las personas a las que nos asociamos a lo largo de nuestra vida (nuestros hijos, esposos, hermanos, otros familiares y amigos), no es verdadera. Ninguno de ellos nos pertenece, puesto que al final todos nos abandonarán. Han adoptado esos particulares roles de acuerdo con los karmas que nos vinculan por un tiempo, lo cual se materializa en relaciones de dar y tomar, en definitiva, son relaciones interesadas recíprocamente; si no existiera ese interés mutuo que nos une ni siquiera nos interesaríamos los unos por los otros.
Tales relaciones nos atrapan en el amor y el apego, y nos mantienen indefinidamente en el sueño de la vida, el cual dormimos plácidamente, sin enterarnos de que se nos va el tiempo y con él la oportunidad de dedicarnos a la relación verdadera.
¿Qué clase de sueño dormimos? El sueño del olvido de la razón por la que Dios nos otorgó la oportunidad de una vida humana. Es por este motivo que los místicos intentan por todos los medios que despertemos de esta situación de despreocupado olvido. Nos dicen: Piensa por un momento en la hora de tu muerte, ¿quién vendrá a ayudarte? ¿Quién te prestará apoyo? No serán tus familiares y amigos, por los que tan frecuentemente sacrificas tus más preciosos valores. Ellos ni siquiera saben de dónde vienen los agentes de la muerte, ni adónde te llevan. ¿Qué ayuda pueden ofrecerte esas personas cuando ni siquiera saben de dónde has venido ni adónde vas?
Hazur Maharaj Ji dice en Discursos espirituales, vol. II:
Tu verdadero amigo, defensor y familiar es alguien que se preocupa por tu bienestar y se toma a pecho tus mejores intereses; no la gente que busca su propio bienestar y sus propias ventajas. A esas personas no les importan en absoluto tus intereses ni lo que te beneficia.
Efectivamente, puede resultar difícil aceptar que nuestra implicación con aquellos seres a los que amamos y por los que vivimos, en realidad nos está privando de dedicarnos a nuestra relación con Dios. A veces puede que no seamos conscientes, pero generalmente nos entregamos a ellos sabiendo que estamos renunciando y sacrificando muchos valores que sin duda comprometen nuestro objetivo espiritual. Siempre repetimos el mismo comportamiento. Si hubiéramos despertado de verdad, como dicen lo místicos ya no estaríamos en este mundo, nos habríamos liberado. Sin embargo, aquí seguimos vida tras vida arrastrados indefinidamente a la rueda de nacimientos por las cadenas del apego.
¡Nuestra propia mente nos confunde siempre! Unas veces es nuestra aliada y nos induce a priorizar nuestros valores espirituales, pero a la vuelta de la esquina nos enreda hasta tal punto con esa relaciones externas, que anula la claridad mental que necesitamos para definir qué parte de nuestro tiempo dedicamos a nuestros seres queridos. La mente nos seduce y arrastra con un sinfín de argumentos sociales, hasta que finalmente cedemos todo nuestro capital humano (tiempo y atención) a las exigencias y demandas de su alocado funcionamiento.
Solo tras un entrenamiento adecuado con la meditación y la consciencia que se despierta en nosotros, podemos darnos cuenta de que el apego hacia los seres del mundo nos arrebata un tiempo y energía excesivo, que no sabemos si se nos volverá a conceder. Por eso, los místicos afirman con rotundidad que seamos firmes en la disciplina espiritual y no nos apartemos de nuestro objetivo. Ellos no cesan de repetirnos que la forma humana es el peldaño superior de la escalera de la creación, el último escalón de esa escalera. Desde ahí, podemos llegar a elevarnos hacia arriba si lo intentamos. Pero si nuestro pie resbala en ese último escalón, caeremos derechos al fondo, a pesar de haber llegado tan cerca de la parte superior. Si somos perseverantes en lograr la unión con Dios mediante la devoción, escaparemos para siempre de la cárcel del cuerpo físico, y del sufrimiento e infelicidad del nacimiento y la muerte. Kabir Sahib dice en el Adi Granth:
Raro es el nacimiento humano,
y no sucede una y otra vez;
como la fruta madura que una vez caída
no se puede unir de nuevo a su rama.
Igual que no podemos devolver al árbol la fruta madura una vez que ha caído por mucho que lo intentemos, tampoco tendremos muchas veces la oportunidad de un nacimiento humano si ahora la dejamos pasar. Por eso, los santos nos aconsejan que nunca perdamos de vista el propósito para el que Dios nos ha dado esta oportunidad de la vida humana.