La cosecha es lo importante
Asistir al satsang es un acto de devoción.
La meditación es un acto de amor.
El amor no puede alcanzarse sin devoción.
Por lo tanto, el satsang permite que nazca el amor.
Hazur Maharaj Ji. Citado en A Wake up Call
El Gran Maestro equiparaba el satsang a un cerco alrededor de una cosecha. De la misma manera que cualquier cosecha es vulnerable sin un cerco, nuestra ‘cosecha’ de la meditación necesita una ‘valla’ protectora de satsang regular. El ambiente del satsang, diría él, nos ayuda a pensar con claridad respecto a nuestras prioridades y al propósito de nuestras vidas. Sin el satsang los deseos y las ambiciones, las preocupaciones y los problemas, los lamentos y las frustraciones que continuamente desvían nuestra atención del objetivo espiritual, son como los animales que pueden robar en un jardín sin cerco y llevarse la cosecha.
En la analogía del Gran Maestro de que el satsang es como una cerca alrededor de la cosecha, lo importante es la cosecha. ¿Puede una cerca reemplazar la cosecha? La cerca es para proteger algo. ¿Qué sentido tiene colocar un cerco alrededor de un campo vacío?
El maestro actual a menudo ha hecho una comparativa entre el satsang y un aperitivo. Cuando cenamos en un restaurante de lujo, el aperitivo es pequeño, un entrante delicioso que se come antes del plato principal. Este exquisito bocado abre el apetito, despierta las papilas gustativas para que estemos listos para disfrutar de la comida al máximo. El satsang, dice él, es sencillamente un aperitivo que abre nuestro apetito para la meditación. El ambiente del satsang crea un incentivo –una degustación de la verdad espiritual– para que deseemos probar más de ese exquisito sabor.
Al entrar en el satsang la mente se puede calmar, centrarse en un lugar rebosante de paz, quietud y claridad –al menos temporalmente–. Saboreamos algo, y deseamos más. Podríamos llamar a ese algo ‘hogar’; podríamos llamarlo ‘amor’. Algo en lo profundo de nuestro ser reconoce el camino a seguir.
En el ambiente del satsang podemos recordar nuestra verdadera identidad, y por un segundo toda la vanidad de nuestra identidad mundana se desvanece en las sombras. Independientemente de que seamos políticos, profesionales, industriales o agricultores –seamos jóvenes o ancianos, gordos o flacos, hombres o mujeres, ricos o pobres, guapos o feos, tengamos una extremidad o cuatro–, para el maestro somos almas; a sus ojos todos somos hermosos, llenos de luz, iguales. Todos somos amados. En el ambiente de su presencia, podemos vislumbrarnos fugazmente en sus ojos. Y se despierta la intensa ansia que nos atrajo inicialmente a las enseñanzas de los santos.
Mientras que el satsang puede abrir el apetito, dándonos solamente una pequeña degustación de la verdadera ‘comida’ que ansiamos, la meditación es lo único que puede satisfacer nuestro apetito.
La meditación es la técnica con la que despertamos a lo que es real. Del flujo de pensamiento incontrolado y disperso que ahora enturbia y confunde nuestra visión de la realidad, llegamos gradualmente a un lugar de claridad y quietud. Nos damos cuenta de quién y qué somos.
Nuestro compañero, nuestro querido y fiel maestro es nuestro amigo durante todo este proceso. Primero lo conocemos como el ser humano que se sienta en el estrado, el ser que nos instruye y responde a nuestras preguntas […] Poco a poco, mediante el proceso de la meditación, le reconoceremos como una presencia. Seremos conscientes de su presencia en nuestra vida, particularmente y más concretamente de su presencia en nuestra meditación. La idea de que él está en nuestro interior, esperándonos en el centro del ojo, poco a poco se convierte en una realidad para nosotros. No es una simple ilusión ni un concepto o una doctrina, sino una experiencia. Nosotros que hemos estado aislados durante tanto tiempo, descubrimos que no estamos solos; que él está siempre con nosotros, amándonos. Jamás hemos estado separados de él.
Con la práctica adecuada, con regularidad y disciplina, el discípulo al final se da cuenta de que el maestro y el Shabad son uno. Es entonces cuando esa afirmación, repetida tantas veces en el satsang de que el gurú verdadero es el Shabad y el discípulo verdadero es la atención sintonizada a la melodía divina del Shabad, se convierte en real.
Cuando a través de su gracia comenzamos a escuchar el Shabad reverberando en nuestro interior, despertamos a la realidad que siempre estuvo ahí. Los místicos nos explican que esta experiencia está por encima del conocimiento más profundo que la mente se pueda imaginar y más allá del entendimiento más elevado que el intelecto pueda obtener jamás. La infinita magnitud de esa experiencia está más allá de la comprensión humana. Esa es la Verdad que buscamos.
A Wake up Call