La gratitud de las almas nobles
¿Cómo el maestro se ha podido convertir en la vida misma para mí? Es un gran misterio, pero de una alegría infinita. ¿Cómo es que este misterio celestial se ha producido en mi vida? Está tan alejado del ámbito de la experiencia normal y corriente. Para el occidental medio se encuentra más allá de toda comprensión, pero los que han caminado por este sendero sagrado saben bien que no existe relación en el mundo más estrecha y sagrada que la relación entre un maestro y su discípulo.
J. Johnson. Citado en Discourses on Sant Mat, vol. I
La leyenda de Androcles apareció en Noches de Ática, una historia escrita por el autor romano Aulo Gelio que vivió en el siglo II d. C., aunque posteriormente se atribuyó a Esopo como tantas otras fábulas.
Androcles era un esclavo al que su amo castigaba por cualquier cosa, de modo que el joven decidió escapar. El ser apresado podría significar la muerte para él o que lo mandaran a las galeras.
Cierta noche se le presentó a Androcles la oportunidad que esperaba, y huyó. Al amanecer, se arrastró dentro de una cueva para dormir. Al despertar, sintió un leve movimiento. En la boca de la cueva percibió la silueta de un león. No se atrevió a moverse, pero luego se dio cuenta de que el animal estaba herido, pues lamía desesperadamente una de sus patas. Intrigado, el joven se le acercó un poco y el león, asustado, trató de levantarse, pero con un gruñido de dolor se echó otra vez al suelo. “Es una tremenda espina que tiene en su pata”, se dijo mientras se acercaba lentamente. “Su pata está hinchada y él nunca se la podrá sacar”.
Poco a poco, Androcles se acercó a la fiera hablándole en tono muy suave. El león le permitió a Androcles examinarle la pata, y con mucho esfuerzo le sacó la espina. Terminada la operación, el animal lamió la mano del joven agradeciéndole su ayuda.
Pero el amo de Androcles lo buscaba, y al cabo de tres meses dio con su escondite. El castigo que le impuso fue que tendría que pelear con una fiera en el anfiteatro el próximo día festivo. En esos tiempos, los romanos se divertían con tales espectáculos, enfrentando a seres humanos indefensos con algún animal feroz al que habían privado de su comida.
Llegado el día la arena se llenó de gente, y el amo de Androcles estaba allí sentado deseoso de vengarse del prófugo. Entró el joven y soltaron a un león, y la multitud gritó con frenesí. La fiera, excitada, se lanzó con un rugido hacia el esclavo, pero, antes de caer sobre él, se detuvo y lo miró detenidamente. De pronto, para asombro de todos, el león empezó a lamer las manos y los pies del esclavo, mientras que Androcles lo abrazaba tiernamente. ¡Un león y un humano comportándose como dos íntimos amigos! Era realmente emocionante.
Frente a un hecho tan inusitado, el emperador decidió que ambos debían ser premiados concediéndoles la vida. Reconoció la valentía de Androcles y la gratitud del león para con él, y por lo tanto a los dos les concedió la libertad ante los aplausos de todos los espectadores.
Más tarde, cuando las personas en Roma veían a Androcles andando por las calles seguido de su fiel león, lo señalaban y decían: “Ese es el león, el amigo del hombre; y aquel es el hombre, el médico del león”.
El león somos nosotros, y la espina clavada en su pezuña es el karma que cada uno portamos en la vida, debido al cual sufrimos y arruinamos nuestra relación con Dios. Del mismo modo que el león no podía quitarse la espina por sí mismo, ninguno de nosotros puede eliminar sus karmas a no ser que alguien le ayude a hacerlo. Y del mismo modo que el león se encontró con su salvador, así también un maestro espiritual aparece en nuestras vidas para sanarnos espiritualmente y aliviar nuestro sufrimiento. El maestro, lleno de misericordia, viene a nuestro nivel, a este mundo de sufrimiento y nos ayuda a deshacernos del karma que nos impide ver a Dios cara a cara.
A lo largo de la historia, este relato ha puesto de manifiesto diferentes interpretaciones espirituales. Concretamente, la tradición cristiana interpreta que Androcles arriesga su vida sacándole la espina al león, y establece la comparativa de cómo Jesús no solo arriesgó su vida, sino que la dio para redimirnos. Igualmente ocurre en Sant Mat, los maestros espirituales entregan su vida a la causa de nuestra salvación, es su misión en la vida y renuncian a su vida personal para liberarnos del ciclo de la transmigración.
Hazur Maharaj Ji se refiere a esto cuando un discípulo le pregunta en Spiritual Perspectives, vol. I: “Maharaj Ji, padre mío, me gustaría saber qué significa cuando se nos dice que Cristo murió por nuestros pecados…”. A lo que él contesta:
Bueno, hermana, cuando se dice en la Biblia que Cristo murió por nosotros, quiere decir que cada maestro tiene que compartir el karma de sus discípulos. A menos que el maestro ayude a sus discípulos y comparta sus karmas, ninguno de ellos podrá alcanzar el nivel del Padre. De modo que les ayudan a saldar sus karmas e incluso los comparten. Como dijo Cristo: Yo soy el rescate para mis discípulos ante el poder negativo. Así pues, cada maestro muere por los pecados de sus discípulos. Esto quiere decir que les ayuda a eliminar sus karmas, sus pecados. Esa es su misión en la vida.
Y los maestros espirituales hacen esta renuncia y entrega personal desde el altruismo más absoluto, la hacen por puro amor…
A veces nos olvidamos de ser agradecidos con quien cuida, limpia y sana cada una de nuestras heridas. Aquel que con la iniciación nos ha dado la oportunidad de ser libres, de vivir una vida nueva apartándonos definitivamente de la cadena de karma y sufrimiento que soporta nuestra existencia, acompañándonos fielmente hasta que lleguemos a completar nuestra meta junto al Padre. Así se ilustra este agradecimiento hacia el maestro en el libro Meditación viva:
El camino de la devoción puede comenzar por el simple reconocimiento de la generosidad del maestro […] con el agradecimiento al maestro por habernos concedido la iniciación, por enseñarnos a meditar, por enseñarnos qué hacer con nuestra mente y cómo vivir nuestras vidas; gratitud por ponernos en el camino correcto, por darle dirección y propósito a nuestras vidas, por enseñarnos, con su ejemplo, cómo amar más allá de nosotros mismos, sin esperar recompensa.
Si miramos hacia atrás y vemos cómo eran nuestras vidas antes de que él nos llamara a su lado, recordaremos con gratitud las muchas cosas que ha hecho por nosotros, con el único propósito de espiritualizar y transformar nuestras vidas.
Por todas esas cosas tenemos el deber de dar gracias a Dios. Agradecer es saber reconocer la generosidad de quien nos ofrece un favor, saber que lo recibido debe tener como respuesta una muestra de sincera gratitud. La meditación es el mayor agradecimiento hacia el maestro. Es lo que le complace, porque en última instancia él es responsable de elevar al alma, y le agrada que reduzcamos nuestra carga cada día. Similarmente, Hazur Maharaj Ji explica en Muere para vivir:
El maestro está igualmente feliz de que el alma, que se había extraviado, que era esclava de los sentidos, que no sabía nada del Padre, que estaba ciega para el Padre haya empezado a percibirlo interiormente. Se ha vuelto más y más ligera, ha comenzado a brillar y está ahora en posición de sumergirse nuevamente en el Padre.
Baba Ji suele referirse a que nos hemos acostumbrado a pedir la gracia de Dios a cada instante, y es así como mediante el acto de pedir omitimos el acto de agradecer. No valoramos las bendiciones de Dios, y sin ser conscientes exigimos ser merecedores de su misericordia, de su fidelidad, de su amor…
El maestro nos está ayudando de un modo que escapa a nuestra comprensión. Pero el hecho importante es que él está haciendo que cada vez nuestra carga kármica sea menor, y cuanto más ligera se vuelva, más profunda será nuestra percepción. Entonces surgirá en nuestro interior una conciencia nueva que nos permitirá ver qué cada respiración es una manifestación de la gracia de Dios hacia nosotros y, por tanto, merece nuestro agradecimiento. Como suele expresar Baba Ji, todo es parshad (gracia, bendición).
El auténtico agradecimiento que podemos tener por la iniciación es practicarla, vivirla y acomodar nuestro sistema de vida convenientemente. Ese es el auténtico, el verdadero agradecimiento que podemos ofrecer al maestro. Las meras palabras no tienen sentido. No nos llevan a ningún lado.
M. Charan Singh. Muere para vivir