Amar en la oscuridad
Mantengamos la atención en la oscuridad y hagamos simran. Eso creará automáticamente amor. Con ayuda del simran, ese amor se generará en nosotros automáticamente.
M. Charan Singh. Muere para vivir
En el vídeo publicado por RSSB, El enigma del amor –un título con una bellísima descripción–, los primeros comentarios que vemos y escuchamos están llenos de verdad, y encierran en muy pocas palabras toda la realidad espiritual:
Una luz brilla en el interior de cada ser humano. Un poder que sostiene a todas las almas del universo. Inmersos en el mundo nos volvemos ajenos a esa luz, hasta que encontramos a un alma realizada, un maestro espiritual vivo. Entonces tenemos un vislumbre de esa luz y nos sentimos atraídos por su extraordinaria presencia.
Somos alma, somos espíritu. Una gota del océano que es Dios. Pero ¿cómo hemos llegado aquí? ¿Qué parte hemos jugado para llegar a este punto de oscuridad donde nos encontramos hoy? Bayazid Bustami, un místico sufí persa conocido por la audacia de su expresión sobre la completa absorción en Dios, expresó:
Al principio pensaba que era yo quien recordaba a Dios, quien le conocía, quien le amaba y le buscaba, pero al final descubrí que él se había acordado de mí antes de que yo me acordara de él, que su conocimiento sobre mí es anterior a mi conocimiento de él, que su amor por mí existía mucho antes que mi amor por él, y que él me había buscado antes de que yo le buscara.
Todo comienza con el Señor. Él es el que todo lo sostiene y en él se completa todo. Los maestros verdaderos nos explican de forma muy sencilla, que nosotros no somos verdaderamente responsables de encontrarnos hoy día en medio de una búsqueda espiritual o en un sendero espiritual. Que el ‘yo’, el ‘mío’, ha sido completamente descartado de la ecuación. Todo lo que ha acontecido en nuestras vidas, lo que nos ha traído a este punto de estar interesados en el sendero, lo ha llevado a cabo el mismo Señor. Nosotros no hemos tenido que hacer nada… Sin embargo, se nos ha dado todo.
En las enseñanzas de los maestros encontramos una afirmación que es el punto de partida del camino interior, es el reconocimiento de la verdad inherente como seres humanos: que somos alma. Por lo tanto, formamos parte integrante de Dios y por definición somos seres completos. Por esta razón, aceptamos la espiritualidad tan fácilmente. Aceptamos emprender un sendero espiritual. Un sendero de amor; hoy por hoy un sendero hacia el amor. Y como en todos los senderos, hay que caminar por él y no solo hablar de él.
Así pues, después de infinitas búsquedas incompletas del amor, por fin caminamos el sendero espiritual de Sant Mat. Y andar por él no es muy difícil. No requiere ninguna habilidad especial o física en particular. Solamente requiere compromiso y resolución para desarrollar una amistad con aquel que nos lo ha dado todo: el maestro. Sin embargo, intensificar esa preciosa amistad espiritual que ha nacido entre él y nosotros, solo es posible a través de la meditación.
En El libro de la vida (cap. 8.5), Santa Teresa de Ávila escribe:
El bien que tiene quien se ejercita en oración hay muchos santos y buenos que lo han escrito, digo oración mental: ¡gloria sea a Dios por ello! […] Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; […] que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama.
Este sendero comporta un proceso continuo, sigue un movimiento sin interrupción. Como dice Santa Teresa, solo necesitamos desear ir continuamente hacia el encuentro interior con el maestro. Una vez iniciados ya no nos detenemos, no podemos parar ese encuentro interior con él, porque para recorrer el camino no necesitamos nada especial, es decir nada que no tengamos ya dentro de nosotros mismos; nada que no sea nuestro. Es más, este sendero más bien nos quita: nos ayuda a eliminar todo lo que obstruye y estorba nuestro avance hacia la unión con Dios. Elimina los obstáculos y reduce la separación de aquel que amamos. Con cada paso, con cada periodo de meditación nos purificamos, nos pulimos, nos embellecemos.
Meditando se arranca un velo de oscuridad tras otro, se elimina un karma después de otro, y el resultado es que nuestra carga se aligera cada día que pasa. El propósito de la meditación es hacernos conscientes de quién somos (alma) para que podamos realizar lo que ya somos (Shabad). Verdaderamente no nos hace falta nada, excepto la realización de lo que nos pertenece. Esto es el sendero: hacerse consciente de la divinidad interior del ser humano. En definitiva, caminar por el sendero de la realización es caminar de la oscuridad de la ignorancia a la luz de la consciencia y el entendimiento.
Como discípulos, atravesamos muchas etapas en el proceso de abrirnos paso hacia la luz, hacia el amor divino. Existe una cadena de eslabones de oro unidos todos firmemente, y a través de ellos pasamos de una etapa a otra. De la meditación pasamos al amor, del amor al anhelo, del anhelo al dolor de la separación, y finalmente el dolor de la separación nos hará meditar con tal intensidad, que el maestro nos unirá interiormente con él.
La meditación se refleja en nuestra vida y nuestra vida se refleja en nuestra meditación. La meditación es la clave. La meditación es el verdadero vínculo de amistad con Dios. Es un círculo virtuoso, siempre creciente, atrayéndonos a través del maestro a la órbita de Dios mismo, y quedándonos ahí bien sujetos por su atracción divina.
Avanzamos caminando de la mano del maestro. En este sendero estamos avanzando en el interior de nosotros mismos. Por eso, meditamos diariamente fuera de cualquier mirada ajena, a solas con nuestro amigo espiritual, y aunque lo hacemos dentro de la oscuridad del centro del ojo, esperamos que su forma radiante un día u otro ilumine esa oscuridad.
Este juego de amor es un juego invisible. Por eso, cuando los maestros nos aseguran que están siempre con nosotros o cuando leemos en los libros que debemos entregarle todas nuestras preocupaciones al satgurú, no nos queda más remedio que creerlo y jugar así ese juego interior.
Hasta la fecha, a la mente le gusta que las cosas se hagan a su manera; no retamos a la mente a que vea las cosas de forma diferente o al menos a que intente abordar las cosas de otra forma… La mente sigue el juego de seguir solo aquello que ve. Su lema es: “Ver para creer”. Hay momentos en que añoramos la presencia del maestro y haríamos cualquier cosa por tener esa mirada de su forma física, pero, si lo analizamos bien, esa añoranza es fugaz. Sí, cuando él está con nosotros ese encuentro es intenso, pero dura un instante…, y después él se va. Lo vemos y sentimos mucho amor por él, pero después lo olvidamos. Experimentamos las cosas de manera muy emocional, tal como lo hemos hecho siempre. Nos es cómodo vivir las cosas como las hemos vivido siempre, muy superficialmente, pero ¡cuidado!, tenemos que comprender que estamos aplicando una visión muy materialista a un sendero espiritual.
Hoy por hoy, el único compañero constante de un discípulo es la meditación. Esta es la práctica que nos hará receptivos para contactar con una maravillosa melodía que escucharemos interiormente… Es solo en ese recogimiento interior como es posible sintonizar con la música divina y crecer en amor.
Como discípulos nuestra vida es una vida llena de asombro, y al mismo tiempo es una vida con propósito, dulzura y esperanza. Es una vida que está repleta de amor. Y este amor que llevamos muy dentro es profundo, luminoso, singular… Amamos con el alma, amamos sin medida con el corazón. Sabemos que no estamos solos, que este amor que nos protege viene de su constante compañía interior como río rumbo al mar, y se refleja en ese cielo interior donde vamos a volar.
No hay que esperar nada, hay que vivir la experiencia de todo. Absolutamente nada es malo o negativo en un sendero de amor. Todo tiene un propósito. Todo es perfecto exactamente como es. Podemos aprovechar cada experiencia por la que nos toca pasar, cada sufrimiento, cada desilusión, cada alegría, cada miedo…
El Gran Maestro escribe en Joyas espirituales:
Cuando el amor empieza a fluir sin contrariedades, el encanto se pierde y la vida se vuelve monótona y rutinaria.Se necesita algún choque para romper la monotonía. A menudo surge un período de desilusión en la vida del devoto. Esto es deseable. Tiene un propósito. El de producir el choque. Después de pasar un tiempo en esta desilusión, la intensidad del amor por la elevación espiritual crecerá. Un obstáculo en el camino de la resolución dará impulso para continuar avanzando.
Así es que lo que usualmente llamamos un obstáculo, se presenta simplemente para hacernos más fuertes; incluso ese sentimiento de estar en la oscuridad es algo bueno y necesario para todo discípulo. La oscuridad interior es la realidad para la mayoría de nosotros. ¡Amémosla! Si la abrazamos, la empezamos a conocer y nos refugiamos dentro de ella con la consciencia de que allí estamos protegidos por nuestro amado, por nuestro amigo. Hay tanta esperanza en esa oscuridad… Tanta fe e ilusión… Todo es posible allí, en la simple oscuridad. Es en ese silencio oscuro donde ocurre lo indecible. Es ahí donde nuestra alma reposa, aguarda tranquila la llegada de la luz y el sonido, la llegada del Shabad. ¡Ama la oscuridad!
¡Ama en esa oscuridad! Esa oscuridad que contiene la promesa de un amanecer. Mantente en esa realidad que en sí es el amor mismo; es nuestro legado, es nuestra realidad… Y veremos maravillados como un día nos deslumbrará.
Nada puede sustituir a la meditación diaria. Solo la meditación –aprender a transformar nuestra conciencia para poder ver y experimentar lo que hay en nuestro interior– puede purificar a la mente y prepararla para el contacto con el Shabad. El contacto con el Shabad es transformador. Los maestros describen el Shabad como la verdadera ‘piedra filosofal’, de la cual se decía que convertía el metal común en oro. El contacto con el Shabad transforma la oscuridad de la ignorancia en la luz del entendimiento.
Sant Mat esencial