El jardín de la aceptación
La meditación resuelve todos los problemas. Hay muchas preguntas, muchos problemas en la vida para los que no hay solución, pero siempre se pueden superar con la ayuda de la meditación.
M. Charan Singh. Perspectivas espirituales, vol. II
Se cuenta una historia sufí acerca del mulá Nasrudín, conocido por sus habilidades excepcionales para cultivar los jardines más hermosos y exquisitos. Decidió emprender un viaje hacia la tierra de las maravillas, un lugar lleno de magia y secretos, donde se decía que crecían las semillas más extraordinarias.
Después de un largo viaje, Nasrudín llegó a la tierra exótica. Allí, entre selvas misteriosas y cascadas cristalinas, encontró las semillas que tanto anhelaba. Eran unas semillas fuera de lo común: con colores vibrantes y fragancias embriagadoras, cada una con el potencial de convertirse en una flor única y espectacular.
Lleno de esperanza y emoción plantó las semillas con cuidado, esperando ver cómo florecían las maravillas que había traído consigo. Sin embargo, a medida que las flores comenzaron a crecer, se dio cuenta de que el jardín estaba lleno no solo de las hermosas flores cuyas semillas había elegido, sino también de malas hierbas.
Naturalmente, este hecho lo dejó totalmente perplejo, pues ahora las malas hierbas amenazaban con ahogar la belleza de las flores que tanto le había costado traer y cultivar. ¿Cómo podría mantener la belleza y pureza de su jardín frente a esta invasión no deseada? Sin embargo, su positiva naturaleza no le permitió rendirse sino abordar el problema con la misma sabiduría que lo llevó a esa tierra exótica.
Buscó el consejo de los jardineros más expertos y probó todos los métodos conocidos para deshacerse de las malas hierbas, pero fue en vano. Finalmente caminó hasta la capital para hablar con el jardinero real en el palacio del sheikh. El anciano sabio había aconsejado a muchos jardineros antes y sugirió una variedad de remedios para expulsar las malas hierbas, pero Nasrudín los había probado todos. Entonces se sentaron juntos en silencio durante algún tiempo.
Finalmente, el jardinero miró a Nasrudín y le dijo: “Tengo la solución: te sugiero que aprendas a amar las malas hierbas”.
Tras este sabio consejo del jardinero real, Nasrudín no dijo más y lo aplicó sin cuestionamiento alguno. En lugar de arrancar las malas hierbas, decidió abrazarlas y comprender su propósito en el jardín. Observó cómo las malas hierbas coexistían con sus flores, y en lugar de verlas como una amenaza, las aceptó como parte integral del paisaje.
Este giro en la actitud de Nasrudín, nos invita a reflexionar sobre la aceptación y la comprensión de las imperfecciones y desafíos de la vida. En lugar de luchar contra las adversidades, Nasrudín eligió amar incluso aquellas partes de su jardín que podrían considerarse indeseables.
Al amar las malas hierbas, Nasrudín obtuvo la comprensión de que cada elemento en su jardín contribuía a la totalidad de esta experiencia. Simbólicamente, las malas hierbas representan las lecciones difíciles y los momentos desafiantes que, aunque no siempre deseados, son esenciales para el crecimiento y la plenitud.
En última instancia, la historia del místico jardinero que aprendió a amar las malas hierbas nos enseña que la verdadera sabiduría yace en la aceptación y en encontrar la belleza en todas las experiencias de la vida, incluso en aquellas que inicialmente podríamos percibir como obstáculos.
El libro Seva contiene una interesante reflexión sobre esta historia de Nasrudín –llevada al ámbito del seva–, que se relaciona con esas experiencias que no se ajustan a nuestras expectativas. Dice así:
La mayoría de nosotros hacemos todo lo posible para mantener la armonía, y esto no es poca cosa: requiere que nos ajustemos, cedamos, controlemos nuestros egos. Sin embargo, esto no es suficiente. Claramente el maestro quiere más de nosotros. Recordemos, ¡el jardinero real no le dijo a Nasrudín que tolerara las malas hierbas, le dijo que aprendiera a amarlas!
Pero ¿cómo podemos amar a un compañero sevadar que es arrogante o hiriente? Los místicos enseñan que no nos tiene que gustar alguien para amarlo. Todos somos hermanos y hermanas en la familia espiritual de nuestro maestro. En esta familia, como en todas las familias, habrá personas que nos agradan y otras que no, pero no las rechazamos, no las condenamos al ostracismo. No dejamos de venir al seva por su causa. Si constantemente tratamos de comportarnos de una manera amorosa con ellos, con el tiempo, el amor genuino y el respeto se desarrollarán en nosotros.
El amor del maestro es el pegamento que nos mantiene a todos juntos. En una hermosa carta a los discípulos del libro Joyas espirituales, el Gran Maestro nos exhorta a mantener el amor y la armonía en nuestra familia espiritual:
Con amor y humildad, olvidad vuestras aparentes equivocaciones y faltas, y sed tolerantes con las diferencias de opinión. No permitáis que nadie trate de imponer su propio criterio o que se imponga contra la voluntad de la mayoría. El amor y la armonía son muchísimo más importantes que la opinión de cualquier individuo. Lo que dijo Jesús hace muchísimo tiempo, os lo repito yo ahora: “¡Por esto deberán conocer todos los hombres que sois mis discípulos, porque os amáis los unos a los otros!”.
Aquel que olvida esta ley e infunde en el satsang el más mínimo elemento de discordia, deja de ser mi discípulo en espíritu y en amor. Es sencillamente un niño desobediente. Todos vosotros tenéis mi ilimitado amor y bendición, y espero que la ley del amor sea vuestra ley suprema y el principio que os guíe. Recordad que la opinión de una persona no tiene ninguna importancia, sea la que sea, cuando va contra los principios del amor y la armonía. No importa que a cualquiera de vosotros os guste que se haga algo o no; mantened una dulce armonía y amor, y permitid que gobierne la mayoría.