¿Qué enseña un maestro?
Si por la gracia de Dios alguien puede encontrar a un santo que haya alcanzado la realización de Dios, debería interiorizar sus enseñanzas y moldear su vida consiguientemente. Esto es verdadero satsang.
M. Sawan Singh. Filosofía de los maestros, vol. I
Si alguien nos pregunta: ¿Qué es este sendero de Sant Mat y qué es lo que un maestro espiritual explica?, ¿cuál es la enseñanza? Una de las respuestas que podemos dar, de forma resumida, es: “Un maestro espiritual nos enseña a conocer a Dios y cómo alcanzar la liberación del ciclo de nacimiento y muerte”.
Y en el mundo en que vivimos y con la forma de vivir que tenemos, este no es un mensaje que a las personas, en general, les resulte familiar o que despierte su curiosidad e interés. ¡Nada más y nada menos que conocer a Dios!, cuando todos vivimos pendientes de nuestras cosas e intereses en el mundo, de todo lo que hay en él, de los seres que nos rodean, de nuestros quehaceres y de las metas que nos proponemos. En medio de todo esto, ¿dónde queda Dios? El mundo es lo importante y, por tanto, nos parece que lo normal es dedicarnos a él.
Sin embargo, los maestros sostienen que lo más natural y lo que nos corresponde a los seres humanos, es vivir manteniendo de forma consciente la relación y conexión con el Creador y no solo con su creación, como hacemos. Esta relación debería ser una experiencia real en nosotros, en tanto que nuestra alma es una partícula del Señor, es de su misma esencia. Pero no ocurre así porque hay una desconexión, una distancia provocada por una entidad que existe en nosotros y que ha establecido, –durante tiempo inmemorial– un espeso velo o cortina entre nuestro ser real que es el alma y Dios. Y esta entidad es la mente.
Cuando vinimos a este mundo nuestra alma tomó la compañía de la mente, y todas y cada una de las acciones que realizamos bajo el dominio de la mente –dirigidas hacia el mundo– nos devuelven a la cárcel de la rueda de nacimientos y muertes (chaurasi); y así, seguimos atados indefinidamente a la creación.
Una mente que, por otro lado, debería hacernos discernir, pensar, puesto que como humanos estamos dotados con la facultad de discernir, algo de lo que el resto de criaturas carece. En efecto, una mente que puede ayudarnos a pensar hacia dónde dirigir la vida, para hacer algo más que meramente ocuparnos de nuestra supervivencia. La mente debería orientarnos hacia cosas más valiosas que los logros mundanos: deberíamos encaminarnos hacia el reconocimiento de nuestra esencia espiritual, para poder así reconocer a nuestro Creador. Como leemos en el libro El sendero:
… En cada hoja, en cada semilla, en cada partícula de arena está Dios, y nada puede suceder sin él.
Por tanto, se trata de lograr esa ‘consciencia’, y la mente debería encaminarnos hacia esa búsqueda que nos lleve a emprender el camino para percibir a Dios en nuestro interior, para así también verlo en todas partes e inseparable de esta creación.
A veces, los maestros expresan verdades que en el día a día pueden pasar desapercibidas, pero a poco que reflexionemos sobre ellas no dejan de impactarnos. Por ejemplo: ¿Quién sustenta esta creación? Su funcionamiento, su belleza, su perfección, su sincronización en cada movimiento… Esta obra tiene signos y da muestra, ante nuestra inteligencia y razón, de que hay, ¡tiene que haber un hacedor!
Así lo expresa el Gran Maestro en el libro La llamada del Gran Maestro:
¡Qué hermosa y magnífica es esta gran fábrica del universo, y con qué precisión y eficacia trabaja su maquinaria! ¿Acaso sugieres que todo funciona sin un Ingeniero? No, hijo mío, no es así. Hay un Ingeniero. Pero solo podrás ver la mano de este supremo Ingeniero cuando tengas un guía adecuado…
Hay definitivamente un Creador a quien le debemos agradecimiento a cada momento, por cada cosa: por todo. ¡Hay tanta gracia! Dios está cuidando de todo. Frente a esta realidad, vemos como el ser humano emprende pequeños o grandes proyectos en la creación y se dedica enérgicamente a ellos, pero todos son temporales y además no dejan de ser réplicas de todo lo que existe… Y esta creación, el tiempo que lleva existiendo, ¿quién cuida de ella? Dios está eternamente cuidando de esta creación, de cada uno de nosotros. Su obra es una obra de amor, y su amor no se cansa… Pero no nos damos cuenta, estamos ciegos.
Estamos ciegos porque la mente nos hace vivir ajenos a nuestra realidad divina, por falta de reflexión, por no hacer un uso más elevado de nuestra facultad de discernimiento. Y así seguimos, con la mirada puesta en el mundo y realizando acciones dirigidas hacia él, que tan solo aumentan nuestra ceguera.
Pero aquí encontramos un punto de inflexión respecto a lo que conocemos de la mente, el cual los maestros enfatizan al explicarnos que la mente es de una naturaleza más sutil y superior a la condición de materia y esclavitud a la que la han sometido los sentidos. En el libro El sendero leemos:
De la misma manera que el alma es de la esencia del Señor, la mente es de la esencia de Brahm. Su origen está en trikuti, la segunda región espiritual. Pero ¡ay!, atrapada en la red de la ilusión ha olvidado su lugar de origen.
La mente pertenece a un nivel superior y no está en equilibrio en este nivel físico. Por más que busque placer tras placer en este mundo, nada le satisface de forma permanente; todo es para un tiempo. De ahí el que cambie siempre de objetivos, tras una búsqueda satisfecha comienza otra; nada le proporciona estabilidad. En Perspectivas espirituales, vol. I, leemos:
La mente tampoco es feliz en esta creación. La mente se frustra con los placeres sensuales; se siente infeliz después de permanecer un tiempo en los placeres sensuales. También desea más paz, más felicidad. La mente obtiene paz cuando retorna a su fuente original.
Y como los místicos quieren nuestro bien, nuestra paz, y que llevemos una vida con sentido espiritual, culminando la meta y propósito para el que se nos ha dado este cuerpo humano, nos orientan y explican que todo nuestro empeño, todo nuestro esfuerzo, debe dirigirse a controlar a la mente para llevarla así de vuelta a su origen, en la cima de la segunda región espiritual.
Y además detallan que si queremos controlar a la mente, tenemos que estudiar su naturaleza y sus hábitos. Es decir, por experiencia sabemos que la mente es aficionada al placer; puede amar mucho a algo o a alguien, pero en el momento en que encuentra algo mejor, deja lo primero y corre tras lo segundo. En el libro El sendero leemos:
Ningún amor o apego puede mantener a la mente constante o estable. Las mismas cosas por las que en un tiempo estábamos dispuestos a sacrificar la propia vida, pensando que no podríamos vivir sin ellas, pierden su atractivo y puede que ahora ni siquiera queramos verlas.
En Perspectivas espirituales, vol. I, leemos:
La mente busca la felicidad. Esa es la característica de la mente… En el momento en que encuentra una vía hacia la felicidad, la toma. En su búsqueda de la felicidad se ha vuelto esclava de los sentidos. Pero cuando se frustra a causa de los sentidos y encuentra otra vía para alcanzar cierta felicidad interior, evidentemente su tendencia se vuelve hacia el interior.
Si miramos nuestra vida en retrospectiva, veremos que a pesar de que la mente en su búsqueda de amor y felicidad se ha entregado a diferentes personas y cosas, nada la ha mantenido estable. De ahí que los místicos afirmen que mientras no consiga algo superior, más noble, más elevado que el amor terrenal, bajo ninguna circunstancia estará dispuesta a renunciar a los placeres de este mundo.
¿Cuál es ese amor superior por el que nuestra mente renunciará al amor y apegos mundanos? Los místicos nos dicen que el sabor del Shabad o Nam, la música interior no tocada, es tan dulce, tan trascendente y cautivadora que nuestra mente queda automática y totalmente satisfecha y tranquila.
Esta perla de gran sabiduría (la divina melodía, la voz de Dios), está oculta en el cuerpo humano y reverbera en el foco del tercer ojo. Todos los seres humanos tenemos este potencial. Es el diseño del Creador y nadie puede alterarlo, modificarlo o añadirle nada. Es hasta este punto que, con ayuda de un maestro experto, la consciencia del cuerpo tiene que retirarse, mantenerse y situarse en la órbita de ese poder inmanente que resuena incesantemente.
¿Quién nos ayuda a alcanzar esa riqueza que Dios ha puesto en nuestro interior, por cuya mediación podremos unirnos a él y liberarnos para siempre de esta creación? El maestro espiritual.
¿Qué es un maestro? y ¿por qué necesitamos a un maestro espiritual?
En realidad, nuestro verdadero maestro es el Shabad, ese Espíritu o Verbo que está en nuestro interior. Ese es nuestro maestro verdadero, el poder creador del que surgió la creación. Pero a menos que encontremos a alguien en quien more conscientemente el Verbo y conecte nuestra alma con el Verbo, no podremos contactar con ese Verbo en nuestro interior. En Perspectivas espirituales, vol. I, leemos:
Nuestro objetivo principal es volver al Padre y unirnos con él. La relación entre el alma y Dios es de amor y devoción. (…) Se basa en el amor puro. (…) Únicamente con la fuerza de nuestro amor y devoción seremos capaces de volver al Padre; sin embargo, solo podemos amar a alguien a quien hayamos visto, a quien hayamos conocido, con quien nos hayamos relacionado. ¿Cómo podemos amar al Padre, a quien nunca hemos visto, de quien sabemos solo de oídas?
Y más adelante continúa:
Intentamos buscar la compañía de santos y místicos, quienes nos dan fuerza y apoyo, nos llenan de amor y devoción y nos llevan de regreso al Padre. Así que los amamos. Al final, el maestro y el discípulo se unen con el Padre. Esta es la razón por la que buscamos la compañía de tales santos, porque a ellos sí los hemos visto, los conocemos, y su amor se transforma en amor por Dios.
El Gran Maestro, en sus satsangs, solía dar el ejemplo de una gota de agua que al mezclarse con el océano, deja de ser gota y se convierte en el océano. Igualmente un alma, cuando se funde en el océano divino, pierde su identidad. A todos los efectos es una con el Señor. Así pues, externamente el gurú o maestro parece una persona corriente, pero, en el interior, su posición y poder son incalculables. Solo aquellos que entran en su interior pueden juzgarlo.
Un maestro espiritual nunca dice que él es un maestro o gurú. Más bien nos comenta que podemos considerarlo como un hermano, amigo, tutor, hijo o servidor, y que sigamos sus instrucciones y vayamos al interior. Cuando consigamos hacerlo, veremos por nosotros mismo la posición y poder que el maestro ostenta. Entonces podremos llamarle como mejor nos parezca. Los santos se llaman a sí mismos servidores o sevadares. En el libro La llamada del Gran Maestro, leemos:
¡Qué afortunado es aquel a quien el destino pone en contacto con un maestro así! ¿Y quién podría ser nuestro familiar más amado sino él, después de haber entrado en nuestra vida? Pero el gurú no permite que lo adoremos ni necesita nuestro amor. Su amor está dedicado exclusivamente al Señor y dirige también nuestro amor hacia él.
¿Por qué es necesario tener amor por el maestro? Simplemente para apartar nuestro apego de las demás cosas. Y ¿cómo se produce este amor por el maestro? o ¿qué es verdadero amor y devoción?
Obedecer implícitamente cualquier mandato del maestro es amarle. El maestro dice: Abstente de alimento animal, bebidas alcohólicas, drogas y derivados del cannabis, y tabaco. Lleva una vida honesta y pura. Nunca robes la propiedad ajena. Abandona la lujuria y la ira, y retirando tu mente de los goces y los placeres de los sentidos, intenta completar el viaje interior al palacio del Señor a través de la práctica de la meditación. Este es el verdadero propósito de tu vida. Amar al gurú es amar a Dios. En Spiritual Perspectives, vol. III, leemos:
En realidad, solo podemos sentir amor por el maestro cuando vemos su forma radiante en el interior. Es tan cautivadora que no deja que la mente se fije en nadie más. Cristo dijo: Vosotros vendréis a mí y yo vendré a vosotros. Te fundirás en mí y te convertirás en uno conmigo. El amor nos hace perder nuestra propia individualidad, nuestra identidad, y nos ayuda a fundirnos en la forma radiante del maestro. Ese es el amor verdadero hacia el maestro.
Antes de eso, el amor al maestro se refiere a seguir las enseñanzas. Vivimos una vida acorde con Sant Mat, construimos nuestra meditación sobre la base que nos da el maestro y no transigimos con nuestros principios; practicamos nuestra meditación de forma diligente, honesta y sincera. Es entonces cuando de inmediato creamos amor por el maestro. Todo eso nos ayuda a crear amor, y la meditación nos ayuda a fortalecer ese amor, a hacerlo crecer y crecer hasta que nos convertimos en uno con el maestro.
Ese es el verdadero propósito: retirar la mente de los goces y los placeres de los sentidos e intentar completar el viaje interior al palacio del Señor. El resto de experiencias son pasajeras, efímeras, y no dedicarnos a ese propósito significa dejar que el tiempo pase, y del mismo modo que cuando intentamos recoger arena del mar con nuestras manos se nos escapa entre los dedos, igualmente, sin la práctica espiritual, la vida se nos escapará sin hacer nada de valor. Nada importará cuando muramos, solo el amor al maestro, el amor a Dios.
El amor y apegos que tenemos en el mundo no nos ayudarán en el momento final. Es verdad que debemos mantener relaciones de armonía y responsabilidad con todos los seres, pero eso no niega el hecho de que son relaciones efímeras y pasajeras, y no deberíamos perder la perspectiva, ni la dedicación a ellas debería apartarnos por ningún motivo de nuestra dedicación verdadera.
Los místicos comparan el viaje de la vida con un tren, en el que cada cual se baja en una estación. Estamos juntos en algún vagón con determinadas personas, pero solo por un tiempo; nada más. Cuando llega el momento, cada uno se baja del tren en la estación establecida y el tren sigue su destino. Solo la relación con el Creador perdura y es lo que podremos llevarnos con nosotros al morir, es lo único.
Y antes de que llegue nuestra parada, tenemos desde ahora todo el tiempo para dedicarnos a controlar y purificar a la mente para que se revele nuestra esencia divina. No tenemos que ir a ninguna parte, solo debemos esforzarnos en la meditación y hacer lo mejor posible para ir al interior; todo ya está dentro de nosotros.
Tenemos que hacer los debidos preparativos para este viaje espiritual en el que nos reuniremos interiormente con nuestro Creador.