Caminos de búsqueda
Si no fuera por su gracia, ni encontraríamos al maestro ni seguiríamos el sendero. Su gracia es lo primero que llega. Crea en nosotros el deseo de encontrarle.
M. Charan Singh. Muere para vivir
Este artículo consta de uno de los innumerables relatos que existen sobre cómo las personas encuentran un sendero espiritual. La pregunta recurrente ‘¿cómo llegaste al sendero?’, suele despertar el interés de sus seguidores. Y cuando una persona la responde y relata su historia, nos percatamos de cómo siempre persiste en ella la conocida idea de que ‘los caminos del Señor son inescrutables’. Sí, al escuchar estas historias, nos maravillamos de las múltiples y únicas formas en que Dios atrae a las personas hacia él. Cada cual más significativa, personal y especial; como no podría ser de otra forma, porque el acercamiento de una persona al sendero espiritual, se desenvuelve en el escenario de la propia vida del discípulo, en la que el maestro promueve un acercamiento al sendero y las enseñanzas al que el discípulo no puedo resistirse. Hazur Maharaj Ji expresa en Perspectivas espirituales, vol. I:
Cuando anhelamos profundamente al Señor y tenemos auténtica devoción, aunque no conozcamos el camino, aunque no sepamos cómo meditar, cómo rezar para obtener su gracia, entonces le corresponde al Señor ponernos en el sendero.
Comencemos pues con el relato: Desde la niñez, la llamada del Señor resonaba en su vida, era como un eco constante que no dejaba indiferente a su corazón, aun en medio de la falta de interés que en su entorno familiar esta cuestión suscitaba. Sin embargo, con el inexorable paso de los años, la juventud lo envolvió en un torbellino de distracciones y emociones efímeras. La vida, con su incesante fluir y sus innumerables tentaciones, comenzó a tejer un manto de olvido sobre la pureza de su fe infantil, empañando el fervor y la reverencia que antes sentía.
A pesar de las distracciones y desvíos de la vida, la llamada del Señor continuaba presente, imposible de ignorar. Y así, de forma inesperada, después de varios encuentros con seguidores del sendero espiritual, sintió un impulso por comprender y conocer más sobre esas enseñanzas. Admiraba la fe y convicción que mostraban los demás y anhelaba experimentar lo mismo.
Dentro de él, algo comenzaba a cambiar y, entonces, en un acto de profunda entrega interior, pidió y se le concedió; llamó y la puerta se abrió. A través de esa ferviente petición, recibió una bendición disfrazada de enfermedad, que lo guio hacia una dieta vegetariana curativa. Mientras se recuperaba, encontró cierta motivación en las conversaciones telefónicas que mantuvo con amigos practicantes del sendero. Su anhelo por comprender el camino espiritual lo llevó a explorar diferentes libros de espiritualidad, en los cuales encontró afirmaciones categóricas como ‘solo aquellos marcados por la gracia de Dios pueden ser aceptados por un maestro espiritual’. Para su mente occidental, esto representó un desafío intelectual y provocó un rotundo rechazo.
Sin embargo, su búsqueda espiritual seguía inquietándole y días más tarde, encontró un librito de concentración visual que le impulsó a comenzar su práctica. Cada noche, en la quietud de la oscuridad, cerraba los ojos y visualizaba cualquier objeto. En el fondo, era un intento desesperado por creer en Dios, la expresión de su anhelo por obtener una prueba de su existencia. Como el incrédulo Santo Tomás, él también pertenecía a esa clase de personas que necesitan ver para creer. Finalmente, y con la práctica de la visualización, retiró su consciencia y el Señor tuvo a bien darle una experiencia por la que comprendió que la verdad no reside únicamente en lo tangible, como creía hasta entonces a falta de pruebas. Experimentó lo suficiente para saber con extrema claridad que somos mucho más que meros cuerpos físicos; que podemos trascender los límites de la materia y adentrarnos en niveles superiores de conciencia, separados de la envoltura terrenal. En efecto, esa es la enseñanza de los maestros espirituales, así leemos en Meditación viva:
Como seres humanos, es nuestro privilegio experimentar la naturaleza inmortal, inmutable y dichosa de nuestro Ser verdadero.
Y esa fue la experiencia que jamás olvidará, y que en los contratiempos y reveses de la vida le permite mantenerse en pie, recordando lo que es verdadero, a lo que hay que aferrarse y a lo que vale la pena dedicarse, pues esa consciencia es lo que somos realmente, nada más. Y cuanto más la cultivemos, más cerca estaremos de la consciencia universal, de nuestro Creador. Como leemos en el libro Una llamada al despertar: “Todo es consciencia y tú eres eso. Esta es la Verdad”.
Desde aquel momento, asistir a satsang (discurso espiritual) se convirtió en una necesidad; era la plataforma para seguir inmerso en lo que el maestro le había revelado. La asistencia al satsang era como estar inmerso en la verdad más sublime que jamás había escuchado. En el libro Luz divina, leemos: “A través del satsang, los santos engendran en nosotros el deseo de conocer a Dios, y crean amor por él en nuestro corazón…”.
Esta nueva visión del mundo, le hacía sentir que su camino estaba trazado, que cada paso estaba guiado por la mano amorosa del maestro. Solo necesitaba seguir invocando la fuerza divina, pidiéndole al maestro que lo ayudara a ser un digno discípulo de sus nobles enseñanzas, confiando en que su fuerza nunca lo abandonara.