Volver al amor
Únicamente con la fuerza de nuestro amor y devoción seremos capaces de volver al Padre.
M. Charan Singh. Perspectivas espirituales, vol. I
La vida suele describirse como un juego, y en este juego todos somos participantes. Sabemos que en casi cualquier juego o ámbito de la vida, el objetivo principal es dar lo mejor de nosotros, y ganar es siempre la prioridad. Pero ¿cuál es el verdadero propósito de este juego llamado vida? El libro de Mirdad responde esta pregunta de manera simple: “Vives para aprender a amar. Amas para aprender a vivir. Ninguna otra lección se le exige al ser humano”. El autor explica que el único motivo por el que estamos aquí es para aprender esta lección de amor, porque solo cuando amamos, aprendemos realmente a vivir.
En la Biblia leemos que alguien le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?”. Él le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”. Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Díjole entonces: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás” (Lucas 10:25-28). Con esto le dio instrucciones claras para vivir plenamente y así alcanzar la vida eterna, es decir, liberarse del ciclo de nacimiento y renacimiento para finalmente regresar a su Creador.
Jesús le dijo, primero, que amara a Dios con cada fibra de su ser y, segundo, que aprendiera a amar a su prójimo como a sí mismo. Ahora enfoquémonos en nosotros mismos: ¿cómo hemos jugado este juego de la vida hasta ahora? Quizás muchos pensemos que hemos jugado bien la partida, pero hay un antiguo poema anónimo, titulado Evolución: el punto de vista del mono, que ofrece otra perspectiva:
Tres monos sentados en un cocotero discutían sobre cómo es la vida. Uno dijo a los otros: “Escuchad, se dice por ahí que el hombre desciende de nuestra noble raza. ¡Qué desdicha sería! Jamás un mono ha abandonado a su compañera, ni dejado morir a su cría, ni arruinado su vida. Nunca hemos visto a una madre mono abandonar a su bebé, ni pasarlo de una a otra hasta que el pobre ya no sabe quién es su madre.
Y además, ningún mono cercaría un cocotero para impedir que otros monos comieran de él. Porque si yo cercara este árbol, el hambre los obligaría a robarme. Y hay algo más: un mono no sale de noche en busca de problemas, ni usa una pistola, un palo o un cuchillo para quitarle la vida a otro mono.
Sí, el hombre ha descendido, pero, hermanos, no ha descendido de nosotros.
No era lo que esperábamos oír, ¿verdad? Tristemente, el ser humano, el ser supuestamente más evolucionado de todos, ha descendido a un nivel donde incluso los animales desean distanciarse de él. Hoy, vemos pruebas de esto en la intolerancia hacia cualquier diferencia de opinión, en cómo las pequeñas provocaciones desatan conflictos y sufrimiento, y en los niveles más graves, en la violencia y la devastación de los recursos de la Tierra. De alguna forma, el ser humano se ha desviado de su origen, ha olvidado las reglas del juego y ha perdido el camino.
Nos planteamos entonces dos preguntas: ¿cómo ha llegado el ser humano a este punto y cómo puede volver a un estado noble? La respuesta, según diversos textos espirituales, gira en torno a tres causas: codicia, orgullo o ego e ignorancia. Estos tres “venenos” son la causa principal del estado actual de la humanidad. Los santos explican que estos venenos actúan a través de la mente, que es esclava de los sentidos. Nuestros sentidos siempre desean más y nunca están satisfechos, lo que lleva a una constante insatisfacción y negatividad. Las enseñanzas budistas lo describen como un ciclo de deseos insaciables que generan dukh o sufrimiento. Además, la mente vive en una constante ilusión, convencida de que es independiente y autosuficiente; creyéndose separada de los demás y de la creación. Cegada por el orgullo y la falsa autosuficiencia, crea un estado mental de juicio perpetuo a través del cual solo ve diferencias y divisiones.
La Biblia nos recuerda: “¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?” (Mateo 7:3). Un autor describe estos tres venenos –codicia, ego e ignorancia– como las verdaderas armas de destrucción masiva. Entonces, ¿cómo puede el ser humano superar este estado y recuperar su nobleza?
En Filosofía de los maestros, Maharaj Sawan Singh explica:
Hemos sido enviados a este mundo por amor, y la causa de nuestro regreso también será el amor.
En el Evangelio leemos: “Dios es amor…” (1 Juan 4:16), y “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra…” (Génesis 1:26). Esto significa que nuestra esencia es única, compasiva y divina. Si Dios es amor y el hombre fue creado a su imagen, en el fondo el ser humano también es amor, porque es el origen del que surgió. Este es el camino para regresar a nuestro verdadero ser: volver al amor.
¿Cómo lo logramos? Los santos nos enseñan que volver al amor requiere un proceso de purificación, una limpieza interna y externa. La Biblia nos dice: “… el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lucas 17:21), y este reino es la fuente del amor puro. La purificación interna implica encontrar y conectar con esta fuente dentro de nosotros. Practicamos esto a través del Surat Shabad Yoga, un método enseñado libremente por un maestro espiritual vivo a todos aquellos que buscan descubrir su verdadero propósito en la vida.
Este método despierta al alma, eliminando capa tras capa la oscuridad y la ignorancia que la rodean, y luego une al surat (alma) con el Shabad, la corriente audible que es la fuente verdadera del amor genuino en nuestro interior. A cada buscador que decide seguir este camino se le enseña esta técnica de meditación, la cual consiste en inmovilizar el cuerpo y la mente, dirigir la atención hacia dentro y concentrarse en un punto llamado centro del ojo. Este punto es la puerta que lleva a las respuestas que buscamos. Como dijo el místico chino Lao Tse: “En el centro de tu ser tienes la respuesta. Sabes quién eres y lo que eres”. Solo llegamos a conocer quién somos realmente y lo que deseamos, cuando cruzamos el umbral del centro del ojo y alcanzamos el centro de nuestro ser.
Así, el primer paso consiste en llamar constante y regularmente a esta puerta, el centro del ojo. Llamar significa llevar nuestra atención repetidamente a este punto y mantenerla ahí hasta que esa puerta se abra y comencemos a conectar con la fuente interior, la corriente sonora que resuena en nuestro interior. Cada esfuerzo que realizamos nos acerca un poco más a ser conscientes de esta corriente sonora, que resuena dentro de cada uno de nosotros. Esta es la esencia del amor divino a la que nos referimos; esta es nuestra verdadera naturaleza.
El siguiente paso en este proceso de purificación consiste en llevar esa consciencia creciente a nuestra vida diaria, poniéndola en práctica a través del amor al prójimo, como nos enseñó Jesús. Tal vez creemos que ya somos personas bondadosas y justas, pero ¿realmente amamos a nuestros enemigos sin condiciones? ¿Bendecimos a quienes nos maldicen? Tal vez al reflexionar, admitamos que aún no amamos como Jesús nos pidió. Los místicos explican que esto se debe a una creencia errónea: la idea de que estamos separados unos de otros y de Dios. Sin embargo, todos venimos de la misma fuente, somos gotas de un mismo océano.
Los santos nos enseñan que la única forma de restaurar esta conexión es mediante el Surat Shabad Yoga, que entrena a nuestra alma para conectarse con su fuente. Cada esfuerzo en esta práctica interior alimenta la esencia del amor verdadero en nosotros, abriendo la puerta a la comprensión, la compasión y la bondad. Al conectar con el amor divino, nuestros filtros de separación se desvanecen y nuestra visión se purifica, ayudándonos a actuar desde la intención correcta, sin ego.
Como dijo Buda, “… aquello en lo que reflexionamos frecuentemente se convierte en la inclinación de nuestra mente”. La práctica espiritual nos transforma de dentro hacia fuera, llenándonos de la energía vibrante del espíritu hasta que reconocemos nuestra verdadera naturaleza: el amor divino.
Esta es la verdadera razón de este juego de la vida: descubrir quiénes somos realmente y reconectar con ese amor. Seguir este camino significa la aceptación de un enorme compromiso de por vida, lo cual puede generar cierto temor e inseguridad en cada uno de nosotros, pero como escribió la popular autora Marianne Williamson: “Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite. Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta…”. Este viaje espiritual es el desaprendizaje del miedo y la aceptación del amor en nuestros corazones. El amor es nuestra realidad esencial y nuestro propósito en el mundo. Ser conscientes de él, experimentarlo en nosotros mismos y en los demás es el verdadero sentido de la vida.
El poeta Rabindranath Tagore ilustra el verdadero significado de dar, que es una de las señales más profundas del amor, en una breve parábola sobre la entrega. Escribe: “Iba mendigando de puerta en puerta por el camino del pueblo, cuando tu carro real apareció a lo lejos como un sueño espléndido. Pensé que mis días de miseria habían llegado a su fin y esperé recibir dádivas sin siquiera pedirlas. El carro se detuvo donde yo estaba y tu mirada se posó en mí. Luego extendiste tu mano y me dijiste: ‘¿Qué tienes para darme?’ Estupefacto, saqué de mi bolsillo el grano de maíz más pequeño y te lo entregué. Al final del día, al vaciar mi bolsa, encontré un pequeño grano de oro entre mis pobres pertenencias. Entonces lloré, deseando haber tenido el valor de dártelo todo”.
Como buscadores de la verdad debemos asumir un compromiso consciente para aprender esta lección de amor. Para purificarnos, tanto por dentro como por fuera, tenemos que entregarnos por completo a este propósito. Y una vez que el compromiso está hecho, nos corresponde esforzarnos en nuestra práctica espiritual interior y en nuestra relación con los demás, y luego, simplemente, persistir, simplemente seguir amando. Esta es la única manera de jugar el juego de la vida y ganarlo.
Así como en la parábola, el rey extendió su mano y preguntó: “¿Qué tienes para darme?”, él espera que demos el primer paso. Los santos explican que nuestra acción es la que genera el impulso, esa energía y esa fuerza para que podamos sentir la gracia. Cuando damos ese primer paso con nuestra práctica diaria de meditación, cuando damos el primer paso para dar lo mejor de nosotros mismos en cada relación, sin importar las circunstancias, intensificamos la chispa del amor verdadero y la devoción por el Padre. Esa acción merece la gracia; esa acción atrae la gracia. Cuando la intención es pura y el esfuerzo es constante, la gracia transforma nuestro pequeño esfuerzo en algo sin esfuerzo.
Al practicar este método de amor, paso a paso, con determinación y perseverancia, la pequeña semilla de amor que todos llevamos dentro florecerá, y nos volveremos receptivos a su gracia. Esa es la gracia que nos llevará de regreso a nuestro Padre, a ese océano de amor, donde podremos, una vez más, fundirnos con él y volver a ser amor en esencia.
El primero, el mandamiento principal, es amar al Señor, porque el amor por el Señor nos llevará de regreso a él; y entonces el amor por los demás seres fluirá automáticamente. Amor signfica ver al Señor en todos, y esto viene a través de la meditación.
Del libro Seva