Amar sin reservas
Si podemos hacer algo para ayudar a alguien, debemos hacerlo, pues es nuestro deber y hemos venido para ayudarnos unos a otros. Los humanos tienen que ayudarse entre ellos, porque ¿quién va a ofrecernos ayuda? Las aves y las plantas no acudirán en nuestro auxilio, así que hemos de ayudarnos entre nosotros… Nuestro corazón debe ser muy, muy tierno con el prójimo y hemos de ser muy compasivos y bondadosos.
M. Charan Singh. Perspectivas espirituales, vol. III
Prácticamente todo el mundo experimenta ira en mayor o menor medida, aunque solo sea en formas aparentemente menores como: impaciencia, frustración, intolerancia, crítica mental a los demás, etc. La ira es la destructora de la paz y la armonía. La mente se hace añicos y se dispersa a los cuatro vientos, y los intentos de meditar se ven totalmente perturbados por la agitación de los pensamientos y las emociones. Bajo la influencia de la ira, la mente se extiende por el mundo, convirtiéndose fácilmente en presa de la codicia, la lujuria y otras debilidades.
Cuando Jesús habla de esta tendencia de la mente, lo que hace en varios lugares, invariablemente sugiere una contramedida. Perdona a la gente “setenta veces siete”, le aconseja a Pedro, y también dice, tomando un ejemplo judío, ‘ofrece cualquier regalo, reconcíliate con esa persona’. La armonía en todas nuestras relaciones es un prerrequisito para la calma mental, necesaria para la verdadera oración y la devoción a Dios. Como Pablo tan sabiamente comentó: “… no se ponga el sol mientras estéis airados” (Efesios 4:26), y como encontramos en la carta atribuida a Santiago (1:19- 21), el hermano de Jesús:
Tenedlo presente, hermanos míos queridos: Que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar, tardo para la ira. Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas.
Este es el punto fundamental. Mediante una vida pura, el ser humano se limpia a sí mismo de tal manera que el “Verbo infundido” pueda habitar en él, perdonándole todos sus pecados. Pero Jesús tiene otros comentarios muy sensibles que hacer sobre este tema.
En los tiempos modernos, la filosofía de la no violencia ha sido promovida por un número de personas eminentes. Como ellos han demostrado, hay una gran fuerza en este perspectiva, más fuerza que en la lucha. Pero la idea no es nueva. Siempre ha formado parte del buen comportamiento humano, sea cual sea su nombre, y Jesús enseñó lo mismo (Mateo 5:38-42):
Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda.
Este es el modo en que sugiere tratar a las personas enfadadas u obstinadas. En lugar de perder los estribos, lo que daría lugar a que hubiera dos tontos en lugar de uno, Jesús sugiere ceder ante ellos. Incluso si eso significa, hasta cierto punto, esforzarse de más, encontrar una manera de eliminar o desviar cualquier impedimento antes de que se convierta en una fuente de conflicto.
Esto es fácil de decir, por supuesto, pero cuando hay una confrontación, el ego entra en juego, lo que dificulta calmar la situación o disculparse, especialmente si creemos que la otra persona está equivocada. No es fácil desapegar la mente de una situación como para poder decir: “Lo siento. Es culpa mía. Probablemente me dirigí a ti de forma equivocada”, o simplemente guardar silencio o alejarse sin dar lugar a más ofensa por la forma en que pudiéramos comportarnos. Pero este es el enfoque que Jesús recomienda siempre. La actitud que sugiere es siempre la del amor, nunca de ira, orgullo y confrontación. Continúa en (Mateo 5:43-47):
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles?
Él señala que la mayoría de la gente devuelve sentimiento por sentimiento y acción por acción. Aprecian a quienes los aprecian y detestan a quienes los detestan. Así es la mente. Pero poco mérito tenemos si amamos a alguien que nos ama. Esto es lo que sucede de forma natural en las relaciones humanas. Lo que Jesús sugiere es algo mucho más difícil. Ante la hostilidad o la antipatía, recomienda negarse a dejar que la mente vaya en una dirección negativa y reactiva. En lugar de devolverles el mismo trato, dice, hay que darle la vuelta a la mente y responder con amor. En la mayoría de los casos, si alguien es sincero y encuentra la manera correcta de hacerlo, la otra persona cambia automáticamente de actitud y enfoque.
El amor real y sincero puede hacer maravillas en un instante, mientras que la ira y las represalias solo empeoran la situación.
La gente se enfada por inseguridad, y eso solo se puede contrarrestar y curar por medio del amor. Ninguna otra cosa funciona con tanta eficacia. Cualquier cosa que sale de nosotros, vuelve a nosotros. Es una ley natural. Así que si damos amor, actuamos con buena voluntad y comprensión, eso es lo que automáticamente nos devolverán.
Jesús también añade que si solo saludamos a nuestros “hermanos”, entonces no hay nada especial en eso. Incluso las personas con un corazón duro e impuro se comportan así. Nos aconseja que seamos bondadosos con todos, que saludemos incluso a las personas que giran la cabeza cuando nos ven. No debemos solo saludar a nuestros jefes y superiores, sino respetar a toda persona que se cruce en nuestro camino, sea quien sea.
Del mismo modo que el sol da luz a todo el mundo sin distinción e igual que las nubes dejan caer la lluvia sobre todos sin discriminación, el Señor da amor y vida a todas las almas, así también Jesús nos recomienda que desarrollemos en nuestros corazones el amor por toda la creación. De este modo, podemos llegar a ser universales como el Señor y embebernos de sus cualidades. Como aparece en el siguiente pasaje de Lucas (6:32-36):
Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto!
Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo.
Así como el sol y las nubes, el Señor da a todos sin pedir nada a cambio, sin buscar recompensa. Por eso, Jesús nos exhorta a dar amor sin regañadientes, sin reservas, sin buscar recompensa de ningún tipo, ni física, ni verbal, ni emocionalmente. Entonces recibiremos la misericordia y la gracia de Dios; un amor y una dicha que superan con creces cualquier recompensa que este mundo pueda ofrecer.
The Gospel of Jesus