Las alas del alma
La vida misma es una pregunta para nosotros, y cómo elevarnos más allá de ella y obtener la vida eterna es la única respuesta.
M. Charan Singh. Perspectivas espirituales, vol. I
Este texto surge de la inspiración obtenida al leer el libro Be Human–Then Divine, cuyo mensaje ha motivado las reflexiones que se detallan más adelante. La obra nos invita a explorar la esencia de lo humano, destacando la importancia de cultivar las cualidades de un buen ser humano como base para alcanzar la conexión con lo divino.
Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha buscado comprender su propósito y esencia en el mundo, intentando encontrar en la filosofía y la espiritualidad caminos hacia el autoconocimiento y la conexión con lo divino. Platón, en su obra, comparó el alma con un ser alado, capaz de elevarse a alturas espirituales y contemplar la verdad eterna. Sin embargo, debido a un “olvido” de su origen celestial, el alma perdió sus alas y cayó al mundo terrenal, atrapada en la dualidad y los placeres efímeros de la existencia física.
¿Es posible, entonces, recuperar esas alas perdidas? ¿Podemos volar nuevamente hacia nuestro hogar espiritual?
Reflexionemos sobre el simbolismo de “las alas del alma” y cómo a la luz de las enseñanzas espirituales, la vivencia de los postulados filosóficos –moderación, vida virtuosa, autoconocimiento, y contemplación– pueden guiarnos hacia el desarrollo de nuestra humanidad. De esta forma podremos acercarnos a la esencia divina que buscamos redescubrir.
Según la metáfora platónica, el alma, originalmente libre y pura, se vio arrastrada a la tierra al olvidar su naturaleza divina. Con este olvido, el alma quedó atada a la dualidad de la vida material y a las ilusiones de los sentidos, atrapada en una jaula de deseos y pasiones. Este descenso simboliza la distancia que el ser humano ha creado entre su naturaleza verdadera y sus inclinaciones terrenales, entre el alma y Dios.
Para Platón, el alma sufre por estar separada de la verdad, contemplando el cielo con añoranza de regresar a la esencia divina. Su anhelo es retomar el vuelo, pero esto solo es posible si logra recordar su origen y recupera su pureza.
Hazur Maharaj Ji ilustra este aspecto en el libro Perspectivas espirituales, vol. I:
El hecho es que somos parte integrante de la creación. Estamos separados del Creador, y hasta que no nos unamos a él sufriremos. Estamos afligidos por la agonía de la separación. Estamos condenados. En este mundo somos infelices sin el Creador, de modo que la realidad que tenemos ante nosotros es que debemos volver al Creador.
Las enseñanzas espirituales nos sugieren que el camino de regreso al Creador, implica cultivar virtudes que junto con la práctica espiritual (meditación) nos ayuden a trascender la ilusión para recobrar nuestra naturaleza más elevada.
Los antiguos griegos acuñaron el término “filosofía” como amor a la sabiduría, donde “filo” significa amor y “sofía” alude a la sabiduría. Para ellos, vivir una vida filosófica no era un acto intelectual aislado, sino una práctica cotidiana que implicaba la búsqueda del bien, la verdad y la armonía. Los filósofos comprendieron que solo cultivando diariamente la virtud y la introspección es posible alimentar el alma y permitirle desarrollar sus alas nuevamente. Igualmente, en el libro Vida honesta, encontramos constantes referencias sobre la importancia de cultivar la virtud en la vida diaria, como base para la elevación espiritual:
Actuar correctamente o vivir según principios espirituales es nuestro sistema de transformar o espiritualizar nuestra mente… Por experiencia vamos aprendiendo gradualmente que vivir rectamente es una cuestión de no perder nunca de vista nuestro objetivo, de ser moderados en todas las cosas, y de saber dónde se ha de trazar la línea entre nuestras necesidades y nuestros deseos.
Los antiguos filósofos consideraban la vida filosófica como un camino divino que orienta el alma hacia la verdad. La disciplina diaria en valores éticos, la moderación en los deseos y la contemplación eran los pilares de esta transformación. En efecto, el alma puede regresar a su origen, pero para ello es necesario vivir con un propósito elevado y cultivar una relación constante con el Ser divino. Así leemos en el mismo libro:
Hemos de cultivar las cualidades que mantienen a la mente orientada hacia el alma, y sujetarla firmemente cuando las cosas sean difíciles. Necesitamos cualidades positivas que estén en armonía con la realidad espiritual de la que forma parte nuestra alma.
Uno de los primeros pasos en el camino espiritual es aprender a moderar los propios deseos. La vida material nos envuelve con una corriente de pasiones y necesidades insaciables. Sócrates comparaba este proceso a intentar llenar un recipiente agujereado: por mucho que se intente, siempre estará vacío. Este símbolo muestra la inutilidad de perseguir sin fin placeres y riquezas materiales, que solo llevan a la insatisfacción y la angustia. La moderación en el pensamiento y las acciones permite encontrar un equilibrio que estabiliza la mente.
Cuando aprendemos a dominar nuestros impulsos, liberamos espacio en nuestra vida interior para que las virtudes puedan florecer. Al igual que los antiguos griegos, quienes practicaban la templanza y el autocontrol, cada ser humano puede esforzarse en controlar sus pensamientos y deseos, y crear mediante la disciplina espiritual un estado mental de serenidad que le ayude a soportar las pruebas de la vida y emplearse al mismo tiempo en su propia mejora.
También los antiguos sabios insistían en la importancia de “conocerse a uno mismo” como un precepto fundamental para el crecimiento espiritual. El autoconocimiento no solo implica reconocer nuestras virtudes y nuestros defectos, sino especialmente conocer nuestra naturaleza espiritual y cómo esta nos conecta con el Ser divino.
Los maestros espirituales enseñan que al profundizar en nuestro interior, descubrimos una chispa de lo divino que mora en cada uno de nosotros. Esta chispa es la esencia de nuestra identidad como seres humanos, creada a imagen y semejanza del Creador.
Hazur Maharaj Ji lo explica, con gran claridad, en Perspectivas espirituales, vol. I:
Los filósofos orientales siempre han diferenciado al alma de la mente. Cuando Sócrates dijo: “Conócete a ti mismo”, ¿cuál es ese ‘yo’ que tenemos que conocer? Es el alma, que es nuestro verdadero ‘yo’. Este concepto es antiquísimo en Oriente. También en Occidente los filósofos griegos lo conocían, pero se ha olvidado por completo.
La autorrealización es esencial antes de realizar a Dios. ¿Qué es la autorrealización? Ir más allá del reino de la mente y maya; tratar de llevar la mente al centro del ojo y a su propio destino, para que el alma pueda liberarse de las garras de la mente. Separar el alma de la mente: eso es autorrealización, es conocernos a nosotros mismos. Ese es el propósito de la meditación.
… Únicamente después de liberarse de la mente, consigue el alma conocerse a sí misma. Solo entonces sabemos quiénes somos. Solo cuando nos conocemos a nosotros mismos somos capaces de conocer al Señor. Hasta entonces no conocemos nuestro propio ser, y mucho menos al Señor. Estamos por completo bajo el dominio de la mente.
Los santos nos recuerdan que la forma humana es la única en la que el alma puede conocerse a sí misma. Es la única forma en la que podemos hacernos conscientes de lo que somos. Es el peldaño superior de la escalera de la creación, y si desde ahí no aprovechamos para mejorar como personas y fomentar nuestra relación espiritual con Dios, nuestra alma volverá a caer en el ciclo de la existencia, para viajar indefinidamente por los millones de especies que no tienen ni capacidad de conciencia espiritual ni facultad de discernimiento que las saque de ese ciclo.
Los filósofos antiguos veían la contemplación como una forma de meditación que dirige la mente hacia lo eterno. La meditación o contemplación nos conecta con el maestro espiritual o con la imagen de lo divino en nuestro interior.
En Perspectivas espirituales, vol. I, sigue diciendo Hazur Maharaj Ji:
Nuestra gracia salvadora consiste en que hemos entrado en contacto con un maestro espiritual, un amante de Dios, que sabe adónde ir. Los maestros son ejemplos para nosotros de cómo vivir en el mundo, y hasta que nosotros mismos hayamos obtenido su visión, hemos de seguir el sendero que ellos ya han andado.
Los maestros espirituales enseñan a sus discípulos a aquietar la mente y enfocar su atención en la divinidad, abandonando las expectativas y practicando una devoción desinteresada. Este amor puro y desapegado, fruto de la meditación y dirigido al maestro espiritual, actúa como el viento que impulsa las alas del alma en su ascenso hacia el Creador.
Contemplar al divino no es simplemente una práctica externa; implica, ante todo, un esfuerzo interno por controlar y trascender las emociones y pensamientos negativos que bloquean el camino espiritual. Solo mediante la meditación y el discernimiento podremos apartar emociones como la ira, el orgullo y la envidia; esos son grandes obstáculos con los que la mente frena nuestra elevación. Los maestros afirman que solo al dejar a un lado estas barreras internas, el alma puede comenzar a experimentar su verdadera esencia y, eventualmente, volar hacia su origen espiritual.
Hazur Maharaj Ji lo explica así en Perspectivas espirituales, vol. I:
Cuando nos retiramos del cuerpo, este queda automáticamente purificado. Se vuelve sublime. No hay nada malo en el cuerpo; es cuando la mente corre hacia los sentidos que decimos que el cuerpo es malo. Cuando retiramos la mente al centro del ojo, el cuerpo se vuelve puro. Así que primero debemos purificar el cuerpo; después tenemos que purificar nuestra mente apegándola al Shabad o Nam en el interior. Cuando la mente regresa a su destino, a su fuente, queda purificada.
Los filósofos antiguos entendían que muchas veces la vida presenta circunstancias que no podemos controlar, y que la paz interior se alcanza cuando aprendemos a aceptar nuestra situación tal como es. Por ejemplo, Marco Aurelio, uno de los grandes filósofos estoicos, hablaba de la necesidad de vivir en consonancia con la naturaleza y aceptar su voluntad, lo que él llamaba providencia divina. Este enfoque promueve una visión de la vida que en lugar de resistirse a los problemas y dificultades, los acepta con serenidad y busca aprender de cada experiencia.
Encontramos un equivalente de esta idea en las palabras de Hazur Maharaj Ji en Perspectivas espirituales, vol. I:
Debemos aceptar con gratitud todo lo que el Señor nos dé. Él sabe lo que es mejor para nosotros. Debemos tener fe en él. Lo que nos da es para nuestro beneficio, y debemos aceptarlo. No deberíamos desear nada más.
Por tanto, deberíamos entrenar a la mente para vivir en la voluntad del Padre en lugar de crear deseos, y esto se logra únicamente mediante la meditación.
Esta actitud es fundamental en el camino de la espiritualidad, ya que nos permite mantenernos en equilibrio y en paz, incluso en tiempos de adversidad. Al aceptar lo que nos sucede sin aferrarnos ni resistirnos, nos abrimos a recibir la gracia divina, alcanzando una comprensión más profunda de la vida y un desapego hacia los placeres efímeros.
El desapego no implica renunciar a la vida, sino vivir con plena conciencia, entendiendo que ineludiblemente tenemos que afrontar nuestro destino y saldar todas las deudas kármicas que hemos contraído. Al hacerlo, logramos gradualmente la pureza necesaria, para poder progresar espiritualmente.
Hazur Maharaj Ji explica en Perspectivas espirituales, vol. I:
Mientras estamos en esta forma humana hemos de elevarnos por encima de los buenos y malos karmas; y solo podemos elevarnos a través de la devoción al Señor, apegando la mente al sonido o corriente audible de la vida.
El sonido, la corriente audible de la vida, está en el centro del ojo, y cuando con la ayuda de la concentración y la contemplación de la forma del maestro retiramos la atención hasta este lugar, podemos mantener allí nuestros pensamientos. Apegamos nuestra mente y nuestra alma, atadas juntas, a ese Shabad, Verbo, Palabra, Sonido o Logos. Su apego automáticamente nos desapega de los sentidos y nos eleva.
Recuperar las alas del alma es un proceso profundo de transformación espiritual que requiere que vivamos como verdaderos seres humanos, con virtud, autoconocimiento, desapego y especialmente devoción hacia nuestro maestro espiritual.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad de recordar su verdadera esencia y elevarse por encima de la dualidad y los placeres efímeros. Cuando con la meditación logremos controlar a la mente y apartar toda su impureza y negatividad, el alma quedará libre, y podrá abrirse camino con la fuerza del amor hacia el regreso al Señor.
La espiritualidad, por tanto, no consiste solo en vivir éticamente, sino en vivir, a través de la meditación, con una constante conciencia de lo divino, en cada pensamiento, palabra y acción.
La verdadera forma del maestro es el santo sonido; con esa forma el gurú está presente en cada cabello de tu cuerpo, y se asienta dentro de ti. Cuando te eleves por encima de los ojos, el maestro se reunirá contigo con su forma radiante, y cuando llegues a trikuti, él te acompañará con su forma de sonido hasta sach khand.
Vuela hacia arriba con las alas de la fe y el amor, para que puedas hablar con él todos los días y quedarte con él para siempre. Esto llegará gradualmente, no tienes porqué impacientarte. Haz tu meditación regularmente y, algún día, todos estos poderes te pertenecerán y alcanzarás tu verdadera morada.
M. Sawan Singh. Joyas espirituales