Sirve al maestro con todo tu ser
Mi Dios, soy ignorante. No sé qué pedirte.
Dame lo que consideres sea lo mejor para
mí. Y dame la fortaleza y la sabiduría para
estar feliz con lo que consideres que merezco,
y para estar feliz con cómo y dónde me
mantengas. No tengo virtudes, ni devoción.
Mis actos son completamente oscuros y llenos
de pecado. Para un pecador como yo, oh
Señor, no hay refugio excepto en tus benditos
pies. Por favor, acógeme en tu refugio. No
deseo nada más. Hazme tu esclavo, para que
yo sea tuyo y tú seas mío.
La llamada del Gran Maestro
La práctica espiritual se fundamenta en servir, servir al maestro. Ponernos a sus órdenes y servirle según sus instrucciones. Este servicio lo llevamos a cabo de diversas maneras. El maestro dice que debemos seguir una dieta lacto-vegetariana estricta, que excluya el consumo de carne, pescado y huevos. Nos pide abstenernos de consumir alcohol, tabaco o cualquier droga que altere nuestra conciencia. Nos encomienda llevar una vida moral y sana, ganándonos el propio sustento honestamente y sin ser una carga innecesaria para nadie. Y también nos instruye a sentarnos en meditación por un mínimo de dos horas y media cada día, en soledad, según las instrucciones impartidas el día de nuestra iniciación.
¿Pero por qué hacemos estas cosas? ¿Por qué seguimos estos preceptos? ¿Por qué somos vegetarianos? ¿Es por las pobres vacas? Podemos inventar cualquier historia de porqué somos vegetarianos. Pero si somos objetivos, la razón principal por la que somos vegetarianos es porque tenemos un maestro que nos instruyó que debemos serlo. ¿Por qué nos abstenemos de bebidas alcohólicas, el tabaco y las drogas? ¿Porque las drogas son malas? No, no es solo por esto. Nos abstenemos de las drogas porque nuestro maestro nos pidió que nos abstuviésemos de ellas. ¿Y por qué tenemos que llevar una vida honesta? Tenemos que llevar una vida honesta porque nuestro maestro nos encomendó hacerlo.
No debemos perder nuestra objetividad. Podríamos pensar cualquier cosa sobre porqué somos vegetarianos: que si las vacas lloran cuando las van a matar; que si la carne roja es mala; que si está llena de vibraciones bajas. Pero por ejemplo, ¿con qué experimento comprobamos directamente que la carne roja está llena de vibraciones negativas? ¿Dónde está la prueba objetiva de que eso es así? Lo mismo ocurre con la vida honesta. Hay tanta gente que ha robado y estafado en la historia del mundo que no ha recibido su castigo… Pero ¿cómo comprobamos que eso es así cuando hay muchas personas poderosas deshonestas que no solo no son repudiadas por la sociedad sino alabadas? ¿Dónde está la prueba objetiva de que es así?
Debemos cuidar de no perder nuestra objetividad. Entendamos dónde están ancladas nuestras intenciones. La razón por la que nosotros seguimos esta práctica espiritual y nos abstenemos de robar, de comer carne, de tomar alcohol, etc., no solo es porque sabemos que robar es malo, que comer carne es malo, que tomar alcohol es malo… Nosotros, en realidad, no estamos totalmente convencidos de que eso es así. Si supiésemos que eso es malo, significaría que ya tendríamos el entendimiento que tanto buscamos y no necesitaríamos de un maestro. Pero no es así.
Si somos sinceros, podemos admitir que no estamos seguros al cien por cien de si esas cosas son malas o no. La razón por la que seguimos esta práctica es porque nuestro maestro nos dijo que eso es lo que tenemos que hacer. La razón por la que intentamos meditar todos los días es porque nuestro maestro nos encomendó hacerlo. Esas fueron sus instrucciones. Eso es seva. Eso es servicio. Esa es la actitud de servicio. Eso es lo que significa servir al maestro. Es acatar, cumplir, honrar. Acatar estos preceptos sin comprender verdaderamente por qué lo estamos haciendo, eso es lo que significa obedecer al maestro con devoción desinteresada y sin orgullo.
¿Y qué pasa cuando podemos servir de esta manera desinteresada? ¿Qué ocurre cuando tenemos el privilegio de servir sin esperar nada a cambio? El maestro Sawan Singh dice en Philosophy of the Masters, vol. I, que el seva, el servicio desinteresado, tiene muchas recompensas. Pero la recompensa más especial de todas es que la persona que sirve de esta manera “adquiere las cualidades de aquel a quien sirve”. Igualmente, el maestro Charan Singh dice en el libro Muere para vivir que “a medida que caminamos en el sendero dejamos de ser nosotros mismos, abandonamos nuestra identidad y nos transformamos en otro ser”.
Muchos de nosotros hemos tenido el privilegio de escuchar en persona a Baba Ji durante sus discursos. Nosotros hemos sido testigos de sus cualidades. La promesa del maestro Sawan Singh es que cuando servimos a un ser puro, nos purificamos. Cuando servimos a un ser lleno de claridad mental, nos llenamos de claridad mental. Cuando servimos a un ser lleno de paciencia, nos llenamos de paciencia. Cuando servimos a un ser lleno de paz, nos llenamos de paz. Y cuando servimos a un ser lleno de amor, nos llenamos de amor.
Siempre que los maestros nos hablan del servicio desinteresado para el maestro, nos dicen que podemos hacerlo de cuatro maneras: podemos servir con este cuerpo físico, podemos servir con nuestros bienes materiales, podemos servir con nuestra mente y podemos servir con nuestra alma. Pero ¿qué significa exactamente esto? ¿Es que acaso el maestro necesita de nuestro servicio? ¿Es que acaso el maestro necesita que usemos este cuerpo, esta mente, estos bienes para ayudarlo a él? En realidad no. Él no necesita estas cosas, pero, en nuestro propio beneficio, nosotros sí necesitamos usarlas para servirle.
El siguiente extracto de una antigua historia, tomada del libro Cuentos del Oriente místico puede ayudarnos a entender esto: El rey Janak era un rey muy noble que ansiaba alcanzar el conocimiento espiritual. Mandó construir un trono y anunció a todos los hombres religiosos de su reino: “Quien me conceda el verdadero conocimiento en menos tiempo del que se necesita para montar un caballo, podrá sentarse en ese trono”. Los devotos opinaban que el conocimiento no era una poción que pudiera mezclarse y beberse. Tenía que conseguirse con el estudio.
En aquel momento llegó un místico llamado Ashtavakra. Jorobado y feo, el místico subió decidido y se sentó en el trono. Pensaba que si el rey no recibía conocimiento espiritual, eso constituiría una vergüenza para todos los hombres espirituales. Ashtavakra miró al rey y le preguntó: “¿Quieres el verdadero conocimiento?”, y el rey asintió. El místico entonces dijo: “Mi rey, hay que pagar un precio por él. ¿Qué me ofreces?”. El rey contestó: “Estoy dispuesto a darte todo lo que esté dentro de mis posibilidades”. A lo que el místico contestó: “No te voy a pedir nada que supere tus posibilidades. De ti solo quiero tres cosas: tu mente, tu cuerpo y tus bienes”.
El rey Janak reflexionó un momento y luego dijo: “Bien, puedes llevártelos”. Ashtavakra le aconsejó: “Piénsalo de nuevo, soberano mío”. Y el rey confirmó: “Ya lo he pensado, estoy seguro”. Ashtavakra entonces dijo: “Escucha, soberano mío. Me has dado tu cuerpo, tu mente y tus bienes. Ahora soy su dueño. Te ordeno que vayas a sentarte entre los zapatos”. En la asamblea se hizo un grandísimo silencio. ¿Cómo podría el rey sentarse entre los zapatos en su propio palacio? Tal cosa no podría esperarse sino de los más bajos entre los más bajos. Pero el rey Janak sin vacilar se sentó donde guardaban los zapatos. El místico se había propuesto que el rey perdiera su orgullo social, que es el mayor impedimento en el desarrollo espiritual.
Entonces, el místico Ashtavakra le dijo al rey: “Esos bienes son míos. No te apegues a ellos”. En el momento que dio esa orden, la mente del rey estaba pensando en sus tesoros, en sus otros bienes, en su reino y en su esposa e hijos. Pero al oír estas palabras de Ashtavakra, el rey se percató de que era inútil pensar en ninguna de esas cosas, pues ya no le pertenecían. Y así su mente volvió a su centro. Como un cuervo posado en un barco en altamar, su mente no tenía otra opción que volver a posarse en el barco. Como se le había ordenado no perseguir nada que ya no le pertenecía, el rey cerró los ojos y atrajo su atención hacia adentro. Esto es lo que el místico buscaba.
El místico entonces le preguntó al rey: “¿Dónde estás?”. A lo que el rey respondió: “Estoy aquí”. Ashtavakra entonces dijo: “Esa mente es mía, y tú no tienes derecho ni siquiera para pensar con ella ni para alimentar ningún deseo”. Cuando el rey Janak escuchó esto, retiró toda su atención del exterior de su cuerpo hasta los ojos y el místico por medio de su energía espiritual abrió el ojo interno del rey, con el resultado de que el alma del rey ascendió a reinos superiores. Ashtavakra llamó verbalmente al rey una y otra vez, pero no hubo respuesta, puesto que el rey estaba plenamente fundido en el verdadero conocimiento y la felicidad interiores.
Más tarde, Ashtavakra devolvió la atención del rey a su cuerpo y le preguntó: “¿Has obtenido el verdadero conocimiento que buscabas?”. A lo que el rey dijo: “Lo he obtenido, oh Ashtavakra, y es mucho más grande, mucho más glorioso y mucho más arrebatador de lo que nunca habría soñado”. Finalmente, el místico Ashtavakra dijo: “No necesito ni tu cuerpo, ni tu mente, ni tus bienes, así que te los devuelvo todos. Debes obrar como administrador y usarlos en mi nombre. Cuando dejaste de lado el mundo y tus bienes mundanos recibiste la inapreciable gracia del Nombre, el Verbo de Dios. De ahora en adelante, no suspires por la felicidad y los bienes de este mundo, sino anhela únicamente el amor del Padre y la felicidad de estar en su amorosa presencia”.
El maestro no necesita nuestro servicio. El seva, el servicio desinteresado, es una herramienta importantísima en el camino espiritual. El seva deshace nuestro habitual comportamiento egocéntrico de ‘toma y dame’. Nunca movemos siquiera un dedo sin antes calcular bien qué beneficio nos traerá cada cosa que hagamos. En la mayoría de los casos ni siquiera nos damos cuenta de que actuamos de esta manera, siguiendo el patrón de ‘¿qué hay en esto para mí?’ grabado tan profundamente en nuestro comportamiento. Vivimos concentrados solo en nuestras propias necesidades, en nuestros propios deseos, y obviamos completamente las necesidades del resto del universo.
El seva es la gran oportunidad de servir sin esperar nada a cambio. Cuando somos útiles sin tener el peso de conciencia de esperar algo a cambio, cuando se nos da la oportunidad de dejar de lado el enfoque en nuestras propias necesidades y deseos, algo cambia drásticamente en nuestro interior. Automáticamente nos empezamos a transformar en aquél a quien servimos. Hay un gran secreto en todo esto. Existe una dulzura muy sutil en el privilegio de servir desinteresadamente. Y como todo lo bueno en la vida, tiene que vivirse personalmente para entenderlo.
Hay más felicidad en dar que en recibir.
Más felicidad en ayudar que en que te ayuden.
M. Charan Singh, Labour of Love