Introducción
En lo más profundo de cada ser humano existe el deseo del alma por unirse con el Señor. La satisfacción de ese deseo de unión solo se puede conseguir a través del amor. Para lograrlo, tenemos que incorporar la espiritualidad y su consecuente dedicación a nuestras vidas, igual como lo hacemos con el resto de aspectos de la vida. Sin embargo, alejados de este enfoque, creemos que alcanzaremos la plenitud entregando nuestro amor a la familia, la profesión, el reconocimiento social, etc. Y es aquí donde los místicos objetan, revelándonos que no somos solo cuerpo y mente como creemos, sino que estos son tan solo vehículos temporales del alma; nuestro verdadero ser. El alma ansía a su Creador, y esa atracción es incuestionable por más que la ignoremos.
Los maestros espirituales nos ayudan a reflexionar sobre el propósito de la vida, nos ayudan a entender que nada de este mundo puede proporcionarle satisfacción y solaz a nuestra esencia verdadera. No tenemos ninguna necesidad de seguir sintiéndonos incompletos ni de prolongar la agonía del alma y el síntoma de profunda tristeza que pesa en nuestras conciencias. Si todavía no hemos reflexionado, siempre podemos reconsiderarlo y después pasar a la acción; nos aguarda la posibilidad de vivir una vida plena y completa, toda vez que la utilicemos para el legítimo fin que nos ha sido concedida: la unión con nuestro Creador.
Puedes darle a tu mente cuanto desee…, pero llegará un momento en que te percatarás de que este mundo no es más que un espejismo, y que no hay ni una sola persona en la tierra a la que puedas tener por ‘propia’ (…) Si una persona aprovecha esos momentos (que se presentan muy raras veces en la vida), estudia sensatamente la situación y pone su alma en la vía de la devoción a Dios, al fin llegará a la meta y en vida conseguirá su objetivo para toda la eternidad.
Luz divina