La ignorancia nunca es excusa
¿Actúa Dios arbitrariamente derramando
favores sobre uno y tratando brutalmente a
otro, o es que él comete errores…?
Únicamente la teoría del karma proporciona
una explicación satisfactoria.
La llamada del Gran Maestro
¿Tienen los seres humanos libre albedrío? Los filósofos y los científicos del comportamiento debaten esta cuestión incesantemente, pero siglos de argumentación no han proporcionado respuesta. Los místicos se abren camino a través de este espinoso enredo de especulación con una simple afirmación: En el pasado teníamos libre albedrío sin límites y ahora no. “Pasado” no quiere decir ayer, o desde que nacimos. Ese pasado lejano se refiere al momento en que la conciencia pura se separó por primera vez y descendió a la materia y la mente, emanando en otros estados del ser para entrar en contacto con las formas más burdas de la existencia.
Para hacer esta discusión más realista, imaginemos que en estos momentos se han eliminado todos los impedimentos de nuestro libre albedrío: cada influencia genética o ambiental, cada hábito, cada fuerza y debilidad personal que nos condiciona a pensar y actuar de una determinada manera. ¡Somos libres! Pero lógicamente las leyes de la naturaleza todavía continúan activas, así que no podemos saltar a la luna o tragarnos el océano de una bocanada. Sin embargo, dentro de los límites impuestos por estas leyes inmutables podemos hacer lo que se nos antoje. Este estado es muy parecido al que gozábamos en los albores de la creación. Inocentes, recién nacidos, llenos de potencial, listos para ejercitar la libertad que Dios nos dio.
Y así fue. Estimulada por la energía creativa de nuestra alma, nuestra mente naciente produjo un pensamiento. Luego estos pensamientos dieron lugar a acciones. (…) las acciones, sean mentales o físicas, no son neutrales moralmente. Son hasta cierto punto correctas o incorrectas. Esto es, que la acción aleja o acerca a nuestra conciencia de la realización espiritual. La acción puede también mejorar o dañar el bienestar de otro ser vivo. Todo lo que hacemos tiene algún efecto, aunque solo sea sobre nosotros mismos, y es “marcado” como correcto o incorrecto de acuerdo con las consecuencias que produce. De nuevo esta imputación no es una elección subjetiva, está basada en la estructura del cosmos. La moralidad es la ley de la existencia, no una invención humana.
La mayoría de las veces no intentamos conscientemente hacer algo bueno o malo. Por ejemplo, vamos al mercado simplemente porque necesitamos comida. Esto es ir de compras y no un juego moral. No obstante, elegir hamburguesas o tofu conlleva consecuencias morales, independientemente de que nuestra intención sea consciente o no.
En otras palabras, la ignorancia de la ley –la ley del karma– no es una excusa. El budismo enseña que tener una idea equivocada que niega la existencia de algo que existe es una acción mala o negativa en sí misma. Puede parecer injusto que la ignorancia (como es el caso de desconocer que matar animales para alimentarse es algo incorrecto) nos tenga enredados en las cadenas del karma, pero esta ley no es distinta a cómo funcionan otras leyes de la existencia. A la gravedad no le importa que un niño ignore que un ladrillo lanzado alegremente al aire lo lastimará seriamente cuando le golpee la cabeza. De igual forma, el karma no se inmuta si conocemos la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Recibimos, en justa medida, el placer y el dolor independientemente del conocimiento que tengamos de la ley kármica que los produce.
La vida es justa