La vida es muy sencilla
La renuncia no quita. Da.
Da el inagotable poder de las cosas sencillas.
Martin Heidegger, citado en Vida honesta
En esta época materialista, hemos alimentado la idea de que para ser felices necesitamos más de todo. No nos percatamos de que cuando el bienestar y la seguridad material se convierten en lo más importante para nosotros, nuestra vida espiritual empieza a morir. Apegándonos al dinero, a los bienes materiales y al resto de cosas del mundo fortalecemos nuestros egos, se debilita nuestro equilibrio interior y en este proceso nos enajenamos, convirtiéndonos en extraños para nosotros mismos. Es así como perdemos la paz de nuestra mente, y poseídos por nuestras posesiones nos agobiamos, nos preocupamos y perdemos nuestro equilibrio.
Intentando ignorar la dura realidad de nuestra muerte, nuestra mente se engaña a sí misma manteniéndose ocupada, procurando acumular más riqueza, más poder, y más de todo lo que le gusta. En este escenario nos podemos convertir con demasiada facilidad en adictos al trabajo, con escaso tiempo para recordar nuestra meta. En realidad hacemos como el avestruz, que esconde su cabeza en la arena pensando que así nadie podrá verle. Nuestro fin ha de llegar algún día, independientemente de dónde nos ocultemos y de lo que hagamos.
En nuestros intentos por encontrar la felicidad en el mundo hemos aumentado la complejidad de nuestras vidas hasta un punto sin retorno. Hemos permitido que los medios de comunicación nos laven el cerebro, nos creen necesidades artificiales. En ese proceso nos hemos moldeado a nosotros mismos de acuerdo con los cielos prometidos en los anuncios comerciales de la televisión, y nos hemos arrojado de cabeza a sus atractivas trampas.
Los medios de comunicación, a través de la comercialización masiva, han reemplazado nuestros valores espirituales con ideas materialistas. El consumismo dicta el estilo de vida. Ir de compras se ha convertido en un sustituto de la experiencia religiosa, y los centros comerciales se han convertido en nuevos lugares de adoración. Pensamos que necesitamos estar a la altura de nuestros vecinos, siempre compitiendo por tener más que los demás. Diez tarjetas de crédito no son suficientes. Incluso si tenemos una casa para el invierno, otra para el verano, un apartamento en el océano y una cabaña en el bosque, todavía estamos insatisfechos.
¿Cuántas camisas podemos usar en un día? ¿Cuántos vestidos podemos lucir en una velada? ¿En cuántas habitaciones podemos dormir en una noche? Y aun cuando lográsemos adquirir las cosas materiales que representan el estatus supremo, como un palacio, un Rolls Royce o una avioneta personal, ¿qué haríamos si descubriésemos que después de haber logrado todo eso, aun así, no somos felices?
La codicia es destructiva. La avaricia ciega a la persona. La vuelve tan obsesionada por conseguir ganancias materiales, que está dispuesta a vender su alma por un plato de lentejas. En sus miopes demandas de satisfacción, la gente, en su lucha por sobresalir y conseguir lo que desea, se vuelve despiadada. Basta con ver cómo hemos saqueado los recursos de la tierra para satisfacer nuestra avaricia. Cuando nos conviene transigimos con los principios que decimos que son muy importantes para nosotros, y encontramos justificación para las mismas acciones que condenamos en los demás.
La codicia y la implacable búsqueda de la autocomplacencia endurecen el corazón, dispersan la mente y malgastan nuestra energía, haciendo que nuestro desarrollo espiritual resulte muy difícil de conseguir.
No es más rica la persona que más tiene, sino la que está contenta con lo que tiene. Hemos elevado nuestro nivel de vida, pero lamentablemente no hemos hecho lo mismo con nuestro nivel de contentarnos con lo que tenemos. La palabra contento casi ha desaparecido del vocabulario de hoy en día, a pesar de que tenemos mucho más de lo que verdaderamente necesitamos.
Si nos tomamos la molestia de reflexionar sobre ello, comprobaremos que no necesitamos tanto para vivir. Que nuestras necesidades no son tantas. La vida es muy sencilla, pero nosotros la complicamos: “cuantas más posesiones, más poseídos y cuantas menos posesiones, menos poseídos”.
Si construimos nuestro mundo sobre las falsas promesas que nos ofrece la sociedad mercantilista a través de los medios de comunicación, seremos barridos por la superficialidad y artificialidad de esos medios que están todos impulsados solo por la avaricia. Pero al no aprovechar esta oportunidad para desarrollarnos nosotros mismos plenamente, perderemos también la ocasión de conseguir una paz mental duradera y la enorme felicidad y alegría que hay en nuestro interior.
Espiritualidad básica
A veces los santos conocen el hambre;
a veces disfrutan de gran prosperidad.
A veces disfrutan de gran prosperidad,
mas ni las riquezas ni la pobreza les afectan.
En la abundancia y en la carencia
siempre tienen el tesoro del contento.
A veces su lecho es de flores
y cabalgan sobre elefantes en oro engalanados.
A veces duermen sobre el puro suelo
y recorren los senderos con los pies descalzos.
A veces sus ropas están en oro bordadas,
a veces se cubren con una tosca gamuza.
A veces casi desnudos,
se confortan ante un fuego.
Para ellos ambas situaciones son iguales,
oh Paltu;
no maldicen su destino.
A veces los santos afrontan el hambre;
a veces disfrutan de gran prosperidad.
San Paltu, su vida y enseñanzas