La presencia del maestro
Una gota de agua, después de mezclarse con
el océano, ya no es una gota sino que se
convierte en el océano. Igualmente un alma,
cuando se funde en el océano, pierde su
identidad. A todos los efectos es una con el
Señor. Externamente el gurú parece un hombre
corriente pero, en el interior, su posición y
poder son incalculables. Solo aquellos que
entran en su interior pueden juzgarlo.
M. Sawan Singh. Joyas espirituales
El maestro espiritual es nuestra conexión con la verdad. ¿A qué verdad nos referimos?
La verdad es la experiencia del Shabad. Verdad es regresar al Padre y unirnos con él por medio del Shabad, y verdad somos nosotros en cuanto almas, chispas de la divinidad inseparables de su Creador.
El Gran Maestro explica en el libro Joyas espirituales:
La verdad ha estado siempre dentro de nosotros. Está presente tanto en el maestro como en el discípulo. La única diferencia, entre el maestro y el discípulo, consiste en que el maestro, habiendo concentrado su atención, está conectado con la verdad (…) mientras que el discípulo todavía permanece desconectado de ella. El maestro enseña el camino y guía, mientras que el discípulo tiene que trabajar con perseverancia y entusiasmo.
La verdad no es propiedad de ningún país, religión o persona, sino que todos, sin distinción de casta, credo o país, tenemos derecho a ella. Está en el interior de todo el mundo. Y el maestro vivo es quien tiene la llave para revelarnos el camino interior para alcanzarla. Tal experiencia no se puede conseguir sin alguien que enseñe el camino. De ahí que el maestro sea ‘nuestra conexión con la verdad’. Sin maestro, la senda permanece oculta.
En el evangelio de San Juan (14:6) leemos:
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Jesús dice: ‘Yo soy el camino’. Es decir, tengo el método para enseñarte cómo recorrer el camino de la autorrealización, los medios que debes seguir y practicar para alcanzar la verdad y la bienaventuranza eterna.
De manera muy bella, Kabir declara:
Sin un maestro, nadie puede llegar a la corte del Señor.
Si en el firmamento aparecieran cien lunas y mil soles,
incluso con toda esa luz habría oscuridad
sin el gurú o maestro.
Sin un maestro solo hay oscuridad, ¡estamos perdidos! Literalmente, estamos perdidos en la materialidad del mundo; nadie ve un camino despejado que conduzca hacia Dios y, en términos generales, hasta gran parte de la humanidad duda de que exista ese camino y mucho menos que alguien pueda enseñárnoslo. Pero acaso…, ¿podemos por nuestros propios medios adentrarnos en esta aventura al interior? ¿Sabemos por dónde acceder a nuestro interior? Si somos sinceros, no lo sabemos. Por eso, necesitamos a alguien que conozca el camino y que nos lo explique.
En este sentido, en el libro La llamada del Gran Maestro se recoge un diálogo entre buscadores de la espiritualidad y el Gran Maestro, y en el siguiente fragmento leemos:
Debes tener un maestro vivo (…) a quien puedas aproximarte, amar y hablar, con quien puedas relacionarte, tratar tus dificultades, que resuelva tus dudas y a quien puedas preguntar el modo de entrar en esta casa de nueve puertas en la que vives, tu cuerpo humano. ¿Sabes a través de qué puerta entrar en el interior de tu cuerpo, si tienes que entrar a través de los ojos, la nariz, los oídos, la garganta, o por alguna de las aberturas inferiores? Solo un maestro vivo puede ayudarte, y el `Verbo encarnado’ está siempre en el mundo para guiar y ayudar a aquellos que sienten verdadero anhelo y nostalgia por el Señor.
Sin un maestro no se puede volver al Padre. Alguien puede creer que lo logrará por sí mismo, de hecho muchos lo intentan, pero ¿hasta dónde pueden llegar? Todas las vidas de los santos muestran como en un momento determinado, se embarcaron en un esfuerzo incansable por encontrar a un guía o maestro. Se dieron cuenta de la bastedad y lo intrincado del dominio espiritual, y reconocieron que por sí mismos eran incapaces de seguir un camino. Una vez creyeron haber encontrado a su maestro, confiaron en él y se entregaron plenamente. Por eso se dice que la relación maestro y discípulo está intrincadamente tejida con confianza y fe.
Ahora bien, ¿de qué manera el maestro hace posible la unión con la verdad? La respuesta que dan los místicos a esta cuestión es fundamental, y, de hecho, en ella encontramos la esencia misma de las enseñanzas de Sant Mat. En el libro de Sultán Bahu leemos:
La unión con el Señor solo es posible a través del maestro, que da el poder del amor y la devoción y conoce el sendero místico interior. Otros métodos o nuestros propios esfuerzos no son adecuados para conseguirlo, porque Dios solo puede realizarse por medio del amor, y ‘el amor’ solo puede experimentarse por alguien que tiene forma, alguien a quien hemos visto o con quien tenemos una relación: un padre, un hijo, un pariente o un amigo. A Dios no podemos percibirlo con una forma definida, él es una abstracción y no podemos amar una abstracción.
Sin embargo, el maestro no es una abstracción, es una persona viva que puede convertirse en el objeto de nuestro amor. Además, el maestro no es alguien corriente, es un alma realizada. Mediante el amor y la práctica espiritual ha alcanzado la unión con el Señor, se ha hecho uno con él.
Como leemos en el libro Luz divina: “Él es el poder del Shabad o Verbo manifiesto en forma humana”.
El maestro está al nivel de Dios y al mismo tiempo al nivel del hombre. Es el nexo entre Dios y el hombre, como decíamos inicialmente.
Maharaj Charan Singh, dice en Luz divina:
Aunque en nuestra limitación, al principio podamos pensar en el maestro o percibirle como un padre, hermano, amigo o amado, en última instancia esas palabras no describen ni definen la intensidad y pureza del vínculo único entre el maestro y el discípulo.
Solo la relación de amor con el maestro es verdaderamente real. ¡Frente a todos los amores pasajeros e incompletos que hemos vivido en las relaciones del mundo, el amor del maestro es el único amor profundo, fuerte y eterno con el que completaremos nuestra búsqueda de la verdad!
Y no se puede pasar por alto el hecho relevante de que igual que hace millones de años tenemos constancia de que había maestros que guiaban a los discípulos de aquellas épocas –y gracias a ellos podían iniciar el camino hacia Dios–, en la actualidad los maestros espirituales siguen estando presentes y desempeñando la misma función: ayudarnos a vivir más allá de lo material y desenraizarnos de este mundo, especialmente a esas almas que no pueden dejar a un lado el anhelo de unirse a Dios. Por este motivo, siempre hay un verdadero maestro disponible en este mundo para aquellos que sinceramente desean encontrarle. Cuando su anhelo es profundamente sincero, entonces, como a la aguja y al imán, absolutamente nada puede mantenerlos separados.
En el libro En busca de la luz leemos:
Él se manifiesta en forma física para ayudarnos en las primeras etapas de este plano y darnos, personalmente, los estímulos necesarios para ir al interior de nuestro propio cuerpo en meditación. Después, tras concentrar mentalmente todo nuestro ser en un determinado punto entre los ojos, trascendemos esta vida terrena o ‘morimos en vida’ y le encontramos en nuestro interior, en su forma radiante. Una vez conseguido esto, dicha forma ya nunca nos abandona durante nuestro viaje a la meta espiritual infinita.
Y he aquí que los maestros están entre nosotros… ¡y los conocemos! La presencia del maestro hace que algo nos conmueva interiormente; si aún no conocemos las enseñanzas nos hace profundizar en ellas, y si ya estamos iniciados en el sendero, provoca que nuevamente sintamos más ganas de meditar, de encontrarle y estar con él, de estar inmersos en la paz que encontramos en el silencio de la meditación.
En el libro The Vision of God and Man, Confessions, Four Plays, de Hazrat Inayat Khan, leemos:
Cuando un discípulo le preguntó a su maestro cuál es el signo de un verdadero gurú, él contestó: “No es su forma, no es su apariencia, no es lo que dice; es su atmósfera, es lo que su presencia te transmite, lo que su atmósfera te dice”.
En el libro Concepts & Illusions leemos:
El maestro irradia un poder misterioso, una autoridad misteriosa y una abundancia de gracia. Solo por estar en su presencia, la atmósfera está cargada de su magnetismo. Sentados frente a él, poco a poco empezamos a sintonizar con él –en algún nivel nos conectamos con su divinidad–. Cuando estamos ante un verdadero maestro, sentimos una alegría y una paz contagiosas. Ese sentimiento nos irradia, nos envuelve, y se desborda hacia las personas que nos rodean, las cuales comparten el amor que nos llena de tanta alegría. Se dice que ¡esa alegría embriagadora es un regalo directo de la divinidad que irradia el maestro!*
La presencia del maestro genera una atracción en nosotros difícil de explicar, él viene a nuestro nivel para llenarnos de devoción y ponernos en el sendero, y nos llena con tanto amor que no podemos vivir sin él. Físicamente no podemos estar siempre a su lado, por lo que el amor que crea en nosotros nos lleva finalmente al interior. Y cuando nos volvemos hacia el interior, contactamos con el Verbo o Espíritu que nos eleva hasta el nivel del Padre.
Maharaj Charan Singh solía contarnos que al principio no sentimos amor por el maestro, pero su presencia despierta poco a poco el amor hacia él. El maestro nos fuerza a amarle, crea en nosotros el amor por el Señor. Da satsangs, nos induce a hacer seva... Hace todas estas cosas para llenarnos de amor y devoción al Padre. Y cuando se despierta en nosotros el amor, cuando nos convertimos en una víctima de ese amor, se esconde. Es el juego del escondite.
Este comentario sobre el amor al maestro de Maharaj Charan Singh, se llena de sentido y profundidad en la explicación que da él, tras el siguiente pasaje del evangelio, en el libro Luz sobre San Juan:
Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Confortador; pero si me voy, os lo enviaré. (Jn. 16:7)
¿Cómo puede ser conveniente para el discípulo que el maestro le abandone físicamente? Cristo explica: Ahora corres detrás de mí, día y noche. Estás loco de amor y no dedicas tu tiempo al espíritu interior.
Pero si no te apegas al Espíritu Santo, nunca podrás volver al Padre. Así que cuando te deje físicamente, como no me encontrarás en ningún lugar exterior no tendrás más opción que buscarme interiormente. Entonces estarás en contacto con el Espíritu, que te elevará hasta mi nivel, el nivel del Padre.
El maestro insiste en que no debemos adorar lo físico sino alcanzar lo espiritual. Simplemente no lo entendemos porque seguimos relacionando al maestro con actividades externas o secundarias: cuánto tiempo ha estado en el satsang, cuántas veces ha pasado para vernos más de cerca… Todo esto no determina la profundidad, pureza o importancia del poder y propósito espiritual del maestro. Si los esfuerzos del maestro para arraigar en nosotros la necesidad de esforzarnos por nuestra meta caen en oídos sordos, entonces, nosotros mismos estamos obstaculizando nuestro desarrollo. Baba Ji explica muy claramente que la dependencia de la forma física del maestro puede convertirse en un obstáculo en nuestro viaje interior.
Estar en la presencia del maestro, señala el momento de los buenos propósitos que han de culminar en acciones efectivas. Por eso, sus palabras, como instruye Soami Ji en el Sar Bachan, son para asimilarlas y llevarlas a la práctica. Definitivamente, la emoción que nos provoca estar en la presencia del maestro es muy buena, pero es canalizándola como su potencial revierte en verdadera devoción.
La lucidez del mensaje del maestro en todos sus satsang, a través de sus claras y directas palabras, nos hace ser más conscientes de que hemos de esforzarnos en no dejar lo prioritario (meditación) en segundo lugar. En el libro Concepts & Illusions leemos:
Necesitamos escuchar el mensaje del maestro. Un mensaje fuerte y claro. Esto es: ‘no hay sustituto para la meditación’. Así como no hay manera de satisfacer el hambre si no es comiendo, no hay manera de conectarnos con la divinidad interior si no es a través de la meditación.
El maestro nos impulsa a salir del círculo de debilidades en el que nos envolvemos y donde solemos justificar nuestra falta de seriedad en la práctica espiritual. Por eso se dice que el maestro es el ‘que nos despierta del sueño profundo que dormimos en este mundo’. Él, como el mejor amigo, nos dice dónde fallamos y lo que hemos de hacer para superarnos, y además nos acompaña y nos da la fuerza para lograrlo si somos capaces de poner nuestra predisposición y esfuerzo.
Leemos en el libro Concepts & Illusions:
Las enseñanzas son directas: la realización de Dios a través de la meditación. (…) La elección crucial de lo fácil o difícil que lo hacemos se nos deja a nosotros, así como elegir practicar o no practicar lo que se nos ha enseñado. Llega un momento en que nos damos cuenta de que no podemos caminar hacia el norte y hacia el sur al mismo tiempo; no podemos vivir en libertad y en esclavitud.
El poder del amor por lo físico debería persuadirnos a movernos hacia el interior para conectarnos con la forma radiante. Si nos detenemos en lo físico, nuestro crecimiento interior se estancará.
Todo sirve a un propósito, y en concreto el maestro nos dice que en Sant Mat todo tiene un paralelo: en el exterior encontramos los medios para conseguir el fin en el interior. Así el darshan físico debe llevarnos al darshan interno; el satsang o asociación con la verdad debe canalizarnos hacia el satsang verdadero, la comunión con Dios; el simran, para esa absorción definitiva de la mente en el sonido… Cualquier impulso externo en el que busquemos la proximidad con el maestro, debe revertir en un intenso sentimiento de devoción al realizar la práctica de la meditación.
Hazur Maharaj Ji expresa clara y amorosamente que nuestro viaje interior culmina en la unión a la forma Shabad del maestro. El amor por la forma física es un peldaño en la escalera del amor, que debe conducirnos hacia aquel que no tiene forma: el maestro es la meta y el propósito de nuestro viaje espiritual. Él quiere que traduzcamos ese intenso amor por lo físico en un esfuerzo por alcanzar el amor en el interior. De ahí sus profundas palabras: “Que tu amor por la forma culmine en el amor por aquel que no tiene forma”.
Busquemos la compañía de los santos, de los maestros, y ocupémonos en la práctica del Verbo, en la tarea de repetir el simran y escuchar el sonido. Este es nuestro verdadero ‘sustento’.
M. Charan Singh. Discursos espirituales, vol. II