La medida de nuestro esfuerzo
El mayor de los esfuerzos no se preocupa
por los resultados.
Atisha
A menudo solemos preocuparnos por nuestro avance en el sendero, máxime cuando dedicamos un tiempo considerable del día a la práctica regular de la meditación. ¡Es humano interesarse por los resultados que producen nuestras acciones! La siguiente carta del libro: En busca de la luz, arroja luz sobre este aspecto:
… Recuerda que las cosas grandes no se realizan rápidamente. Requieren tiempo y esfuerzo para conseguirlas. Tenemos que pagar el precio por todo. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio exigido por la realización de Dios? Ningún precio es demasiado alto para esta excelsa gracia. ¿Estamos dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para conseguir este fin? Queremos disfrutar los placeres de la carne juntamente con la felicidad de la realización de Dios, pero son polos opuestos. Hemos de sobreponernos a nuestra debilidad con gran fuerza de voluntad, y esta se desarrolla atendiendo con regularidad al bhajan y simran.
¿Estamos dispuestos a hacer el esfuerzo…? Esta es la cuestión que señala el maestro y sobre la que nos conviene reflexionar antes de hacer juicios o análisis, para tener una comprensión acertada de la relación entre el esfuerzo y los resultados.
Así, cuando nos preguntamos cuál es la medida de nuestro esfuerzo en el progreso espiritual o qué aporta nuestra dedicación regular a la meditación, puede sernos de ayuda la comparación que hace el maestro cuando explica que nuestro esfuerzo es semejante a abrir la boquilla de un globo para que pueda entrar el aire, después entra el aire –su gracia– y el globo se eleva automáticamente. En nuestra mano está el esfuerzo por abrirnos paso a esa gracia. Desde el momento en que nos iniciamos, el maestro ya ha dispuesto esa gracia para nosotros, ¡está ahí en nuestro interior…! Solo tenemos que hacer nuestra parte, manteniendo ese persistente esfuerzo que nos permite estar abiertos y ser receptivos a su gracia.
Cuando llegamos al camino, puede que pensáramos que sería solo cuestión de meses, a lo sumo de unos pocos años, antes de que pudiéramos vislumbrar los mundos internos de los que hablan los maestros. Si hubiéramos sabido entonces cuántos giros daría nuestra vida, por lo altibajos que pasaríamos y cuántas veces nuestro amor y devoción se verían confrontados por los acontecimientos de la vida y nos pondrían a prueba, quizá nos hubiera asustado embarcarnos en esta aventura. Pero ya nos habremos dado cuenta de que no tuvimos elección. La llama de amor del maestro nos inspiró de tal modo que no pudimos resistirnos, su fuerza nos llevó y arrastró irremediablemente hacia él.
Esa fuerza, ese caudal de emociones, sentimientos y experiencias que vivimos con tanta intensidad fueron necesarios para traernos al sendero, en otro caso nada nos hubiera arrancado de los atractivos del mundo. Ese caudal de fuerza divina nos hizo pensar que todo llegaría muy pronto, por eso esperamos tantos resultados y tenemos tantas expectativas. Los maestros nos dicen que no debemos tenerlas, pero nosotros nos preguntamos, ¿cómo aprender a hacer la meditación sin esperar nada?
Bien, el maestro nos explica que desde un punto de vista idealista no debemos tener expectativas, pero prácticamente no podemos evitar tenerlas. Y como él conoce nuestra naturaleza nos ayuda a que canalicemos esa tendencia, a esperar resultados de la forma más positiva: nos dice que las expectativas debemos expresarlas en forma de ánimo, de estímulo por persistir y no desfallecer ante la meta que tenemos por delante. No es malo tener expectativas en términos de desear el amor y la gracia del maestro. Este es el enfoque que nos ayuda y que está muy lejos del cálculo habitual que hacemos del esfuerzo. Como dice el maestro, si calculamos únicamente con nuestro esfuerzo, jamás podremos dar cuenta del incontable karma que hemos acumulado en todas nuestras vidas. En el libro: Luz divina, leemos:
Los resultados siempre están ahí, tanto si los notamos como si no los percibimos. (…) A veces vemos u oímos y otras no, pero incluso si no vemos ni oímos nada, no debemos afectarnos. Hay ciertos ciclos (según nuestros karmas) en que parece que no conseguimos resultados, a pesar de nuestros grandes esfuerzos. Pero más pronto o más tarde, la regularidad y devoción siempre despejan el camino.
Claramente la clave es la regularidad en nuestra práctica y tratar siempre de estar cerca del maestro en nuestros pensamientos y sentimientos. No importa qué problemas estemos pasando, cuán débil es nuestra fe, cuán pobre es nuestra devoción…, no debemos soltarnos de su mano. Aunque nos alejemos de nuestros propósitos iniciales, aunque nos confundamos, aunque nos asalten mil pensamientos contradictorios, si seguimos girando nuestros corazones hacia el maestro, estamos en pleno progreso; estamos avanzando.
Pensar en él, recordarlo repitiendo los nombres, trae al maestro conscientemente a nuestras vidas. Entonces, llegamos a ese lugar donde su influencia es poderosa, donde comenzamos a experimentar cambios en nosotros mismos y donde la ilusión no puede atraparnos. ¡Esa es la dirección del avance en el sendero!
¡La meditación es una aventura extraordinaria! Meditar con amor es el ideal: intentar humildemente tocar su corazón con la simple actitud de meditar para complacerlo. Si supiéramos de la profundidad del océano de su amor por nosotros, tal vez nunca saldríamos de la meditación; seríamos incapaces de respirar, pensar o apenas funcionar a este nivel. Pero aunque de vez en cuando solo tengamos un leve resplandor de inspiración, debemos tratar de enfocarnos en él tan a menudo como podamos. El contacto con el maestro tiene un efecto tremendamente positivo. Cambia la forma en que vemos las cosas, lo que queremos y cómo nos comportamos.
No podemos pedirle al maestro que lo haga todo por nosotros y no mover un dedo para avanzar en el sendero. Tampoco podemos intentar por nuestros propios medios alcanzar nuestra meta. No debe haber ni orgullo en nuestra devoción ni análisis excesivo. Ofrecer incluso nuestros pobres esfuerzos de devoción tiene el efecto de prepararnos para lo que él estime oportuno concedernos. Evidentemente tenemos que desempeñar nuestro papel haciendo el esfuerzo, y al mismo tiempo entregarnos totalmente a él. Pero no importa cómo nos las arreglemos para conseguirlo, un día, sin duda, su amor nos colmará y llenará de dicha.
La medida de nuestro esfuerzo es sencillamente cuánto estamos dispuestos a dar: podemos esforzarnos por mantener nuestra fe en el maestro aunque lleguemos a sentir que nos ha olvidado, seguir confiando en él cuando parece estar lejos de nosotros, persistir en nuestra devoción hacia él en la soledad de la meditación, rendir servicio sin querer recompensa ni reconocimiento… Una combinación de todas estas cosas es lo que realmente marca la diferencia en nuestro avance espiritual.