El sufrimiento purifica
La experiencia de la vida, como muy bien sabemos, comporta conocer sus dos caras: lo bueno y agradable y también lo penoso y desafortunado. Baba Ji explica que si en la vida pasáramos solo por experiencias agradables, nuestro paso por ella resultaría muy superficial. Precisamente cuando en nuestro destino nos toca afrontar situaciones amargas, lo importante no es pasar o afrontar el sufrimiento por el hecho de sufrir, sino porque esa experiencia es nuestra forma de aprender, de fortalecernos… Pero especialmente y sobre todo, porque nos limpia y purifica; lo cual es imprescindible para aligerar las cuentas kármicas pendientes. Como explica el maestro, al pasar por esas experiencias dolorosas junto con la meditación, se allana el camino de vuelta a nuestro hogar y cada vez estamos más cerca de nuestra meta.
En el Masnavi, Rumi escribe: “Los justos están expuestos a pruebas para su provecho, como las hortalizas o los garbanzos se hierven para hacerlos adecuados como alimento”, y explica claramente que las personas justas deben pasar por diversas tribulaciones para su propio bien, igual que los garbanzos se cuecen para resultar ideales como alimento.
Todos sabemos que los vegetales o las legumbres resultan mucho más sabrosos una vez cocinados, ahora bien, el ser humano, el ser más elevado de la creación, hecho a imagen y semejanza de Dios, ¿realmente necesita pasar por alguna transformación para que afloren todas sus potencialidades? Es decir, ¿necesita pasar por el fuego del sufrimiento para ser mejor?
Los místicos en algunas ocasiones también nos recuerdan que nuestra situación kármica se puede comparar a la de los garbanzos hirviendo en una olla. Estamos en el mundo, la olla, agitados continuamente al afrontar el calor de nuestros sorpresivos karmas.
Nacemos en una familia que aparentemente no hemos escogido, con un cuerpo al que nos hemos de acostumbrar nos guste o no, y con una mente que siempre va por delante de nosotros sin que podamos controlarla. Por eso, de manera real, todos los santos nos instan a que analicemos nuestra situación en la vida… Podemos endulzar este análisis mirando tan solo el envoltorio del regalo que Dios nos ha dado, pero si abrimos este regalo, si con el paso de los años repasamos nuestra vida, vemos como en un momento u otro hemos elevado nuestras manos al cielo exclamando:
¡Oh Señor!, ¿tú nos has traído al mundo para sufrir tanto? ¿Por qué si eres todopoderoso nos afliges y no nos das felicidad tan solo? Tú que eres amor, ¿nos regalas este dolor? ¡Por qué nos has dejado de la mano!
Pero en realidad esta queja resulta vana, porque nadie es inocente del lote kármico que le toca en la vida: nadie lo es. Lo que ocurre es que pocas personas intentan comprender su voluntad. Nos hemos enredado tanto en la creación que en vez de disfrutarla como invitados, nos hemos creído dueños de ella y soportamos el peso de esta ilusión. Hay que despertar de este sueño tan doloroso… Tenemos que comprender que estamos invitados aquí…, estamos de paso en esta existencia… Y para hacerlo, solo tenemos que observar que todo lo que nace muere, y que eso nos incluye a nosotros también, por tanto, ¡cómo podemos juzgar al Creador sin que hayamos comprendido ni respetado sus leyes siquiera!
En una carta de Joyas espirituales (carta 103), el Gran Maestro dice:
La totalidad del universo está sujeta a unas leyes, pero estas mismas leyes puede ser que no actúen en la misma medida en todos los lugares. (…) La vida es un asunto enormemente complicado. Cada efecto es el resultado de muchísimas causas y, del mismo modo, cada causa tiene muchísimos efectos que difieren en intensidad de acuerdo con las condiciones imperantes. Si conocemos todas las causas exactas y sus antecedentes, podemos predecir el efecto con certeza.
El problema es que nosotros no conocemos todas las causas, por eso vivimos a golpe de improvisaciones y sorpresas. Siempre reaccionamos sin pensar, de manera automática, lo que nos genera infinidad de problemas como nos dice a veces el maestro.
Nadie ha nacido como una página en blanco… Todos los seres vivos, hemos existido muchas, muchísimas veces en la creación. Así pues, dejemos de engañarnos pensando que somos totalmente inocentes del lote de karmas que afrontamos, y asumamos que Dios tan solo nos mostró el camino de su creación para disfrutarla y volver después con él, lo que ocurre es que nosotros nos hemos enamorado de esta creación, nos hemos envuelto en ella y hemos olvidado al alma y al Creador. Esta amnesia e interacción continua en el mundo a través de la mente, hace que padezcamos confusión y sufrimiento, y como garbanzos dentro de una olla con agua hirviendo, saltemos y gritemos de dolor intentando salir de ella.
No sabemos cómo salir de estos cuerpos cautivos de una mente viciada por los apetitos mundanos. Por eso, los santos nos dicen que solo cuando elevemos nuestra mirada de la materia al espíritu podremos salir de esta situación, de esta dificultad en la que nos encontramos, y podremos reconocer que el alma, esa chispa de Dios olvidada hace mucho tiempo, nos vincula con el Shabad, el sonido interior; pero ese sonido divino solo puede ser audible para nosotros mediante la ayuda de un maestro espiritual verdadero.
En el libro: El Nombre sagrado, su autora nos dice:
… Bajo la guía de un maestro vivo, podemos aprender a sumergirnos en esta música divina. Entonces, realizaremos nuestra naturaleza espiritual, esto es, que somos verdaderamente creados a imagen y semejanza de Dios, que él ha puesto una gota de sí mismo dentro de nosotros. Comprenderemos que nuestra alma es el santo Nombre, su esencia, una chispa de su luz divina.
Para asimilar mejor estas palabras, hay que recordar que existe una ley inmutable de Dios: el Señor ha dispuesto que en este mundo siempre existan maestros espirituales verdaderos que nos enseñen cómo volver a él. Ahora bien, los santos nos explican que necesitamos quedar limpios de deseos y apegos antes de volver con el Padre.
Tenemos que purificarnos, que limpiar nuestros karmas totalmente, salir de este lío interminable en el que nos hemos metido… Para eso, los místicos nos despiertan del sueño de Maya o la ilusión, y nos explican que solo podremos fundirnos en el Creador una vez hayamos controlado a la mente, una vez logremos que se interiorice, aunque esto suponga sufrimiento.
Pensemos: curarnos de una enfermedad es temporal, obtener dinero es temporal…, en fin, cualquier cosa que podamos pedirle a Dios solo nos ata más y más a esta creación. Por eso, el verdadero maestro, mediante la iniciación, nos hace meditar en el Verbo e infunde en nosotros un amor tan grande al Señor que dejamos de querer sus dones para quererle a él mismo. Sus enseñanzas espirituales y la forma de vida que aconsejan nos llevan más allá de la materia y de la mente para conducirnos a los reinos del espíritu, donde por fin podremos acabar con las tribulaciones propias de este mundo.
Entendamos que el maestro espiritual no ofrece ungüentos falsos a nuestro sufrimiento, lo que él ofrece es la conexión con el Shabad, la meditación, para que podamos pasar por nuestros karmas, buenos y malos, con el mayor equilibrio posible. Es en interés del discípulo confiar en que el destino que afronta, por más duro que le parezca, contribuye a esa purificación o liberación.
Hazur Maharaj Ji de manera semejante le explica a un discípulo en el libro: Legado espiritual:
… Dado que el maestro se hace responsable de llevar de vuelta el alma al Creador, debe liquidarse cualquier karma que haya almacenado aquí, ya sea por medio de la meditación, ya sea en esta vida, ya sea en una distinta; el maestro decide cuál es la mejor opción. Él conoce si esa alma podrá sobrellevar esa pesada carga en esta vida. Si no es posible, el maestro le procura una nueva existencia (…) Esto depende de cada individuo. Hay quienes tienen más capacidad de sufrimiento. El maestro piensa: Les conviene experimentarlo en este mismo cuerpo físico, en lugar de renacer por unos cuantos karmas.
Naturalmente, cuando esos karmas se añaden, definitivamente hay algo más de carga, pero todo depende del maestro, gracias a Dios. Él sí sabe lo que nos conviene. Recordemos como el Gran Maestro le escribe a un discípulo en el libro: Joyas espirituales:
No cabe duda de que el karma de destino es fuerte. Tiene que sufrirse y no hay escapatoria alguna de él. Pero con la meditación, el poder de voluntad se vuelve tan fuerte, que la persona no lo siente o no le afectan sus efectos favorables o desfavorables. Si la meditación nos ha elevado hasta el punto desde donde el karma de destino actúa sobre nosotros, nos hacemos indiferentes a sus efectos. Por tanto, la meditación es el antídoto del karma.
El Gran Maestro nos indica el antídoto del karma: la meditación. Solo esta práctica consigue que nuestra fuerza de voluntad sea el impulso que nos eleve interiormente a través del simran y el bhajan.
El simran es nuestro recuerdo amoroso del maestro, es traerlo a nuestra mente de manera instantánea. Y si le queremos es la cosa más sencilla del mundo, ahora bien, si queremos más a la mente que a él, lógicamente se convierte en una lucha constante. Además, de esa práctica nacerá la necesidad de recordarle cada vez más durante el resto del día. Si así lo hacemos, no hay duda de que cosecharemos el dulce fruto del bhajan o la audición del sonido.
Lógicamente le agradecemos al maestro los buenos momentos que se nos presentan, pero, por otro lado, poco a poco también aprendemos a agradecerle los peores también. Antes, a solas con la mente, no entendíamos nada de esta creación ni de nuestra presencia en ella, por eso nos quejábamos de los golpes recibidos… Ahora, sin embargo, recorriendo el sendero, aceptamos el sufrimiento cuando llega y nos agarramos al maestro más fuertemente que nunca.
Sabiendo que el maestro está a nuestro lado, lo hacemos más presente con el simran en los momentos difíciles y, entonces, sucede el prodigio: ante la enfermedad, por ejemplo, aparte de volvernos más humildes y menos arrogantes, meditamos con más pasión que nunca. Esa es su gracia, ese es su regalo. Una desgracia para el mundo se transforma en un aprendizaje muy necesario para el ego, que viendo su impotencia se cobija más y más en la meditación para alejar cualquier dolor, ya sea físico o mental.
Por tanto, sobre la pregunta inicial de si el ser humano, el ser más elevado de la creación, hecho a imagen y semejanza de Dios, necesita pasar por el fuego del sufrimiento para ser mejor, podemos concluir que sí. No hay más remedio. Necesitamos quemar el ego, y solo el lado amargo que nos ofrece la vida hace que afloren al máximo nuestras potencialidades espirituales.
Al igual que el niño que aprende a andar, como discípulos aprendemos que la humildad, el desprendimiento y la entrega al maestro se forjan poco a poco con la meditación diaria y el desgaste en el mundo. En realidad, de eso trata Sant Mat, de aprender a madurar, de ser cocinados en el fuego del karma para fortalecer nuestro amor por Dios.