El nido del águila
Se dice que cuando el águila construye un nido, recoge ramas espinosas y las usa como cimiento para el nido. Luego recoge plumas suaves para cubrir las espinas. Cuando sus crías tienen la edad suficiente para volar, pero están demasiado relajadas debido a lo confortables que están en el nido, el águila quita las plumas para que los aguiluchos puedan sentir el dolor de los pinchazos de las espinas y sepan que es hora de abandonar el nido y empezar a volar por sí mismos.
¡Sí! ¡Es difícil aceptar o creer que una madre que ama a sus hijos tan incondicionalmente puede ser la causa de su dolor! Pero ¿no es esto acaso el amor disfrazado de una madre? Porque es este mismo amor en forma de dolor lo que finalmente hace que los aguiluchos abandonen su nido, vuelen lejos y se remonten a tierras lejanas.
Del mismo modo, cuando Dios, nuestro Padre celestial, cuyo amor por todos y cada uno de nosotros es infinito, quiere que nos elevemos, cuando quiere que abandonemos el espinoso nido del chaurasi (la rueda de la transmigración) y volvamos a nuestra morada celestial, puede quitarnos las suaves plumas de la zona de comodidad en la que estamos instalados para que experimentemos las dolorosas espinas. El propósito no es hacernos daño. El propósito no es ocasionarnos sufrimiento, sino hacernos saber que es tiempo de separarnos del mundo y volver hacia él. Como Hazur Maharaj Ji solía decir: “Si no hubiera dolor, ¿por qué buscaríamos la felicidad? ¿Por qué alguien se volvería hacia el Señor?”.
La enfermedad, los problemas económicos, el mal comportamiento de la gente hacia nosotros, la desarmonía en las relaciones, todas estas cosas nos introducen gradualmente en la realidad del mundo, y poco a poco empezamos a volvernos hacia el Señor. Eso significa que al quitarnos las suaves plumas de nuestra zona de comodidad, es como si Dios nos estuviera transmitiendo el mensaje de que “el dolor es solo una excusa. Solo quería acercarte a mí”. Sin embargo, no es que esté lejos de nosotros. De hecho, él, en toda su gloria, está presente en nuestro interior. Shah Hussein, un poeta sufí, explicaba que la medicina para todos nuestros dolores, nuestro Señor, reside dentro de nosotros.
Pero entonces, ¿por qué no lo hemos visto hasta hoy? ¡Ni siquiera sentimos su presencia dentro de nosotros!
En respuesta a estas preguntas, los místicos nos explican que estamos tan apegados a las cosas mundanas, nuestra atención está tan dispersa, que sentimos que todo lo que impregna al Señor está lejos de nosotros. Nos sentimos como si nos hubiéramos encerrado en una red de apegos y deseos personales. Y para liberarnos de esta red necesitamos ayuda.
Igualmente, cuando un pájaro queda atrapado en una red, cuanto revolotea y trata de liberarse, más se enreda. Hasta que alguien no venga, corte la red y lo libere, el pájaro permanecerá enredado. Asimismo, para que nuestra alma pueda volar hacia la libertad, necesitamos la ayuda de un verdadero maestro, pues solo él puede darnos las ‘tijeras’ del Nam, cuya práctica irá cortando lentamente la red en la que estamos atrapados y nos liberará definitivamente.
Kabir, alabando a su maestro, expresa en el libro: Santon ki bani:
Si mi maestro no me hubiera agarrado del brazo,
me habría quedado en el océano de la transmigración.
Los santos dicen que en lo que respecta a un verdadero maestro, el océano de la transmigración es como la oscuridad frente al sol. ¿Puede la oscuridad permanecer donde brilla el sol? Así, ¿puede un discípulo de un verdadero maestro permanecer atrapado en la rueda de la transmigración? Mira Bai expresa en el libro Mira, la divina amante que por la gracia del maestro:
… el océano del mundo se ha secado para mí.
Cruzarlo a nado
ya no me preocupa más.
Este océano puede secarse también para nosotros con la práctica de Nam o Shabad. La meditación y la gracia del maestro son las dos alas, con la ayuda de las cuales podemos volar hacia nuestra morada celestial y liberarnos para siempre de los pinchazos del espinoso nido del chaurasi. Así que con plena fe en nuestro maestro, esforcémonos por acercarnos a él y tengamos fe en que alcanzaremos a nuestro Señor. La fe no es solo creer que el maestro puede hacerlo, la fe es creer que esa es su voluntad.
Todos nuestros problemas y dificultades interiores se desvanecen, automáticamente, cuando practicamos el bhajan y el simran cada día, durante un mínimo de dos horas y media.
¡La regularidad es importantísima en la meditación!
M. Charan Singh