La promesa del reencuentro
Donde hay amor
no existe ley;
el amor nada sabe de rituales
ni de razones;
cuando la mente permanece
absorta en el amor,
¿quién llevará la cuenta
de las fechas y los días?
Kabir. El tejedor del Nombre de Dios
Con la práctica espiritual aprendemos a desprendernos, a dejar ir todo lo que nos mantiene atados a este cuerpo y al mundo, a domar la mente, a limpiar nuestro corazón y a prepararnos pacientemente para encontrarnos con el amado cuando él lo considere oportuno. Esta rara oportunidad de conocer al Señor podría ocurrir en cualquier momento, como cuenta la siguiente fábula de un discípulo que esperaba encontrarse con el Señor:
Un recluso vivía bajo un gran árbol llamado tejo, que tiene abundantes ramas cuyas hojas tienen forma de aguja. Cada día pasaba la mayor parte de su tiempo rezando al Señor. Después de muchos años, fue visitado por un ángel que dijo que era su deber informar al Señor sobre el progreso de aquellos que hacían su práctica espiritual con devoción.
El recluso preguntó si el ángel averiguaría cuándo sería su feliz destino de conocer al Señor. El ángel accedió a hacerlo y se fue a su misión. Poco después regresó e informó al preso que no se encontraría con el Señor hasta que pasaran tantos años como agujas había en el tejo que tenía sobre su cabeza. El recluso inmediatamente comenzó a bailar de alegría ante el desconcierto del ángel por esta reacción. Y este preguntó:
“¿Entiendes que hay millones de agujas en este árbol? ¿Y que no conocerás al Señor hasta que pasen millones de años?”. El recluso dijo que lo entendía muy bien. “¿Por qué entonces eres tan feliz?”, le preguntó el ángel.
El recluso respondió: “Estoy feliz porque por fin he recibido una respuesta de mi amado, y él ha prometido que nos encontraremos algún día. Cuándo, se lleve a cabo esa reunión, no es importante”.
En ese mismo instante, el Señor apareció y abrazó al recluso. Sorprendido, el ángel le reprochó al Señor: “Me dijiste que el encuentro no se haría hasta dentro de muchos años y ahora parezco un mentiroso”. A lo que el Señor respondió: “No te preocupes, estas cosas son para los hombres comunes y corrientes. Cuando hay alguien especial que ha trascendido las leyes del tiempo y el espacio dentro de sí mismo, entonces, yo también dejo de lado esas leyes”.
Esta historia es un bonito relato de alguien que ha alcanzado lo que ha deseado tan intensamente. Los maestros nos dicen que estamos en este camino de amor para lograr la reunión con el Señor, nuestra fuente. Sin embargo, hay barreras en nuestro camino que deben ser superadas para que esto suceda. Pero nos dicen que esto ocurrirá si mantenemos la promesa que hicimos en la iniciación: la de hacer diligentemente nuestra meditación diaria.
El maestro nunca nos dice lo que quizás sucederá, nunca es ambiguo ni da lugar a suposiciones; el maestro nos da la certeza y nos dice cómo hacerlo. Cuándo, depende de nosotros, de nuestra devoción, de nuestro esfuerzo y de nuestra dedicación diaria a la meditación. No obstante, ¿podemos esperar que un viaje espiritual se realice en un corto espacio de tiempo? No, es un viaje que dura toda la vida, y aquellos que realmente lo han realizado son los que nunca han titubeado en su esfuerzo.
El verdadero amor no conoce límites cuando se trata de las leyes del tiempo y el espacio. Nosotros también podemos estar felices –como el discípulo recluso bajo el tejo–, porque el amado ha prometido que nos encontraremos algún día con él. No saber cuándo se producirá ese encuentro no debe disuadirnos, porque tenemos la garantía del maestro de que se producirá.
Nuestro progreso es gradual y así tiene que ser. La mejor forma de recorrer este camino es hacerlo de manera lenta y constante. Tenemos que estar preparados, realmente preparados, para el viaje interior. La meditación diaria es el camino lento pero firme que ha preparado el maestro para que escuchemos el sonido, el Shabad, para que nos reunamos con él.
Su anhelo para que se produzca esa reunión, es más grande que el nuestro. No le hagamos esperar más tiempo del que nosotros mismos disponemos.
La fe no te lleva a tu destino. La práctica te llevará a tu destino, pero la fe te hará practicar. Sin fe no puedes practicar. No serás capaz de conducir a toda velocidad sin fe. La velocidad plena te llevará a tu destino, pero la fe te ayuda a conducir con esa velocidad.
Similarmente, el amor y la devoción es tener fe en el sendero y en el maestro. Inmediatamente también practicamos, y entonces conseguimos los resultados de esa práctica.
M. Charan Singh. Muere para vivir