Cartas espirituales
Señor, ¿cuándo amanecerá el día
en el que mi gurú me lleve en sus brazos,
me dé el refugio de sus pies de loto
y me haga suyo?
Kabir: The Great Mystic
El alma, procediendo originalmente del Señor, no puede alcanzar verdadera paz y felicidad hasta que se funda de nuevo en él. Por eso, dentro de cada uno de nosotros se da ese sentimiento de separación y soledad en una u otra época de nuestra vida. Hasta cierto punto, más pronto o más tarde, todos nos percatamos de esto, y nos sentimos solos, dándonos cuenta de que nada nos pertenece. Innecesariamente intentamos engañarnos a nosotros mismos, pensando que esto o aquello es nuestro.
Esta toma de consciencia se produce en la vida de todo buscador. Realmente se trata de un don de Dios, porque entonces para vencer esta soledad, desviamos nuestra atención hacia el Señor.
Si en esta etapa tenemos la suerte de caer en buena compañía, especialmente la compañía de los santos, este sentimiento de soledad nos llevará a la adoración del Señor. Pero si acontece que tropezamos con malas compañías y nos asociamos a compañeros malvados, intentaremos vencer este sentimiento de soledad entregándonos a los placeres sensuales, dándonos a la bebida y a muchos otros vicios.
Este sentimiento de soledad solo se desvanecerá por completo cuando el alma se reunifique con el Señor. La felicidad, dicha y paz perpetuas solo serán nuestras cuando nos unamos a él, cuando la parte se convierta en el todo. Lo malo es que no buscamos la felicidad en la dirección correcta, no procuramos averiguar nuestro verdadero destino, nuestro auténtico origen, sino que buscamos la felicidad en la satisfacción de los sentidos, en el apego a nuestras relaciones y posesiones, en la fama y el nombre mundanos, etc. Cuanto más buscamos en esta dirección, más frustrados e infelices nos sentimos, porque cuanto más mundana es nuestra búsqueda, tanto más nos alejamos de nuestro destino, de nuestro auténtico objetivo, de nuestro verdadero hogar u origen.
Los placeres mundanos que ansiamos son efímeros. Pronto nos percatamos de que no traen más que frustración y decepción tras de sí. Si dirigimos nuestra atención hacia el Señor que es nuestro verdadero destino, y sintonizamos la Palabra (la corriente del sonido que él mantiene dentro de cada uno de nosotros), nos desprenderemos de los sentidos, de los objetos mundanos y de las formas físicas. Entonces, con el tiempo, alcanzaremos la felicidad eterna y la paz perpetua. Cuanto más nos acerquemos a nuestro destino y hogar, más felices seremos. Así pues, en lugar de buscar fuera la felicidad, busquemos dentro la dicha, la paz y la felicidad interior.
M. Charan Singh. Luz divina (fragm. carta 445)
Los sentimientos de soledad brotan automáticamente en nuestra mente cuando nos entregamos con seriedad a la meditación. Eso indica la inclinación natural del alma hacia su casa original, y su disgusto natural con el mundo y sus apegos. Solo con gran dificultad y tras inmensas pruebas y tribulaciones, consigue uno el raro privilegio de la vida humana. Así pues, aprovecha al máximo este precioso don todo el tiempo que Dios te depare la oportunidad de vivir en un cuerpo humano. Si uno desea realmente morir, debe morir en vida. El profeta Mahoma afirma en el Corán: “Muere antes de tu muerte”. Esto significa que debemos morir mientras vivimos en el cuerpo. El satsangui muere diariamente cuando, durante la meditación, retira el alma del cuerpo y entra en el tercer ojo o tisra til.
M. Charan Singh. Luz divina (fragm. carta 143)
… Continúa ocupado principalmente con el simran, el cual también te quitará esa sensación de soledad, dándote en su lugar la sensación de que el maestro está contigo. Esta última sensación brota de la práctica del simran y del sonido. En realidad, todos estamos solos, aunque no lo sabemos. A medida que pasa el tiempo, nos vamos percatando de que estamos solos y no tenemos amigos. Sin embargo, los que siguen el sendero y son asiduos en el bhajan y simran, tienen siempre la satisfacción de saber que el maestro (Shabad) es su verdadero amigo y está siempre con ellos.
M. Charan Singh. Luz divina (fragm. carta 396)