La semilla del amor
Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.
Eclesiastés 3:11
El amor divino es tan extraordinario y único que describirlo no resulta una tarea sencilla. Es por eso que muchos místicos han optado por utilizar un lenguaje alegórico y poético al hablar de él. Un ejemplo de esto se encuentra en la siguiente cita del libro Sultán Bahu:
Dios ha sembrado en nosotros la semilla del amor para fusionarse con nuestro ser. El amor constituye la esencia misma del alma, y esta nunca encontrará paz hasta que se una con su fuente.
En esta cita, se hace referencia a una semilla de amor que es “potencial”. En efecto, Dios la ha sembrado en nuestro interior, pero es necesario que germine, se desarrolle y florezca. Se trata de una metáfora, un símbolo que pretende explicarnos que, como seres humanos, llevamos este amor dentro de nosotros y somos esencialmente parte de Dios, aunque aún no seamos conscientes de ello. Somos hijos de Dios y compartimos en nuestro ser interno este amor, su amor.
Y Sultán Bahu continúa:
Dios es amor, es verdad, es pura consciencia, es sabiduría, felicidad y eternidad. El ser humano, que es de la misma esencia de Dios, tiene dentro de sí mismo todas esas cualidades y por ello anhela ese estado permanente.
Debido a este amor, todos experimentamos una aspiración hacia algo mejor, más duradero y perfecto. Si no compartiéramos esta esencia divina, nos conformaríamos con todo lo que hasta ahora conocemos y hemos experimentado en el mundo. Sin embargo, siempre sentimos que nos falta algo, suspiramos por algo que aún no hemos alcanzado. Nos enfrentamos a una inestabilidad mental que constantemente nos impulsa a buscar cambios de escenario, de país, de personas, de lugares, de posesiones, de trabajos, de vacaciones, etc. Esta búsqueda externa es un indicio de nuestra insatisfacción vital, que nos revela que nada en este mundo nos es suficiente. Como afirma Santo Tomás de Aquino en “El credo: exposición del símbolo de los apóstoles”:
… nadie puede llenar sus deseos en esta vida, ni ninguna cosa creada sacia los deseos del hombre: solo Dios los sacia…
Por lo tanto, podríamos invertir toda nuestra vida en buscar una plena satisfacción en el mundo, pero no la alcanzaríamos. Esto se debe a que nuestra esencia determina que solo podremos lograrla plenamente cuando lo que encontremos sea de naturaleza pura, duradera, estable y superior; en resumen, algo que se asemeje a los atributos de nuestra alma y que sea de naturaleza espiritual. En el libro Sultán Bahu, leemos:
Incluso la persona más rica y poderosa pasa a veces por estados de depresión y soledad. Se siente desolada y en su corazón existe una sensación de vacío; echa de menos algo, aunque no sabe qué es. Este sentimiento misterioso e incomprensible debe su existencia al fuerte impulso del alma por encontrarse con su Señor. Este impulso atrae al alma de una manera inconsciente hacia su fuente, y mientras no quede satisfecho el alma permanecerá en ese estado de desasosiego.
En relación con esa sensación de carencia, a menudo llamada soledad o vacío, los maestros espirituales nos explican que atravesar esta experiencia es parte del proceso de evolución espiritual. En cierto sentido, debemos llegar a comprender que nada en este mundo es real.
En el libro Perspectivas espirituales, vol. II, leemos:
… En el exterior, cuando tratamos de sentirnos parte de alguien, o poseer a alguien, solo sentimos frustración e infelicidad. Así que esa es la manera en que el Señor nos atrae hacia él. Si no sintiésemos esa soledad en nuestro interior quizá nadie pensaría en el Padre.
… Nada en el mundo volverá a significar algo para nosotros, no habrá nada a lo que aferrarse. Así que sentir ese vacío es natural (…) También pasamos por esta fase.
… El desapego crea esa sensación de vacío. En cierto modo, es el Señor que nos está preparando para algo a lo que aferrarnos.
Ciertamente, nos está preparando para aferrarnos al Shabad. A medida que experimentamos que somos parte integral del Shabad, finalmente percibimos nuestra pertenencia y descubrimos que nuestra realidad y ser verdadero son parte esencial de ese Shabad. En ese momento, la sensación de vacío o soledad que a menudo nos frustra y nos abate, desaparece. Sin embargo, es inevitable pasar por esas etapas de vacío y soledad.
Por lo tanto, la semilla de amor que Dios ha sembrado en todos nosotros no tiene más opción que germinar y crecer dentro del cultivo del amor y la devoción a Dios a través del Shabad. Y eso es lo que el maestro espiritual nos enseña: cómo nutrir la semilla de ese amor que se encuentra en el núcleo de nuestro corazón.
Este cultivo se lleva a cabo mediante la oración y el recuerdo. La gracia del amor divino, a través del maestro, nos muestra el camino y nos pide que nos esforcemos en recordar a Dios, hasta llegar al punto en el que toda nuestra existencia manifieste la presencia de Dios.
Sultán Bahu dice:
Sin el recuerdo del Nombre de Dios, oh Bahu,
uno permanece atrapado en este falso drama de la vida.
Y continúa:
¿Por qué soportar las cargas de la vida sobre tu alma
cuando, por la devoción, puedes fundirte en el Señor?
Sultán Bahu nos habla de la “carga de la vida” porque comprende que si pudiéramos liberarnos de la opresión de la mente, la devoción y el amor a Dios, inherentes a nuestra alma, brotarían sin obstáculos. Los maestros espirituales están presentes en este plano humano para enseñarnos que solo en esta vida humana tenemos la oportunidad, siguiendo las enseñanzas de los místicos, de fundirnos en este amor y desterrar así la influencia de la mente en nuestras vidas. Es en esta forma humana donde podemos aprender a practicar el método de meditación que el maestro nos enseña en la iniciación. Así podemos comenzar la importante tarea de nutrir la semilla potencial del amor a través del constante recuerdo del Señor, utilizando la repetición de los cinco nombres sagrados o simran.
Nuestra mente nunca deja de pensar; ni siquiera por un momento permanece en el vacío. Igualmente, los pensamientos evocan en nuestra mente sus distintas formas. Si una persona piensa en sus hijos, sus imágenes aparecen mentalmente ante ella. Si piensa en sus amigos, estos aparecerán en su mente. De esta forma la secuencia del pensamiento y la visualización continúa constantemente, y como resultado de este proceso nos involucramos con las personas y las cosas de este mundo. Cuando nuestra implicación es muy profunda, adquiere la forma de apego. Esta es la ‘carga de la vida’ a la que se refiere Sultán Bahu; de ahí que los instrumentos del apego sean la repetición y la contemplación del mundo.
Por lo tanto, los instrumentos para liberarnos de este apego son, sin lugar a duda, el simran (repetición de los nombres sagrados) y el dhyan (visualización de la forma del maestro espiritual).
Los santos nos guían en el uso de este hábito de la mente para alcanzar la realización espiritual. Nos aconsejan que cambiemos nuestra atención de lo mundano a lo divino, de lo vulgar a lo sublime. Cuando logremos apartar todos los pensamientos y cese el constante flujo de imágenes relacionadas con las formas y figuras de los seres de este mundo, podremos fijar nuestra atención en el centro del ojo. En ese momento, visualizaremos a nuestro maestro, quien está unido al Señor, y todos nuestros apegos con el mundo cesarán para siempre. En su lugar, comenzará a despertar el amor por el maestro.
El Gran Maestro dice en una carta de Joyas espirituales:
Esta forma interior del maestro ejerce una influencia magnética que mantiene la mente y el alma del discípulo allí [en el centro del ojo]. Antes de eso, el proceso de concentración es toda una lucha. Llevas la atención hacia adentro y la mente vuelve a salirse de nuevo. Algunas veces lo consigues y otras, la mayoría, es la mente la que se lleva la ventaja. Por tanto, con paciencia y determinación, entra en el ruedo diariamente y mantente en el foco.
Los maestros espirituales nos animan a acometer la ardua tarea de la concentración con paciencia, porque saben que la mayoría no poseemos la habilidad o no conseguimos mantener la atención en el centro del ojo de manera inmediata. No obstante, como destaca el Gran Maestro, la determinación y la constancia son nuestros mejores aliados en este camino.
En la misma carta, el Gran Maestro continúa diciendo:
Tanto la subida como la caída y la lucha son naturales. Lo que se logra después de un esfuerzo da fortaleza, confianza en sí mismo y el estímulo para seguir adelante. La realización que se consigue de esta manera es duradera y puede repetirse a voluntad.
El Gran Maestro nos habla de ‘caer y subir’, afirmando que en eso se basa la lucha por conseguir la concentración. Y posteriormente, en la misma carta, desarrolla este concepto de forma muy gráfica al comparar la retirada de la atención con el ascenso de una hormiga por una pared lisa, que cae tras subir unos pocos centímetros, o como la araña que baja del techo al suelo y sube de nuevo por su propio hilo, sin depender de la pared. Este proceso de caer y subir, y continuar a pesar de las dificultades, es lo que fortalece nuestra confianza.
Una vez que logremos permanecer en el centro del ojo, no surgirá la cuestión de algo que nos haga descender: nos liberaremos de todas las tendencias descendentes. En ese momento, cuando dejamos la mente, todo se vuelve estable y maravilloso, ya que no estamos sujetos a las fricciones y fuerzas descendentes de la mente.
Hazur Maharaj Ji solía decir que no puedes tener una mejor amiga que la mente cuando la controlas, pero es tu peor enemiga cuando está descontrolada. Por lo tanto, el amor a Dios, la devoción intensa, libera al ser humano y lo eleva por encima del estado de sujeción y apego a las cosas del mundo.
Un discípulo le preguntó a Hazur Maharaj Ji, según se recoge en el libro Perspectivas espirituales, vol. II:
Al final, qué cuenta como manifestación del progreso espiritual, ¿la mejora como persona y tener un buen trato con los demás o…?
Y Hazur respondió:
Podemos considerar esas como pequeñas cosas, pero la cuestión principal es solo el amor y la devoción, y esto no se puede medir ni calcular. Es el amor y la devoción que sientes en tu interior.
Al principio del texto se hacía referencia a la insatisfacción y soledad que experimentamos como resultado de nuestro enfoque mundano, de vivir en la dualidad, de sentirnos separados de nuestro Creador debido a una mente que nos arrastra lejos del punto de encuentro con nuestro maestro. Consideremos por un momento esos síntomas de soledad y vacío, e incluso de dolor, que son expresiones del sufrimiento que el alma soporta debido a esta separación. Comparemos ese dolor con el dolor físico que enfrentamos en la vida debido a enfermedades o a otras causas. En el dolor físico, podemos encontrar remedios que nos proporcionan cierto alivio. No obstante, sufrir el dolor nos fortalece, y soportándolo nos volvemos más resistentes. Pero el dolor del alma, según dicen los místicos, es tan intenso… ¡Ese sí que duele! Ese dolor no acabará hasta que pongamos fin a esta separación.
Pues bien, el maestro con la única finalidad de aliviar nuestro sufrimiento y poner fin a esta separación, y a todos los sentimientos que surgen de llevar una existencia vacía, insatisfecha e infeliz, nos llevará desde la consciencia de la separación, que es nuestro estado actual, hasta la experiencia de la unión con Dios. Es decir, nos llevará al punto donde la unidad deja de ser teoría y se convierte en una vivencia, una experiencia para nosotros.
La cumbre del amor a Dios se encuentra en la entrega total, en rendir la mente y extinguir el ego, y vivir en Dios, que es lo único real. Él es la fuerza que nos impulsa en este maravilloso viaje que pone fin a todas nuestras miserias humanas. Sin embargo, nosotros debemos seguir sus enseñanzas para hacer realidad el viaje del alma hacia su hogar.
El amante, aquel que está enamorado de Dios,
solo recuerda al Amado.
En su corazón no hay lugar para otro que no sea Dios.
Como dice El Profeta, solo tenemos un corazón.
Ahmad Gazâli