La paz que necesitamos
No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Filipenses 4:6-7
Todas las personas deseamos obtener las cosas que este mundo ofrece, creyendo que seremos felices con ellas. Sin embargo, lo que realmente necesitamos es alcanzar un estado de equilibrio que nos permita afrontar nuestros karmas en esta vida de la mejor manera posible. En realidad, tan solo necesitamos paz mental.
El problema radica en que no sabemos exactamente qué es la paz. ¿A qué nos referimos con paz mental? Por lo general, la asociamos con un sentimiento de bienestar y tranquilidad que experimentamos durante cierto período de tiempo. Muchas veces decimos: “Por fin, hoy me siento en paz conmigo mismo”. Sí, hoy me siento bien, ¡podemos decir! Pero ¿qué sucederá mañana? ¿Cómo podemos mantener ese estado de armonía?
Sabemos que existen muchas doctrinas que enseñan diversas prácticas para calmar la mente, y logran hacerlo de forma temporal. Sin embargo, pocas consiguen controlarla y serenarla de manera permanente. Tan solo lo consiguen aquellas que reconocen la coexistencia del espíritu con el mundo material y proporcionan al discípulo un camino interior que no solo le permite controlar su mente, sino que lo eleva por encima de ella y lo conecta con el espíritu de Dios, con el Shabad o corriente audible de la vida.
Los maestros de Sant Mat nos conectan con esa corriente vital divina y además nos explican que somos una combinación de alma, mente y materia. Nos dicen que ahora somos mayormente materia, mente de una forma muy tenue e imperceptiblemente alma.
Somos materia, o sea que hoy por hoy estamos absorbidos por los deseos gratificantes del cuerpo, pensando todo el tiempo en escapar del sufrimiento y en pasar lo mejor posible esta vida humana. Por otro lado, la mente se ha hecho esclava de los sentidos y se interpone en nuestro contacto con el alma, por lo que la tranquilidad y la paz mental que necesitamos se hayan gravemente amenazadas. De ahí que, en este sendero, el ejercicio de la meditación en el Shabad, en la corriente del sonido, es vital, ya que nos permite trascender a la mente y acceder al alma, esa parte espiritual que es la esencia de nuestra existencia y que nos da vida eterna. Esta práctica meditativa no solo nos proporciona quietud y silencio interior para actuar de manera positiva en la vida, sino que nos da una experiencia espiritual genuina que logra elevarnos y fundirnos con el Padre. Hazur Maharaj Ji dice al respecto en el vol. I de Perspectivas espirituales:
… Encontramos paz cuando no tenemos deseos (…) cuando no tenemos ansiedad. Mientras nuestra mente cree deseos, (…) nunca podremos estar en paz. (…) Cuando seamos capaces de abandonar los sentidos, nos retiremos al centro del ojo y avancemos por el camino que conduce a nuestro hogar, (…) entonces nos sentiremos aliviados y estaremos en paz. Nunca nos sentimos en paz en un país extranjero. Solo podemos estar en paz en nuestro país natal. Nuestro verdadero hogar es donde vive el Padre. Mientras estemos separados de él, nunca podremos estar en paz.
¡Hay que abandonar los sentidos, pues! La propuesta del maestro es clara, pero… ¿cómo abandonarlos? Dentro del marco diario en el que nos movemos esto parece casi imposible. ¿Tal vez tenemos que dejar el mundo, retirarnos a un lugar solitario y entonces practicar la meditación durante todo el día? Podemos contestar a esta pregunta con un pequeño cuento que clarifica esta cuestión (https://tucuentofavorito.com/la-paz-perfecta-cuento-para-adolescentes-y-adultos/):
Un sabio budista convocó un concurso de pintura al que acudieron muchísimos artistas de todos los reinos. La temática del concurso era ‘La paz perfecta’.
Los pintores comenzaron a plasmar lo que ellos entendían por paz a través de hermosos paisajes, atardeceres cálidos sobre montañas altísimas, o bien rayos de sol acariciando las más bellas flores. Sin embargo, uno de los pintores creó un cuadro muy diferente al resto. Su paisaje mostraba un mar enfurecido, nubes amenazantes y un precipicio sobre el que se alzaba un árbol.
El supervisor de las obras de arte pensó que se había equivocado de temática y decidió no presentarlo para su evaluación final. El maestro budista comenzó a mirar los cuadros que se habían presentado al concurso, pero no conseguía encontrar la obra perfecta.
– ¿No se ha presentado nadie más?– preguntó.
– Bueno, solo queda un cuadro, pero no tiene nada que ver con la temática que habíamos pedido… – dijo el supervisor del concurso.
– Sea como sea, si se ha presentado, tiene derecho a que su obra esté entre todas estas. Deja que lo vea…
Entonces, llevaron el cuadro del mar embravecido hasta el maestro y después de observarlo, sonrió:
– Al fin tenemos un ganador.
– Pero… ¿cómo? ¿Es el cuadro que representa la paz perfecta? ¡No puede ser!– exclamó el supervisor.
– Sí, lo es… si te fijas, sobre el árbol que se asoma al precipicio y bajo la tormenta, un pequeño pájaro descansa en su nido ajeno al viento y al oleaje. Este es sin duda el mejor ejemplo de la paz perfecta.
Todos nosotros somos ese pequeño pájaro anidando en el árbol de la vida humana, y soportando la tormenta de nuestros karmas al borde del precipicio de la reencarnación. Y como dicen los maestros espirituales no podemos escapar de esta realidad, aunque huyamos y nos escondamos al fin del mundo. Nacimos en el mundo, vivimos en él, y moriremos bajo la ley del karma (acción y reacción) y de la reencarnación.
Pero ante esta realidad, la mente ha creado delirantes fantasías –para justificar sus actos egoístas– y nos ha desviado del recto sendero conducente al Señor. Vivimos bajo el paraguas de los instintos y perdidos en los deseos mundanos. Básicamente reaccionamos mediante el instinto, ese conjunto de pautas que en los animales contribuye a la conservación de las especies, pero que el ser humano necesita desarrollar de manera superior. Hazur Maharaj Ji le escribe a un discípulo en el libro Luz sobre Sant Mat:
Creo que en las mentes de muchas personas existe alguna confusión acerca de lo que es un instinto normal. Científicamente, el instinto está basado en lo que la raza o el sujeto ha experimentado en el pasado, y tiende a la supervivencia. Los instintos van cambiando a medida que el ser humano progresa. Pero en lo más profundo de cada persona, incluso en aquellas que no valoramos mucho socialmente, hay un instinto de paz y de unión con un poder superior o más elevado.
Y sigue diciendo Hazur Maharaj Ji:
(…) Los santos vienen a este mundo para ayudarnos a desarrollar este instinto superior. (…) No es tarea fácil volverse capaz de remontarse sobre el mundo, la mente y los sentidos. Ante todo, se ha de convencer a la mente para que preste ayuda en lugar de oponer resistencia abierta o silenciosa. Esto facilita el trabajo del satgurú. Luego el contacto con el Shabad nos atrae hacia arriba y elimina de nosotros la suciedad de los karmas. Y cuando ya estemos así purificados, nos fusionaremos conscientemente con el maestro verdadero.
Así pues, si hacemos el mejor uso de ese instinto superior y con la meditación logramos aquietar a la mente, podremos reconocernos como luz y sonido o Shabad. En nuestro estado actual, nuestra energía espiritual fluye hacia abajo y hacia fuera, y se disipa en el mundo. Con la meditación podremos revertir este flujo externo y lograr un enfoque hacia dentro y hacia arriba que despertará nuestra consciencia espiritual, porque la luz y el sonido divino siempre brillan en nuestro interior: es nuestra naturaleza esencial.
Sant Mat ha publicado un nuevo libro con el nombre de: Introduction to the Dao. Dao o Tao significa literalmente “el Camino”, y su término se refiere al principio dinámico inmanente en toda la creación al que nosotros denominamos Shabad. También se refiere al camino interior del alma que redescubre su identidad y origen espiritual: el camino interior o Sant Mat. Y su método consiste en disminuir nuestro “hacer” para finalmente lograr la inacción: el “no hacer”. Es pues, una forma natural de hacer las cosas, sin forzarlas con artimañas que desvirtúen la armonía natural. Un principio muy necesario para vivir en armonía con la naturaleza sin tratar de dominarla de manera agresiva.
Igualmente, en los textos taoístas originales, el arte de no hacer o meditar (que es lo mismo) se asocia a menudo con el agua y su naturaleza pasiva. Aunque el agua es blanda y aparentemente débil, sabemos que tiene la capacidad de erosionar lentamente la roca más sólida. Curiosamente, el agua no tiene voluntad propia: no se opone a la madera, a la piedra o a cualquier material sólido que pueda romperse en pedazos. No obstante, puede llenar cualquier recipiente, tomar cualquier forma, fluir hasta cualquier lugar e incluso escurrirse por los agujeros más pequeños. Es más, cuando se divide en miles de pequeñas gotas, el agua aún tiene la capacidad de unirse de nuevo y, en ocasiones, de formar parte del inmenso océano. El agua tiene una forma especial de fluir sin influir, de vivir sin interrumpir y de favorecer sin impedir.
Maravilloso ejemplo el del agua para asimilar la mejor forma de acercarse a la práctica diaria, porque, igualmente, nosotros debemos ‘dejar ir’ todas las cosas, centrarnos en el simran y fluir con la repetición hasta llegar al centro del ojo. Ante esta práctica es necesario recordar que nuestra naturaleza verdadera es espiritual, y que la guía del maestro permite nuestro ‘crecimiento’ natural. Se trata de hacer continuamente un esfuerzo sin esfuerzo.
El simran requiere solo atención, pensar en él; no es un acto heroico o destacado… Es sencillo de hacer, así que debemos repetirlo cuando podamos, aunque no sepamos concentrarnos totalmente en él… Podemos ver, por ejemplo, cómo las plantas crecen sin hacer esfuerzos para crecer: simplemente lo hacen. Igualmente, nuestro sendero solo requiere de paciencia, de continuidad, de disfrutar de cada paso que damos en él. Solo tenemos que dejar fluir el amor que sentimos por el maestro: ese es nuestro estímulo principal. Por lo tanto, no nos sintamos culpables por olvidarnos del simran y sencillamente alegrémonos por recordarlo cada vez más a menudo. De esa forma, si buscamos esas palabras durante el día, a la hora del bhajan o audición del sonido, de manera natural, nos elevaremos progresivamente.
El Tao Te King, atribuido a Lao-Tse, tiene un pequeño poema que nos recuerda que no debemos agobiarnos o tener prisa: si queremos llevar a cabo grandes tareas debemos empezar por las pequeñas. Dice así:
Considera lo pequeño como grande,
considera lo poco como mucho.
Maneja lo difícil mientras es fácil,
administra lo grande mientras es pequeño.
Todas las cosas difíciles comienzan desde lo fácil,
todas las cosas grandes del mundo
comienzan desde lo pequeño.
Se hace duro oír continuamente a discípulos quejarse al maestro de la falta de progreso, cuando en realidad deberíamos tan solo agradecerle la posibilidad de estar practicando día a día el simran y el bhajan. No consideramos nuestra pequeña práctica diaria como algo extraordinario, y sin embargo lo es, porque la práctica diaria implica no haberle mentido al maestro en el día de la iniciación. Le prometimos que meditaríamos dos horas y media como mínimo, y así lo estamos haciendo. Apreciemos nuestra fidelidad a esa promesa… Y si aún no la hemos cumplido… ¿qué mejor día que el de hoy para empezar a hacerlo? Como discípulos no podremos sentirnos bien si no estamos meditando diariamente.
Si nos resulta difícil concentrarnos y alcanzar el centro del ojo, recordemos, como decía el poema, que todas las cosas difíciles comienzan desde lo fácil, y el maestro nos lo pone muy, muy fácil: sentados cómodamente, repetimos los nombres que él nos ha dado lo mejor que sabemos… Si los olvidamos, los recordamos una vez más… y, día tras día, año tras año, nos encontramos a su lado, siguiendo el sendero que nos lleva hacia el Señor… Nuestro viaje espiritual comienza con un simran disperso y distraído, pero eventualmente se transforma en un simran concentrado que nos conecta con el maestro interior… Aprendamos a apreciar cada momento de la meditación y dejemos de juzgarla. Sardar Bahadur nos dice en el ‘Ramillete espiritual’ del libro La ciencia del alma:
¿Dónde está la dificultad de hacer simran? ¿Cuesta algo? ¿Tenéis que llevar algún peso o carga en vuestra cabeza, o enfrentaros a una descarga de cañón o de fusil? ¿Qué males produce…? Basta con que os sentéis confortablemente en una silla y os pongáis a repetir mentalmente los Nombres.
Pero una voz dijo: “Señor: la mente se va fuera”.
Y el maestro contestó: “Bien; que se vaya. Tú prosigue con tu simran. Cada momento pasado en su recuerdo se acredita en tu cuenta.
Así, sintiéndonos felices tras haber practicado la meditación según las indicaciones del maestro, descubriremos que esa paz que tanto necesitamos en nuestra vida diaria se va manifestando cada vez más claramente. Poco a poco notaremos un deseo creciente de repetir el simran más y más, y buscaremos momentos en los que las actividades externas nos permitan hacerlo. Esta práctica además de interiorizarnos nos ayuda a tener una mayor conciencia sobre nuestra forma de relacionarnos con los demás. Al priorizar la espiritualidad, nos convertiremos en mejores seres humanos y aprenderemos a valorar el espíritu por encima de la materia… En cierta ocasión, un sabio monje oriental le dijo a uno de sus discípulos: ”Si quieres saber lo rico que eres, enumera las cosas que tienes o de las que gozas y que no puedes comprar con dinero”.
Son muchas las cosas de verdadero valor que poseemos en este cuerpo humano, pero sobre todo como discípulos es crucial que valoremos las enseñanzas del maestro y no permitamos que la mente arda en el fuego de los deseos sin fin. Si con el simran logramos controlarla y calmarla, abandonaremos los deseos y permitiremos que nuestro maestro resida en nuestro interior. Sería un engaño creer que la transformación espiritual se puede lograr únicamente a través de la iniciación; requiere toda una vida de servicio para demostrarle al maestro nuestro deseo de abandonar la tiranía de la mente, el sufrimiento y la confusión que nos han afectado durante tanto tiempo. En definitiva, mediante la meditación, le mostramos con acciones y no solo con palabras que deseamos regresar al Padre. El maestro Meng explica en el libro Introduction to the Dao:
Nuestra naturaleza original está relacionada con la inmortalidad, con lo sin forma. Es como una perla resplandeciente, pero a lo largo de nuestro día a día, con todos nuestros pensamientos y deseos, acumulamos polvo que cubre su estado original. Sin embargo, si quitamos este polvo, la perla podrá volver a brillar.
… Cuando nos quedamos tranquilos dejamos de acumular más polvo. Y al quitar el polvo viejo que ya hemos acumulado, transformamos nuestra naturaleza. Entonces, una vez que quitamos todo el polvo de nuestro corazón, es cuando se revela nuestra verdadera naturaleza.
Al meditar limpiamos el polvo diario de los apegos y deseos de la mente y recuperamos la supremacía del alma. Como se ha indicado, nuestra verdadera naturaleza es espiritual y no material, así que al meditar estamos controlando a la mente y dándole la paz que tampoco encuentra en este mundo. La mente es como un espejo: refleja (y proyecta) lo que hay en el interior de una persona, y cuando hay ecuanimidad está clara y quieta como el agua tranquila de un lago, sin ondas ni turbulencias. Estando vacíos de estímulos externos, logramos la quietud y el equilibrio natural que gozan los santos. El ‘no hacer’ perfecto es estar en sintonía con el Shabad, es vaciarnos de pensamientos y dejar de lado todos los deseos, los miedos, las emociones. Los iniciados en este sendero sabemos cómo hacerlo, el maestro no solo nos lo ha explicado, sino que nos ha dado la herramienta adecuada para lograr la experiencia del Shabad a través del simran y el bhajan.