Lo que damos nos transforma
Da, da, oh amigo,
y luego vuelve a dar mientras vivas.
Tal vez no vuelvas a tener
este cuerpo humano,
así que mientras estés en este cuerpo, !da!
Kabir. Citado en el libro Seva
Los místicos, al observar la naturaleza humana, explican que en la experiencia de la vida nos damos cuenta de que todo es pasajero y está destinado a desaparecer. Todo lo que experimentamos: cosas, personas, estados de ánimo, logros, etc., tarde o temprano nos demuestra su inestabilidad; sin embargo, sentimos la necesidad de creer que hay algo permanente. Buscamos algo a lo que aferrarnos, algo que no cambie y nos proporcione una felicidad duradera.
Frente a esa inseguridad, tendemos a refugiarnos en la idea de un “yo” sólido, creyendo que en él encontraremos el control y la estabilidad que necesitamos para vivir. Cuanto más nos apoyamos en ese “yo”, más fomentamos el sentido de individualidad y más nos aferramos a él como si fuera real. Así nace el apego y, con él, la raíz del sufrimiento.
Sin embargo, algo bueno tiene ese sufrimiento, porque en muchos casos este sentimiento es precisamente el que nos lanza a la búsqueda de un camino espiritual; un camino que empieza cuando comenzamos el proceso de dejar de aferrarnos a las cosas que cambian, y buscamos algo más profundo cuya naturaleza no esté sujeta al cambio ni a la temporalidad.
De ahí, surge la necesidad de encontrar a un maestro espiritual y de seguir sus enseñanzas, porque él tiene experiencia en el conocimiento interior que nace del espíritu –el Shabad o Verbo–, al que sí vale la pena aferrarse. Ese poder es eterno; no perece con el tiempo ni hay nada que pueda destruirlo, pues es la esencia que sostiene toda la creación. Es en él donde habita la verdadera permanencia, y donde cesa por completo todo sufrimiento.
Por lo tanto, la experiencia y el apego al Shabad a través de la práctica interior de la meditación, guiada por el maestro espiritual, nos eleva y libera de la ilusión a la que nuestro ego nos somete. Los místicos nos advierten de que mientras no demos pasos hacia el espíritu, prevalecerá el sentimiento de individualidad y separación del Creador, lo que nos hará sentirnos aislados y separados también de los demás seres de la creación. En el libro del yo al Shabad leemos:
¿Por qué estamos tan seguros de ser seres individuales separados de la unidad que hay en todo? ¿Por qué no percibimos que somos la energía consciente universal?
Los maestros responden a esta pregunta y nos explican que, la razón por la que no nos reconocemos como parte de esa energía universal, es porque nuestra atención está casi siempre puesta en el mundo exterior. Vivimos tan ocupados con todo lo que pasa fuera, que nos olvidamos de mirar hacia dentro.
Desde niños nos hemos acostumbrado a mirar, pensar y reaccionar siempre hacia fuera. No solo nuestros sentidos –la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto– nos llevan a enfocarnos en lo externo, sino que además nuestra mente no para de generar pensamientos, uno tras otro sin control alguno. Todo esto hace que sea muy difícil poder conectar con una consciencia interior profunda, una consciencia distinta a la que solemos experimentar cada día.
Cuando comprendemos y vivimos las enseñanzas de los verdaderos maestros espirituales logramos saber por experiencia propia que, en esencia, no somos este cuerpo ni esta mente, sino una energía consciente, sin forma, a la que los místicos llaman Shabad. Y para esto es primordial parar el flujo de pensamientos y la identificación con el “yo”. Esto se consigue llevando nuestra atención al sonido interior, en el asiento de la consciencia (el centro del ojo). Si lo hacemos, la mente se calma y logra experimentar una dicha superior a cuanto la ha atraído hasta ahora.
Solamente el apego a algo superior generará desapego por la experiencia humana. Y el placer por ese algo superior llega cuando inmovilizamos nuestra mente. Simplemente no existe otro modo de volver a conectarnos conscientemente con el Shabad. Maharaj Sawan Singh explica en Joyas espirituales:
… nuestra atención siempre ha estado y aún lo está, apegada a nuestros cuerpos, a nuestros parientes más cercanos, a nuestros hogares, y también a nuestras preocupaciones y pesares. Nos hemos identificado tanto con estas cosas, que hemos perdido nuestra identidad. A no ser que empecemos ahora a desprendernos de estas conexiones externas, y comencemos a desarrollar la capacidad de conectar y desconectar nuestra atención a voluntad, haremos pocos progresos en el sendero.
El Gran Maestro nos indica, en esta cita, lo que debemos hacer: “desarrollar la capacidad de conectar nuestra atención a voluntad”. Estas palabras personifican “el trabajo”, “la verdadera tarea” a la que, como discípulos, hemos de dedicarnos desde el momento de la iniciación. ¡Estas son palabras mayores! Implican esfuerzo, y la inversión del tiempo y atención necesarios que requiere esta tarea. ¡Desarrollar esta capacidad no es trabajo de un día!
Al principio, cuando nos iniciamos, podemos pensar que vamos a conquistar a la mente en un abrir y cerrar de ojos. Tales expectativas surgen de la ingenuidad, de la ignorancia o tal vez de la vanidad, y no de una evaluación realista de nuestras fortalezas y debilidades. Muchas veces creemos que el camino interior se va a abrir solo, o que bastará con esperar, tener fe o recibir algo desde afuera. Pero los místicos dicen otra cosa: que debemos tener el coraje de dar algo real, profundo, verdadero. No solo palabras o deseos, sino una parte viva de nosotros: esfuerzo, tiempo, entrega.
Rabindranath Tagore, en su célebre obra lírica Gitanjali, nos presenta una narración muy conocida titulada: El grano de oro. Se trata de una alegoría que ilustra cómo, a menudo, nos acercamos al camino espiritual con la expectativa de recibir, sin comprender que el verdadero cambio ocurre cuando tenemos el valor de dar. Y no dar cualquier cosa, sino aquello en lo que invertimos toda nuestra fuerza y energía: nuestro ego, nuestro apego, nuestras seguridades, nuestras expectativas. Solo así, lo que damos puede transformarnos realmente. Y lo que no damos…, puede convertirse en nuestro mayor lamento.
Iba mendigando de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro dorado apareció a lo lejos como un sueño maravilloso, ¡y me pregunté quién era ese rey de reyes!
Mis esperanzas aumentaron y pensé que mis días malos habían llegado a su fin, y me quedé esperando que se dieran limosnas sin pedirlas y que la riqueza se esparciera por todos lados en el polvo.
Tu carro se detuvo donde yo estaba. Tu mirada cayó sobre mí y bajaste con una sonrisa. Sentí que la suerte había llegado por fin a mi vida. Entonces, de repente, extendiste tu mano derecha y dijiste: “¿Qué tienes para darme?”.
¡Ay, que broma real fue abrir tu palma de la mano a un mendigo para mendigar! Estaba confundido y me quedé indeciso, y luego de mi bolsa lentamente saqué el más minúsculo grano de trigo y te lo di… Pero grande fue mi sorpresa, cuando al final del día vacié mi bolsa en el suelo y encontré un minúsculo grano de oro entre el miserable montón. ¡Qué amargamente lloré! ¡Entonces deseé haber tenido más corazón para dártelo todo!
En el libro Seva se encuentra una reflexión sobre esta historia que dice así: “Cuando el maestro entra por primera vez en nuestras vidas, nuestras esperanzas aumentan. Esperamos que derrame todo tipo de gracia sobre nosotros, que haga desaparecer nuestros problemas mundanos y que todos nuestros deseos se cumplan. Pero el maestro no hace nada de eso. En cambio, extiende su mano y nos pide: ‘Dame tu tiempo; dame tu atención; dame tu ego’. Y con duda –mucha duda–, a través del seva interior y exterior, y de la forma en que vivimos nuestra vida, le damos un poco. Y entonces comenzamos a descubrir que cualquier pequeña migaja de tiempo y atención que le ofrecemos, cualquier pedazo de ego que le entregamos, ¡él lo transforma en oro y nos lo devuelve!”.
Sí, el maestro nos pide porque nuestra participación es imprescindible para nuestro aprendizaje. Como en esta historia del rey que extiende la mano y dice “dame algo”, el gesto de petición del maestro está destinado a beneficiarnos espiritualmente; por eso hemos de aportar algo de nosotros mismos. El maestro guía, inspira, sostiene…, pero no sustituye nuestro esfuerzo. El camino interior no se recorre sin compromiso. La meditación es un proceso de aprendizaje destinado a transformarnos personalmente, y solo puede realizarse con nuestra implicación. Por difícil que sea, por torpes que nos sintamos o por mucho tiempo que requiera, no podemos delegarlo. Nadie puede meditar por nosotros y nada puede sustituir a la meditación.
Esta historia también puede situarnos en el momento final de nuestra vida: ese instante crucial de la muerte en el que pueden aflorar los remordimientos, el pesar por no haber hecho suficiente, por no habernos esforzado en la meditación o en vivir las enseñanzas con más interés y dedicación. Y eso puede ser muy lamentable, porque sin duda en ese momento ya no podremos hacer nada. Situarnos mentalmente, durante un momento de reflexión, en esa circunstancia es muy positivo, y puede ayudarnos a empezar a partir de ahora, a reorientar nuestro esfuerzo para vivir las enseñanzas con la sinceridad suficiente que nos evite llegar a esa tristeza y lamento final.
Justamente, dar ese giro y hacer el debido esfuerzo es equivalente a lo que se denomina “aprender a hacer un buen uso de la forma humana”: aprender a vivir verdaderamente como un ser humano. En el libro Sant Mat esencial leemos:
El maestro actual se refiere con frecuencia al camino como simplemente convertirse en un buen ser humano. El objetivo de la práctica espiritual es alcanzar el potencial más elevado del ser humano, fusionando nuestra conciencia con la energía creativa o poder divino que está presente en todo ser humano y, de hecho, en todo el cosmos. Esta amorosa energía o poder que los maestros de Sant Mat denominan Shabad –literalmente significa palabra o sonido– siempre está ahí, pero la mayoría de nosotros no somos conscientes.
La vida pasa con rapidez; un día sucede al otro con un ritmo imparable, en el que las mismas rutinas de siempre se perpetúan. Tenemos buenos propósitos: hoy meditaré más y mejor, hoy intentaré estar alerta y despierto en la meditación, hoy intentaré llevar al maestro mentalmente conmigo en mis quehaceres… Pero la inercia de la forma de vida que hemos llevado siempre, dificulta que esas buenas intenciones por remontar el curso descendente de la vida (tendencias inferiores), triunfen de inmediato o a corto plazo.
Es aquí donde se necesita comprensión desde el punto de vista de que estamos siguiendo un sendero que tiene como objetivo invertir el curso de la atención de la mente: una atención que ha estado fluyendo en dirección descendente y hacia el exterior durante un tiempo enormemente largo y desconocido. Por tanto, llevará tiempo revertir este curso e interiorizarnos; puede ser una vida entera, tal vez varias vidas… Pero ¿quién se desanimaría cuando ya tiene la certeza de que está en el camino de regreso a casa? Como dice Hazur Maharaj Ji en Perspectivas espirituales, vol. III:
Ahora, al menos sabemos en qué dirección ir. No estamos buscando en la oscuridad. Obtendremos la verdadera felicidad cuando lleguemos a nuestra casa, pero saber la dirección y el camino que nos lleva de vuelta a casa, nos hace felices. Cuanto más cerca estemos de nuestro destino, más felices seremos.
Necesitamos comprensión, porque tenemos que entender que la iniciación en el sendero de Sant Mat implica un proceso. Después de la iniciación nos hemos embarcado en lo que parece una lucha de por vida con nuestra mente. En la meditación podemos intentar calmar y concentrar nuestra atención y llevarla dentro, pero la mente humana tiene el hábito establecido desde hace mucho tiempo “de correr hacia fuera” con pensamientos, sentimientos, percepciones y sensaciones dispersos. Pronto descubrimos que, aunque la finalidad de la meditación es dirigir la atención hacia el interior, un cúmulo inagotable de pensamientos, imágenes, recuerdos y sensaciones nos distraen de este objetivo. Empezamos a darnos cuenta del poder hasta ahora inadvertido de las “cinco pasiones”: lujuria, ira, apego, avaricia y ego, que parecen tener rienda suelta sobre nuestros pensamientos, emociones y acciones. En este sentido, leemos en el libro Sant Mat esencial:
Cuando a través de la meditación comenzamos a vernos un poco más objetivamente, empezamos a darnos cuenta de que la persona a la que considero “yo” es más o menos la suma total de todos estos hábitos mentales. En la meditación nos hacemos intensamente conscientes del poder de estas ideas, emociones, y rasgos de carácter. Esta conciencia es el inicio de la sabiduría. Comenzamos a retirar nuestra atención de este “yo” ilusorio y, poco a poco, nos separamos de los delirios y los enredos que impiden al “yo” real darse cuenta de su verdadera identidad con ese amor divino y energía a la cual los místicos denominan: Palabra, Shabad, y otros nombres.
Cuando meditamos cada día, vamos aprendiendo a calmar la mente y a concentrarnos mejor. No siempre sentiremos que estamos avanzando; habrá días más fáciles y otros más difíciles. A veces nos cuesta concentrarnos porque llevamos encima preocupaciones, emociones o apegos que nos pesan y distraen. Pero eso es parte del camino. Si abandonamos cada vez que algo se complica, nunca llegaremos a ningún lado. La vida no es fácil, pero la práctica de la meditación sí lo es. Si seguimos practicando con paciencia, la mente va entendiendo que no tiene el control, y poco a poco se rinde. En el libro Sant Mat esencial leemos:
Una señal alentadora, mientras persistimos en la práctica de la meditación, puede ser que nuestro apego a las cosas y a la gente de este mundo comience a desvanecerse; encontramos el mundo menos atractivo. Lo que una vez nos parecía interesante y que valía la pena, comienza a resultarnos superficial y poco gratificante. Nos vamos dando cuenta de que solo en las profundidades de nuestro ser podremos encontrar una paz y felicidad duraderas y no en el exterior, en un mundo que se encuentra en constante cambio.
Muchas veces sentimos culpa o frustración porque sabemos que podríamos hacer más en nuestro camino espiritual. No estamos del todo satisfechos con nuestra entrega al maestro ni con el uso que le damos a esta valiosa forma humana. Nos damos cuenta de que seguimos distraídos por los brillos del mundo, y eso nos hace sentir que fallamos una y otra vez.
Pero no deberíamos seguir sintiéndonos culpables, ni quedarnos anclados en esa sensación de fracaso o arrepentimiento que tan solo nos pesa. En lugar de sumirnos en el lamento, hagamos lo que vinimos a hacer. Cumplamos con nuestro compromiso, hagamos nuestra parte, y recordemos que la meditación, bajo la guía del maestro y la entrega sincera de nuestro tiempo y atención es indispensable. Como ilustra la narración del “grano de oro” lo que damos de nosotros mismos –aunque sea mínimo al principio–, si lo entregamos con sinceridad y total dedicación, se transforma en inmensa riqueza espiritual.
Solo aferrándonos a lo eterno –Shabad– podemos experimentar dicha verdadera: solo al dar “todo lo que somos” podemos experimentar el profundo cambio que nos conduce a la verdadera liberación interior.