Caminos de búsqueda
La primera señal de su misericordia hacia cualquier persona es que crea en ella el descontento con la rutina mundana, y un anhelo por buscar la verdad. La segunda señal es que la pone en contacto con un maestro. La tercera es que el maestro le imparte el secreto de la corriente del sonido. La cuarta es que el iniciado se pone a trabajar diligente y fielmente en la corriente del sonido, y emprende su viaje espiritual.
M. Sawan Singh. Joyas espirituales
No todas las vidas espirituales son iguales. Algunas transcurren bajo la luz discreta de una fe sencilla, mientras que otras se convierten en faros que iluminan el camino de incontables almas. La historia que aquí se relata no es una historia cualquiera, es la de un hombre extraordinario, la crónica de una búsqueda noble y auténtica:
Tras vivir su discipulado con entrega total a su maestro, con obediencia amorosa y con devoción sin reservas, su vida entera se transformó en un ejemplo de disciplina espiritual, fidelidad y amor. Así, habiendo completado la etapa de discípulo, recibió la herencia más alta: la misión de servir como guía y maestro de muchos. Maharaj Sawan Singh, reconocido posteriormente como el Gran Maestro, no solo buscaba con sinceridad la verdad espiritual; estaba también preparado, por virtud y devoción, para recibir el don más elevado: la transmisión del método divino de su gurú, Baba Jaimal Singh. Esta historia es, a la vez, testimonio de un principio universal: allí donde un alma clama sinceramente por la verdad, el maestro se hace presente.
El encuentro con su maestro no fue un accidente ni un simple episodio en la vida de un buscador; fue el cumplimiento de un destino superior. Como él mismo enseñaría después, la necesidad de encontrar al maestro es imprescindible, pues solo un maestro vivo otorga el método que permite al alma emprender el camino de retorno a su origen. En sus propias palabras, recogidas en el libro Joyas espirituales:
Conseguí las instrucciones de mi propio gurú y él me enseñó el método exacto. Ese método es el mismo que utilizan todos los santos; consiste simplemente en concentrar la atención, manteniéndola imperturbable en un centro concreto, el foco del ojo. ¿Qué más puedo decir? Todo consiste en que la atención no fluctúe. Cada rayo de atención tiene que concentrarse y mantenerse allí. Si nos dispersamos durante algún tiempo, perdemos la ventaja. Puede decirse con certeza, que si un estudiante sincero mantiene completamente su atención en este centro, durante tres horas, sin fluctuar, tiene que interiorizarse.
El libro La llamada del Gran Maestro explica con sencillez y profundidad los pasos de su búsqueda espiritual:
Desde su infancia, el Gran Maestro empezó a revelar indicios de gran sagacidad y tendencia a la devoción. Acompañaba a su abuelo para ver a todos los sadhus (ascetas) y santos que venían a su pueblo, y ya a la edad de diez años había leído por primera vez el Granth Sahib (el libro sagrado de los sijs). De niño podía repetir de memoria el Japji de Gurú Nanak y el Jap Sahib de Gurú Gobind Singh. Educado por su abuelo según las altas tradiciones familiares, pronto llegó a ser conocido ampliamente por su noble carácter, generosidad de corazón y amor a Dios…
Había estudiado el vedanta y el yoga siendo muy joven, bajo la tutela de expertos profesores. Disponía de dinero, honra, buena salud, un buen empleo y todo lo que un hombre pueda querer, pero aún sentía que le faltaba algo que le proporcionara la auténtica paz y la verdadera felicidad. Su alma anhelaba algo que no se podía encontrar en este mundo. Anhelaba por su Señor. Su sed espiritual no se podía apagar.
Estuvo destinado en Murree durante unos cuantos años y tuvo la oportunidad de conocer a muchos místicos de distintas sectas y religiones. Esto se debía a la circunstancia de que Murree estaba en el camino de la cueva de Amar Nath, un lugar de peregrinaje de Cachemira, y sadhus y místicos de todos los cultos, procedentes de todas las partes de la India, pasaban por Murree cada año…
Con un bhikshu (monje) budista, estudió la literatura sagrada budista y jainista. Pero su hambre no se satisfacía. Quería ver al Señor, cara a cara, durante su vida. No le atraía la redención después de la muerte. Si el Señor creador era el Padre y los seres humanos eran sus hijos, ¿por qué no podía ser posible verle y comunicarse con él durante la vida?
Un misionero americano, con quien estudió la Biblia, confesó que no conocía ningún método para conseguir eso. Todos los demás, trataron de persuadirle de que se uniera a sus cultos y se interesase por sus ritos y ceremonias y otros varios métodos de adoración. También tuvo contacto con algunos lamas tibetanos, pero sus métodos no parecían más elevados que el yoga de Patanjali que ya había estudiado.
Fue durante esta búsqueda cuando un amigo, Babu Kahan Singh, en el año 1894, le dijo que un gran santo, Baba Jaimal Singh Ji, había venido a Murree. “Siempre has estado buscando a un verdadero maestro de la orden más elevada. Ven conmigo y te enseñaré uno”, dijo. Después de dos o tres encuentros con este maestro, se eliminaron todas sus dudas y quedó completamente satisfecho. Supo que había encontrado lo que deseaba. Así pues, fue iniciado en la ciencia del Surat Shabad Yoga, a la cual aludía frecuentemente el Granth Sahib y los escritos de otros santos.
Cuando Baba Jaimal Singh Ji lo inició, dijo que había emprendido el largo viaje hasta Murree “solamente por él”. Dijo: “Estaba guardando algo para él, como su depositario, que he entregado hoy”.