De las palabras a la realidad
Un maestro verdadero nos lleva a la comprensión de la verdad –cómo son las cosas realmente–, en segundo lugar, esta verdad no se puede expresar con palabras, sino que solo se realiza a través de la experiencia y, por último, esta experiencia interior se adquiere a través de la meditación, la cual requiere un esfuerzo y determinación sostenidos.
Sant Mat esencial
Si las palabras no pueden transmitir la realidad espiritual, entonces, ¿por qué las usan los maestros? ¿Por qué no nos dicen simplemente que nos sentemos en silencio y meditemos sin hablar de porqué meditar, sin decir nada sobre Dios o la creación, nada sobre el karma o el dolor de la separación, nada sobre el “viaje” a nuestro “hogar”? Es más, de hecho, ¿por qué no nos llevan arriba?
Había una vez un maestro espiritual que solía repetir al final de su discurso: “Elimina tu ego y comprende la Verdad”. Al final, un discípulo se sintió compelido a preguntarle: “Maestro, si eso es lo que se requiere, ¿por qué no lo eliminas para nosotros y nos muestras la Verdad pura?”.
El maestro sonrió y le pidió al discípulo que le trajera agua para beber. El discípulo trajo un vaso de agua y lo puso delante del maestro. “¿Qué es esto?”, preguntó el maestro. “Es el agua que me pediste”, respondió el discípulo. “Pero ¿te pedí un vaso o agua?”, dijo el maestro. El discípulo estaba confundido.
“No pasa nada”, el maestro explicó. “De la misma forma que no puedes traerme agua sin un recipiente, así también el maestro no puede expresar la Verdad si no es a través de los conceptos”.
Tratar de transmitir enseñanzas espirituales sin conceptos es como tratar de traer agua sin un vaso. Es imposible. El agua necesita un recipiente; no puede contenerse a sí misma. Del mismo modo, los conceptos son el recipiente que utilizan los maestros del conocimiento espiritual para expresar sus enseñanzas.
Los conceptos tienen su utilidad. Son un punto de partida importante. Son el jardín de infancia de la escuela del espíritu. Necesitamos los conceptos de las enseñanzas de los santos para orientarnos hacia lo que es real. Sin embargo, los conceptos no son la realidad.
El vaso que contiene el agua puede ser apropiado; incluso puede ser necesario. Pero lo que buscamos es el agua, no el vaso. Al fin y al cabo, esa misma agua podría ponerse en una taza de porcelana, en una copa de cristal o incluso en una botella de plástico y seguiría siendo la misma agua. Lo que debemos hacer es absorber la esencia de las enseñanzas. Necesitamos beber el agua.
Si “bebemos el agua”, es decir, si llevamos las enseñanzas a la práctica esforzándonos al máximo en la meditación, y en el constante trabajo de por vida de entrenar a la mente y sintonizarla con el Shabad, iremos más allá del nivel de los conceptos.
Algún día, quizá miremos atrás y reconozcamos que las palabras y los conceptos que nuestro maestro empleó eran, en realidad, insuficientes para expresar la verdad que nos señalaba. Los conceptos que los maestros expresan son útiles cuando somos principiantes espirituales, pero necesitamos trascender sus limitaciones. Esperamos con anhelo el día en que, a través de nuestra propia experiencia, descubramos que los conceptos que usaban Buda, Cristo o Gurú Nanak o cualquier otro santo en la historia humana, apuntaban a esa misma realidad única; una realidad que solo puede conocerse a través de la experiencia personal. Pero para eso, tenemos que practicar.
¿Realmente queremos seguir siendo espiritualmente inmaduros? Por desgracia, la mayoría de nosotros preferimos adorar y admirar el vaso en lugar de beber el agua. Nos sentimos muy cómodos escuchando los discursos de satsang y debatiendo sobre los elevados principios que nos enseña el maestro. Pero cuando se trata de ponernos manos a la obra, trabajar interiormente para disciplinar y controlar nuestras mentes con la práctica del simran, entonces optamos por no esforzarnos.
Incluso podemos introducir algunas de nuestras ideas en el “vaso de agua” que el maestro nos ha servido. Adaptamos sus enseñanzas y agregamos algunos de nuestros conceptos erróneos, creando ilusiones en las que luego vivimos. Nuestros conceptos erróneos nos atraen, nos parecen razonables, así que cuando el maestro vivo nos corrige, anulamos su enseñanza y preferimos quedarnos con nuestra propia y “mejor interpretación”.
¿Qué estamos haciendo? Siguiendo la analogía del maestro y el vaso de agua, estamos vertiendo barro en el agua y dañando sus propiedades vivificantes.
Podríamos escribir volúmenes con la lista de todas las formas en que nosotros –el sangat del maestro– malinterpretamos las enseñanzas. Todo se reduce a un problema principal: en lugar de intentar adaptar nuestra forma de pensar a Sant Mat, intentamos moldear Sant Mat para que se ajuste a nuestra manera de pensar.
Admitámoslo: nuestra forma de pensar está moldeada y limitada por nuestro bagaje personal mucho más de lo que creemos.
Quizás procedemos de una religión en particular, la religión de nuestros padres y abuelos, y nuestra experiencia de esta religión ha moldeado nuestros hábitos, nuestro modo de vida y nuestra forma de pensar sobre la realidad espiritual. Es posible que hayamos recibido una determinada escolarización, y nuestra educación ha moldeado nuestro pensamiento.
Sin darnos cuenta, traemos ideas y expectativas –junto con prácticas y costumbres sociales– de nuestras tradiciones culturales, educativas y religiosas. Puesto que venimos de diferentes ambientes, malinterpretamos de diferentes maneras las enseñanzas genuinas del maestro. Usando la metáfora de que las enseñanzas son como un vaso de agua pura, podríamos decir que vertimos en ella muchos tipos de barro y todos le dan un sabor diferente.
Sin embargo, los maestros nos enseñan que la Verdad que buscamos es una y no se puede explicar mediante ninguna teoría, filosofía o dogma, y tampoco se puede encontrar en ningún tipo de tradición ni en textos escritos. Nunca se alcanza a través de ritos o ceremonias. Ni tampoco se descubre a través de prácticas supersticiosas. Nos daremos cuenta de esto cuando nuestra consciencia se transforme y nos sumerjamos en el Shabad, en la Verdad misma. Para lograrlo, tenemos que seguir sus instrucciones.
Una llamada al despertar