El círculo del amor
Si en medio de las adversidades
persevera el corazón con serenidad,
con gozo y con paz, esto es amor.
Santa Teresa de Jesús. Historia de un alma
En el libro Perspectivas espirituales, vol. II, hay un capítulo que habla del poder de la meditación, y empieza con este título tan alentador: El círculo del amor. Un amor que debe expandirse desde lo humano hasta lo divino, un amor que nos abraza eternamente con el Creador y no solo con lo creado.
Sant Mat es un sendero de amor y devoción a Dios y a nuestro maestro. Y espiritualmente nuestro amor empieza apegándonos al maestro y a sus enseñanzas. Su presencia física es el motor que activa nuestro amor al Señor, y nos impulsa a poner nuestro esfuerzo en algo más elevado que los logros mundanos; él hace que la mente acepte la disciplina de la práctica espiritual debido al amor que despierta en nuestros corazones.
Al ver al maestro sentimos una gran punzada de amor que nos motiva poco a poco a querer estar con él todo el tiempo. Somos increíblemente felices en su presencia, por eso no podemos ser felices en su ausencia… Y llegado este punto, comprendemos la razón de la práctica espiritual que él nos enseña: la meditación es el ungüento que necesitamos para calmar la ausencia del maestro. Y al experimentar el dolor de su ausencia, meditar se convierte en el momento del día más esperado para estar a solas con él. Y ese encuentro, al mismo tiempo genera el deseo de recordarle más a menudo, lo que hacemos mediante el simran, ese simran que logra que nuestra atención se dirija al maestro de manera continuada en cualquier momento y lugar.
Meditar es elevarse por encima de una emoción pasajera…, de un sentimiento que viene y va todo el tiempo. Al meditar nuestro amor crece, y su gracia crece también en abundancia, pues como dice Hazur Maharaj Ji en Perspectivas espirituales, vol. II: “Cuanta más gracia nos da, más nos esforzamos para llegar a él, más punzadas de amor sentimos en nuestro interior”. Y ese esfuerzo para llegar a él, se llama meditación.
Ahora bien, como discípulos, ¿aceptamos de buen gusto la disciplina de la meditación? ¿Vamos cada día a su encuentro interior con ganas, con alegría y contento?
Sabemos que el amor de los maestros hacia Dios es firme y constante todo el tiempo, a diferencia del nuestro que hoy por hoy es un vaivén de emociones debido al predominio de la mente sobre el alma. Por eso, ellos nos explican que existen dos vías para ir al encuentro con el Señor: Una es el amor y otra es la disciplina.
Y Hazur Maharaj Ji desarrolla este punto en el libro Perspectivas espirituales, vol. II, cuando un discípulo le pregunta cómo está conectada la disciplina con el amor y cuál es la diferencia. A lo que él contesta:
Permanecer en el amor del Padre en realidad es permanecer en su disciplina. Someternos a él es permanecer en su disciplina o mantenernos en su amor. Cualquier cosa que nos aleje de su amor nos hace indisciplinados, así que todo lo que nos mantenga dentro de su amor, dentro de su devoción, es una disciplina que tenemos que seguir.
¿Qué es lo que nos aleja de su amor? Sin duda no seguir sus enseñanzas, no cumplir con la práctica de la meditación. El maestro ya derramó su gracia en nosotros al iniciarnos, y ahora está esperando que sometamos nuestro ego a su amor para dárnosla en abundancia. Y eso solo ocurrirá cuando nos atengamos fielmente a la disciplina de la meditación, no hay otro modo.
En el libro Philosophy of the Masters, vol. II, el Gran Maestro explica que la gracia de Dios existe permanentemente en el ser humano, y se manifiesta por la búsqueda espiritual que brota en su corazón, y por la práctica de la audición del sonido que efectúa para unirse con él. Nos dice exactamente:
… La electricidad está presente en todas partes; pero solo se manifiesta (…) bajo determinadas condiciones. (…) De igual manera, el tesoro del amor se abre primeramente dentro del buscador por la gracia del maestro, que es la manifestación del Señor, y en segundo lugar mediante la práctica de las disciplinas del simran, dhyan, y bhajan (repetición, contemplación y audición del sonido).
Con el ejercicio de la repetición y la contemplación se desarrollan fe y amor. La fe y el amor ayudan a quedar absortos en la bienaventuranza y éxtasis de la unión con Dios.
Así pues, no hay nada más importante para el ser humano que el amor a Dios; y para desarrollarlo, el maestro nos regala la disciplina de la meditación en el Shabad. Estamos en Sant Mat, por la gracia del maestro, y para desarrollar nuestro amor a Dios necesitamos esforzarnos por mantener el simran en el centro del ojo, por practicar la meditación con interés y devoción día a día… Pero no hay que olvidar que debemos hacer ese esfuerzo de forma relajada, sin tensión alguna, porque si lo pensamos bien, de entrada, meditar es fácil, su práctica, la técnica, no es difícil: cualquier persona puede realizarla. Repetir el simran en el centro del ojo y después escuchar el sonido o Shabad, es sencillo… Pero además es relajado, nadie nos castiga, nadie nos riñe: si hoy no hemos podido concentrarnos debidamente, mañana lo volvemos a intentar. Es más, podemos meditar por años y años sin pasar ningún examen de nuestro progreso interior. El maestro no nos pone a prueba en ningún momento. Su gracia y misericordia hacia nosotros es infinita. Con mucho amor, él solo nos pide dos horas y media de nuestro tiempo diario para dedicárselo a Dios el resto de nuestra vida. Y nos lo pide, porque sabe que podemos hacerlo: eso sí podemos hacerlo.
Como vamos comprobando, tras años de práctica, este sendero es una carrera de fondo, y recorrerlo necesita de empeño, necesita determinación a cada momento. Y si nos cuesta ponerlo es porque el timón del esfuerzo en la vida hasta ahora lo llevaba la mente, que lo utilizaba para recrearse en las múltiples satisfacciones de los sentidos. Sin embargo, desde que nos iniciamos el timón del esfuerzo lo lleva el alma, que tiene que enfrentarse a la oposición de una mente que no quiere dejar su poder y someterse al alma.
Los maestros conocen perfectamente esta situación, y no obstante nos piden que pongamos nuestro esfuerzo… Pero se trata de un esfuerzo humilde, que debemos entender muy bien, porque si atamos el esfuerzo a las expectativas o a los resultados que esperamos, nos equivocaremos. Este es un sendero de gracia y solo es nuestra insignificante colaboración en el proceso de redención lo que el maestro toma en consideración. En realidad, es su gracia la que nos mueve a esforzarnos, la que nos da el estímulo y las ganas para sentarnos cada día de nuestras vidas a meditar; sin esa gracia como él dice, nada sería posible. Por eso, como indican los maestros, el esfuerzo en la meditación es tan solo aparente. Como todo en la vida es irreal, un truco más de la mente, ya que, en realidad, el esfuerzo que realizamos no lo hacemos nosotros: se debe a la gracia del maestro. ¿Podemos entender esto?
La respuesta de Hazur Maharaj Ji, del libro Muere para vivir, sobre quién en realidad hace el esfuerzo en la meditación, nos lo hace entendible. Dice el maestro:
Bueno, desde un punto de vista más elevado es solo por la gracia del Señor por lo que hacemos la meditación. Pero aquí, en este nivel, sentimos como si nosotros estuviéramos esforzándonos por alcanzar nuestro objetivo. Él es quien tira de nosotros desde dentro. Él es quien crea ese deseo por meditar en nosotros. Él es el que nos proporciona esa atmósfera, esas circunstancias y entornos en los que podemos realizar nuestra meditación.
Así pues, como vemos no existe incompatibilidad entre esfuerzo y gracia… Estamos en el círculo de su amor una vez más. Y dentro de ese círculo, mientras vivimos nuestras irrealidades mentales, solo tenemos que seguir las enseñanzas del maestro resueltamente, superando las dificultades que se presentan… En realidad, nuestro ego es el que se queja, y nuestro pequeño pero anhelante amor, es el que nos hace seguir hacia adelante dando pequeños pasitos en este sendero.
El maestro es quien lo hace todo; por eso, Hazur Maharaj Ji termina la respuesta anterior de una forma muy bella, diciéndole al discípulo que preguntaba:
Así que puedes decir: “Yo hago la meditación”, siempre y cuando la hagas. Pero cuando la hagas de verdad, no dirás: “La hago yo”.
Cuando meditamos de verdad, entonces el “yo” desaparece. Entonces somos conscientes de su gracia, de que si no fuera por él, ni siquiera podríamos pensar o incluso cumplir con ella. Entonces no hay “yo”, solo hay agradecimiento; todo es gratitud. Entonces somos conscientes de nuestra insignificancia.
Y termina diciéndole:
Cuanto más meditemos, más cerca estaremos de la meta, más conscientes seremos de nuestra insignificancia.
Por tanto, no permitamos que la mente nos siga engañando… La vida nos ha dado el mayor privilegio que podemos obtener: realizarnos como seres humanos y volver a unirnos para siempre con Dios.
Solos, nuestro único futuro cierto es desaparecer como pompas de jabón. Sin embargo, con la ayuda del maestro seremos conscientes de la existencia de Dios, y entraremos dentro del círculo de su amor donde todo se unifica. Podemos hablar de disciplina, de esfuerzo… Podemos seguir inventando palabras para que el ego cumpla su papel, pero no debemos olvidar que el amor y la gracia de Dios nos regala estas respiraciones para ponerlas humildemente al servicio de nuestro maestro.