¡Pon tu corazón a practicar!
Limpia la cámara de tu corazón
para que entre tu Amado.
Borra las demás impresiones
para que tome asiento el Amado.
Con los ojos de la mente contempla
la portentosa visión.
¡Qué fascinantes escenas tienes ahí
para cautivar tu corazón!
Un pequeño corazón con incontables deseos
y avaricia creciente…
¿Dónde queda, entonces, espacio
para que mi Señor se siente?
Tulsi Sahib. El Santo de Hatras
Este poema inicial de Tulsi Sahib, titulado “Limpia la cámara de tu corazón”, nos habla de nuestro interior, ese espacio íntimo y sagrado donde reside nuestro ser más auténtico. Él señala la necesidad de purificarnos para poder recibir a Dios, quien es el amado del alma y al que le corresponde ocupar esa morada. Limpiar la cámara significa liberarse de todas aquellas cosas que ensucian o nublan ese espacio sagrado: deseos, apegos, egoísmo, avaricia, preocupaciones mundanas, etc. Los deseos y ambiciones son como ‘impresiones’ que llenan nuestro interior, impidiendo que el amor de Dios pueda ocupar ese lugar.
Los místicos nos explican que estamos involucrados en el mundo debido al apego de la mente a la creación: a sus seres y objetos. Nuestros pensamientos, sentimientos, acciones y todo lo que nos rodea gira en torno a obtener placer y a llenar las necesidades que la mente crea continuamente. Y es esta cantidad de impureza acumulada con las acciones dirigidas por la mente, vida tras vida, lo que ha ido ocupando nuestro ser, en otras palabras, lo que ha ensuciado la morada del Señor.
Sin embargo, con el paso del tiempo descubrimos que todas esas experiencias que hemos vivido y que en algún momento nos han proporcionado satisfacciones, no están muy lejos de lo que más tarde han sido experiencias dolorosas. Vemos que la línea divisoria entre el placer y el dolor es muy fina. Así, el placer de los objetos materiales con el tiempo pierde su encanto y acaba en aburrimiento o frustración; no podemos mantener ninguna emoción o sentimiento de manera perdurable. Todo lo que en algún momento nos ha seducido se convierte después en objeto de indiferencia o, incluso, a veces de desagrado. En cuanto al amor que sentimos por los seres de este mundo, muy a nuestro pesar, nos damos cuenta de que es un amor temporal, irreal e interesado. Es un amor que no está dirigido a las personas o seres, sino que existe en función de la satisfacción que estos seres nos proporcionan.
Ciertamente, amamos las cualidades de las personas y las circunstancias que las rodean. Así es el amor en este mundo. Y aunque no hay duda de que tenemos sentimientos nobles y amorosos, todos son fuente de sufrimiento porque no están exentos de egoísmo. Este es, en definitiva, el ‘escenario de la vida’, un escenario que puede fascinarnos por un tiempo, pero solo por un tiempo, porque todo el amor que experimentamos en él cambia, se consume, desaparece y, además, está sujeto a interés.
Por eso, Tulsi dice que tenemos que borrar las impresiones que almacena nuestra mente, porque solo cuando podamos limpiarla de las pasiones, apegos y del ego podremos encontrar paz y felicidad; solo entonces el amado Señor se asentará en nuestro corazón.
En la última frase de la primera estrofa, Tulsi nos insta a que si deseamos que la presencia divina more en nuestro interior, debemos ser sinceros. Por eso nos plantea: “¿Dónde queda, entonces, espacio para que mi Señor se siente?”. Efectivamente, ¿qué estamos permitiendo que ocupe nuestro espacio interior? ¿Queremos prepararnos realmente para recibir a Dios en nuestro interior, o estamos tan consumidos por lo temporal que lo eterno no encuentra lugar? Se trata de una llamada de atención, una alerta para que nos decidamos a dar un cambio real en nuestra forma de vivir. Si anhelamos la presencia divina, ¿por qué seguimos, al mismo tiempo, llenando nuestra vida con tantas cosas innecesarias que impiden que Dios pueda entrar y residir?
Más adelante Tulsi Sahib explica cómo es posible llevar a cabo ese cambio. Y naturalmente, solos no podemos hacerlo; necesitamos la orientación de un maestro espiritual que nos ayude, de forma práctica, a convertir nuestro anhelo en una realidad. Él dice:
… Busca al maestro verdadero, ¡oh amigo!,
con amor y paciencia.
Él con certeza te ofrecerá luz
para encontrar la vena real.
La práctica durante algún tiempo,
te abrirá el oído interno
y el sendero (…) estará claro.
Debemos buscar un maestro espiritual realizado, con amor y paciencia, y él nos proporcionará la luz necesaria para descubrir el camino auténtico de la vida. Sí; él nos ayudará a retirar la consciencia al centro del ojo espiritual o vena real (shah rug), que no es ninguna vena del cuerpo físico, sino un lugar situado detrás de los ojos, que los rishis y místicos describen como el canal de la felicidad. Este canal o corriente central del cuerpo sutil, solo se atraviesa por medio de la práctica espiritual realizada de acuerdo con las instrucciones de un maestro verdadero. Maharaj Sawan Singh dice en Joyas espirituales:
Encontrar un maestro en esta vida es algo único, ya que después de encontrarlo no hay que regresar más al ciclo de vida y muerte (…) Son verdaderamente afortunados los que lo han encontrado, han sido conectados por él a la corriente del sonido y la están practicando.
Una vez que encontremos al maestro, él nos conectará con el espíritu interior y nos revelará el sendero de la luz y el sonido. Llegado este punto, solo tenemos que practicar la devoción al Shabad de la mano de su guía interior. Como Tulsi Sahib expresa en el poema: “La práctica durante algún tiempo te abrirá el oído interno y el sendero quedará claro por fin”. Igualmente, Sardar Bahadur Jagat Singh, en el libro La ciencia del alma, nos habla del sendero del Shabad:
El método de los santos es el Surat Shabad Yoga. (…) Es el método más natural e inofensivo. No hay que renunciar al mundo (…) Solamente requiere algún tiempo diario de meditación mientras continuamos cumpliendo con los demás deberes. Hay que subrayar que nuestro principal deber es el de percibir la realidad de Dios mientras estamos en la forma humana.
Percibir la realidad de Dios en nuestro interior… ese es nuestro deber principal. Sardar Bahadur, subraya así la importancia de dedicar tiempo diario a la meditación del Surat Shabad Yoga, y coincide con el consejo de Tulsi Sahib en la última estrofa del poema:
Pon tu corazón a practicar;
este es el consejo de Tulsi.
Al reflexionar sobre este sabio consejo, surge la pregunta: ¿Estamos realmente aprovechando la oportunidad que se nos ha dado? ¿Estamos poniendo todo nuestro corazón y dedicación en la práctica de la meditación? Es esencial hacer estas reflexiones, porque solo podemos considerarnos verdaderos discípulos si seguimos fielmente las enseñanzas e instrucciones de nuestro maestro espiritual. Si no lo hacemos, entonces continuamos siendo discípulos de nuestra mente, atrapados en las cadenas de nuestras propias pasiones y deseos. Si seguimos así, nada cambiará, y jamás podremos despejar ni purificar ese espacio interior para que en él, habite y florezca el amor del Señor.
Es a través de la disciplina y la entrega a la guía del maestro que podemos liberarnos de las ataduras del ego y avanzar en el camino espiritual. Cuando practicamos de corazón, comenzamos a cultivar un amor cada día más puro y sincero. Este amor transformador nos guía a actuar en todas las circunstancias con mayor integridad y sabiduría, sin perder de vista nunca nuestra meta. Entonces, la meditación comienza a hacer su efecto, y empezamos a desprendernos de las obsesiones materiales que, durante tanto tiempo, han dominado nuestra mente: el dinero, la belleza superficial, el poder efímero.
Definitivamente, la meditación obrará ese cambio real que necesitamos; y una vez que estemos listos y seamos dignos, podremos experimentar la dulzura infinita del Shabad en toda su inmensidad.
Por eso, nos aconsejaba Tulsi Sahib: “¡Pon tu corazón a practicar!”, y con este camino de práctica espiritual, de conquistas espirituales lentas pero graduales, aseguramos nuestro regreso al Padre. La práctica del simran y del bhajan cada día fortalece la relación interior con el maestro. Solo hay que sentarse y esforzarse para estar presentes, conscientes, con la atención repitiendo el simran en el centro del ojo. De esta forma, alcanzaremos un estado interior en el que todo ocurrirá naturalmente, ya que la audición del sonido o Shabad solo se produce cuando la mente se ha concentrado plenamente en el centro del ojo.
Él maestro suele explicarnos que el simran es lo único que está en nuestras manos, y que el resto del progreso espiritual es una consecuencia natural. Así que practiquemos la repetición con amor, meditemos con ganas y esfuerzo sabiendo que, aunque estemos en el primer curso espiritual, el maestro espera que nos licenciemos en esta misma vida. Y si él dice que eso es posible ¿quién puede contradecirle?
El Gran Maestro escribe en Joyas espirituales:
Los diversos pensamientos que aparecen y obstaculizan nuestra concentración tienen que detenerse. Desde nuestro nacimiento aquí, hemos estado haciendo diariamente fotografías de lo que hemos oído, leído u observado (…) Los pensamientos que aparecen son las mismas fotografías que hemos estado fotografiando y archivando durante tanto tiempo. Sin embargo, no son infinitas. Con el tiempo se acabarán, cuando la atención se encuentre en el foco. Entonces esta sesión de cine se acabará.
La película está llegando a su fin, la meditación está borrando la cinta de nuestros karmas… Solo tenemos que poner esfuerzo y persistencia. ¡Tengamos paciencia!, tenemos que comprender que en el estadio inicial no podemos asimilar toda la pureza y amor que son propios del espíritu. La meditación al principio es como tomar un aperitivo para abrir el apetito. El aperitivo son las dos horas y media que practicamos en los primeros estadios, pero después el maestro, poco a poco, aumenta nuestra receptividad y tenemos la necesidad de meditar cada vez más.
De eso trata la meditación: de dejar atrás este remolino kármico permitiendo que su práctica se convierta en el bálsamo del corazón. Un corazón donde se refleje cada vez más el amor a Dios. Leemos en la Biblia (Mat. 22:37-38):
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Ese es el mayor mandamiento que podemos seguir. Cuando nuestro amor sea así de verdadero y excelso, entonces todo se llenará con su presencia, y por fin se habrán despejado las nubes de nuestro cielo interior. Solo tenemos que limpiar la cámara de nuestro corazón para que entre el Amado; borrar todas las impresiones que se han acumulado durante nuestra separación de Dios para que tome asiento definitivamente en nuestra vida…
Como expresa Tulsi en su poema, la mente ha contemplado escenas en las que ha quedado fascinada y ha olvidado al Señor. Pero precisamente por ese olvido, el alma cada vez está más desvalida y desamparada, y necesita desesperadamente abrirse camino hacia la luz y el sonido verdaderos con la ayuda del maestro espiritual.
Así que definitivamente hagamos caso a Tulsi Sahib y ¡pongamos todo nuestro corazón en la meditación!, pues solo mediante nuestro honrado y perseverante esfuerzo en la práctica, el amor del maestro logrará abrir nuestro corazón para que se empape del amor a Dios.